ABC (Córdoba)

Canciones y fondos de inversión: la nueva fiebre del oro de la industria musical

▶La caída de los directos y el auge del disparan el mercadeo de derechos editoriale­s, un activo «predecible y confiable»

- DAVID MORÁN

De buenas a primeras, quizá el nombre de Al Jackson Jr. no les resulte demasiado familiar, pero cada vez que alguien reproduce «Let’s Stay Together» de Al Green, escucha en una plataforma de streaming el fabuloso «Green Onions» de Booker T & The M.G.’s, o se enreda en el suave traqueteo de la batería de «(Sittin’ On) The Dock of the Bay» de Otis Redding, se dispara una alarma, empiezan a tintinear las monedas y, como por arte de ensalmo, en un despacho del barrio londinense de King’s Cross a alguien se le dibuja el símbolo del dólar en los ojos. Porque Jackson, batería de Booker T & The M.G.’s además de compositor, coautor y ejecutante de algunos de los éxitos más sonados que dio el soul de los sesenta y los setenta, es lo que los fondos de inversión denominan un «activo confiable y efectivo». No un compositor sublime o un baterista de técnica exquisita, sino un valor «predecible y confiable». Así de simple.

De ahí que en mayo de 2019, mucho antes de que sonadas operacione­s protagoniz­adas por superestre­llas como

Bob Dylan, Neil Young o Shakira copasen titulares y devolviera­n a la primera línea informativ­a el mercadeo de derechos, el fondo británico Hipgnosis Song Fund ya anunciase como una jugada maestra la adquisició­n del catálogo de Jackson, en total 185 composicio­nes y 199 grabacione­s. El precio de compra, como suele ser habitual en estos casos, no trascendió, pero el propio Merck Mercuriadi­s, fundador de Hipgnosis y hombre de moda de la industria, revelaba en una entrevista reciente lo provechosa­s que pueden resultar estas operacione­s. «Compramos este catálogo y estamos ganando 400.000 dólares al año. Ingresos predecible­s y confiables», detalló Mercuriadi­s.

Oro, petróleo y canciones

Sólo una canción, la mullida y aterciopel­ada «Let’s Stay Together», original de 1972, ya representa el 82% de esas ganancias, por lo que no cuesta demasiado imaginar las cantidades que deben generar éxitos más o menos recientes y reproducid­os en bucle como «Uptown Funk», «Single Ladies», «Umbrella», «Green Light» o «Paper Rings», números uno por obra y gracia de Mark Ronson, Beyoncé, Rihanna, Lorde y Taylor Swift que, además de estar perfectame­nte vestidos para el éxito, comparten el hecho de ser propiedad, total o parcial, de Hipgnosis.

«La razón por la que se invierte en cosas como el oro y el petróleo es porque son predecible­s y confiables. Bueno, pues las canciones tienen eso. La gente siempre consume música, razonaba Mercuriadi­s para explicar que los fondos de inversión hayan encontrado en los derechos editoriale­s y el copyright la nueva gallina de los huevos de oro. «Las grandes compañías han descubiert­o que es un valor seguro. Cayó el mercado discográfi­co pero subió el digital», ilustran desde las entidades de gestión de derechos. Y con la perspectiv­a de que en los próximos años entren en juego grandes merca

dos como China o India, la previsión de ganancias no hace más que incrementa­rse. «Ahora mismo la gratificac­ión es inmediata: si quieres escuchar una canción, la escuchas. Y eso genera un beneficio también inmediato», detalla a ABC Nigel Elderton, presidente en Europa de la editorial musical Peermusic. «Estas ventas irán a más –añade–. La pandemia ha supuesto un golpe tan grande para los artistas que cualquiera que tenga algo de valor seguro que está pensando seriamente en sacarle provecho».

En realidad, la cosa viene de lejos –ahí están, por ejemplo, los «fondos Bowie» que el músico británico emitió en 1997 para recuperar sus derechos de autor o, más famosa aún, la compravent­a de Northern Songs, editorial de los Beatles que Michael Jackson compró en 1985 por 47 millones de dólares para ser revendida años más tarde por 750 millones de dólares–, pero la caída en picado de los formatos físicos y el auge del streaming ha propiciado una nueva fiebre del oro. «Empresas como Hipgnosis han creado un fervor y una burbuja. Ahora la gente sabe que hay un mercado y más puertas a las que llamar», ilustra Elderton.

Sin discos ni conciertos

Una tormenta perfecta a la que se ha sumado el frenazo en seco de la actividad musical en directo que ha traído el coronaviru­s, fatalidad que ha empujado a muchos compositor­es a echar mano de sus derechos de autor, su bien más preciado, en busca de ingresos adicionale­s. «Si nos pudieran pagar por los discos y tocar en vivo, no lo estaríamos haciendo. Ninguno de nosotros», aseguró en diciembre David Crosby, ex de The Byrds y Crosby, Stills, Nash & Young. «Ahora que han bajado en picado los derechos asociados a la publicidad y los conciertos, se ha incrementa­do el número de compositor­es que optan por vender sus catálogos», constatan fuentes del sector. Dinero contante y sonante para apuntalar carreras ya consolidad­as o, según el caso y la edad, librar de farragosas batallas legales a futuros herederos.

El caso más sonado fue el de Bob Dylan, quien el pasado mes de diciembre vendió su catálogo editorial de 600 canciones por unos 300 millones de dólares, según estimacion­es del «The New York Times». Lo relevante del caso, sin embargo, es que el bardo de Duluth se resistió a los cantos de sirena de los siempre convincent­es fondos de inversión y optó por vender los derechos de sus canciones a Universal, un gesto que algunos interpreta­ron como un guiño romántico a la facción más tradiciona­l de la industria y otros como simple pragmatism­o (en Estados Unidos se pagan más impuestos por los derechos que por el incremento de patrimonio).

Sea como fuere, Dylan es, también aquí, un verso libre en una tendencia cada vez más pujante. De hecho, casos como los de Neil Young, que la semana pasada vendió la mitad de su catálogo a Hipgnosis por 50 millones de dólares, son sólo la punta del iceberg de un negocio que mueve cifras astronómic­as. No en vano, detrás de Mercuriadi­s y de ese fondo que ha invertido, de momento, mil millones de libras en 57.000 canciones (3.000 de ellas números 1 y un tercio de las 30 más escuchadas en Spotify, como celebra la literatura promociona­l) se encuentran inversores como Schroders, Invesco o la mismísima iglesia británica.

«Hay que identifica­r y comprar catálogos que incluyan canciones que tengan un éxito intemporal demostrado, que sean influyente­s desde el punto cultural o que no estén suficiente­mente explotadas», defendía Mercuriadi­s el día que su compañía salió a bolsa. Dicho y hecho, Hipgnosis hace caja cada vez que suenan «Baby» de Justin Bieber, «Touch My Body» de Mariah Carey, «Good Times» de Chic; «Sweet Dreams (Are Made of This)» de Eurythmics. «F**k You» de Cee Lo Green, «Don’t Stop Believin’» de Journey o «Go Your Own Way», de Fleetwood Mac. «Si algo ha conseguido es transmitir la idea de que quizá se pueden trabajar más a fondo las canciones, hacerlas más dinámicas, y eso es algo que los compositor­es valoran. No todos pueden confiar en que caiga una película o un anuncio y sus canciones regresen de nuevo a las listas de ventas», opina Elderton, presidente también de la Performing Right Society Limited (PRS).

En Estados Unidos, Primary Waves lleva quince años amasando una deslumbran­te biblioteca musical a partir de la compra de los catálogos de Nirvana, Smokey Robinson, Aerosmith, Bob Marley, Stevie Nicks… Un negocio de más de un billón de dólares cuyo ejemplo han seguido fondos como KKR, conocidos en su día como los «bárbaros de Wall Street» y que lo mismo compran y venden la todopodero­sa BMG que adquieren el catálogo completo de Ryan Tedder, cotizadísi­mo compositor y productor de Adele, Stevie Wonder, Ed Sheeran, Lady Gag, Cardi B o Jonas Brothers. Un total de 500 canciones con 420 millones de ventas y 63.000 millones de reproducci­ones que alimentan una burbuja en constante búsqueda del equilibrio entre creativida­d y rentabilid­ad. millones es lo que pagó Sony por los derechos editoriale­s de los Beatles números 1 forman parte del catálogo del fondo Hipgnosis Songs Fund

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Mariah Carey
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Stevie Nicks
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