ABC (Córdoba)

REÍR O REZAR

Los 25.000 militares alrededor de Biden son el digno final a otro asedio

- HUGHES

Quien tenga memoria se lo puede pasar bien los próximos años. Un ejemplo: antes de marcharse a Mar-a-Lago (donde tampoco le quieren) Trump levanta las restriccio­nes a los vuelos internacio­nales. Eso era «xenofobia», pero ahora ya no porque lo quiere Biden, y Trump está «cediendo ante las aerolíneas comerciale­s».

También criticaron su blindaje de Washington en 2017, y ahora no ven nada fascista en 25.000 militares comiéndose las croquetas del chef José Andrés. Los demócratas y sus amigos «rinos» siguen ahí un método conocido... ¡invadir la capital como si fuera Irak!

Todo es poco ante las «milicias trumpianas». En las imágenes del Hombre Bisonte recorriend­o el Capitolio como la casa de «Gran Hermano», los analistas ven un golpe de Estado. Igual podían haber visto una «provocatio ad populum», la invocación al pueblo que Roma permitía como última protección de la libertad cuando los magistrado­s eran injustos o se inhibían. Quizás, la turba de las gorras MAGA estaba pulsando una carencia terminal de su república.

No nos han explicado qué golpe es ese en el que no se quiere el poder, ni se aspira a instituir una nueva libertad, pues los que irrumpiero­n lo hicieron como herederos de una revolución, es decir, como hombres políticame­nte libres.

Los 25.000 militares alrededor de Biden son el digno final a otro asedio, el del Ejecutivo, que comenzó con la investigac­ión al candidato, su deslegitim­ación, los «impeachmen­t», el estado profundo, la violencia, la alteración de la norma electoral, los muertos votantes, la paradiña en el recuento, la censura y la manipulaci­ón, que para el arzobispo Carlo M. Viganò (antes él que el alpiste neocon) fue «siempre y solo contra el presidente Trump, siempre y solo a favor de Biden».

En la resistenci­a de Trump al globalismo, Viganò vio el katechon, el que impide la manifestac­ión de la iniquidad. Roto el dique, a sus votantes les queda disfrutar del doble rasero o seguir al arzobispo: «Las horas de nuestros adversario­s están contadas si todos rezamos». Perdida la cultural, la batalla espiritual.

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