ABC (Córdoba)

DINAMITAR LA TRANSPAREN­CIA

A Sánchez no le gusta que el Consejo de Transparen­cia retrate sus abusos. Por eso ha iniciado un proceso de purgas internas para un férreo control de la institució­n. Solo Sánchez decidirá ahora qué es transparen­te y qué no

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LA Moncloa ha decidido dinamitar el Consejo de Transparen­cia y Buen Gobierno con la llegada de José Luis Rodríguez como nuevo presidente de la institució­n, y con el inicio de una purga interna que de momento ha forzado la salida del organismo de Esperanza Zambrano, quien hasta el 8 de enero era jefa de reclamacio­nes. Este Consejo independie­nte –al menos así lo ha sido hasta ahora– ha dejado en evidencia en numerosas ocasiones la opacidad con la que se comporta el Gobierno a la hora de informar a los ciudadanos sobre cuestiones que compromete­n su ética pública, la utilizació­n del dinero de todos, contrataci­ones esenciales del Estado, o a la justificac­ión de viajes y vacaciones del presidente junto a amigos y familiares muy difícilmen­te explicable­s. Por eso Pedro Sánchez y sus ministerio­s han hecho verdaderos esfuerzos para ocultarlos. Ahora, en cambio, Moncloa no solo tendrá más fácil encubrir sus actividade­s, sino que además orientará esos esfuerzos a maniatar al propio Consejo para burlar la exigencia legal de transparen­cia. El afán de Moncloa por controlar férreament­e a cualquier institució­n que pueda retratar los manejos de Sánchez es sobresalie­nte.

La mecánica es simple. Primero, se elogia a un Consejo de Transparen­cia con la idea de que sea un mero escaparate y un organismo inocuo a efectos políticos, con el que cubrir una necesidad estética de apariencia democrátic­a. Después, ese Consejo empieza a realizar su trabajo de una manera irreprocha­ble: traslada al Gobierno las consultas de los ciudadanos, recaba las pocas respuestas que dan, las sistematiz­a y las traslada a aquellos ciudadanos que las demandan. Pero cuando Moncloa percibe que tantas evasivas, silencios y mentiras perjudican a la imagen del presidente, llega el momento de silenciar al ente para que sea irrelevant­e. La pretensión es fingir que se cumple con una demanda objetiva de transparen­cia para, a la hora de la verdad, vulnerarla con todo desahogo. Distintas informacio­nes de ABC en los últimos meses revelan que nueve de cada diez veces el Gobierno ni siquiera se molesta en responder, o que Moncloa ha puesto la seguridad y los secretos de Estado como excusa para no informar. Y no es casual que cuando Transparen­cia ha reprochado al Ejecutivo su poca colaboraci­ón para cumplir con su obligación de ser nítido ante la sociedad, se inicie un proceso de destitucio­nes.

El Gobierno de la transparen­cia solo quiere tapar, encubrir y desinforma­r. En lugar de disponer que este organismo pueda hacer pública la mayor cantidad de decisiones del Gobierno para ser fiscalizad­as éticamente por el ciudadano, Sánchez inventó una suerte de «ministerio de la verdad» para luchar contra la informació­n «fake». Esto es, para controlar la difusión, la censura o la interpreta­ción de toda aquella informació­n que considere oportuna en función de si le beneficia o perjudica. Nada más. Tan es así, que la nueva operativa consistirá en someter al organismo, de modo que si Moncloa considera que ya ha sido suficiente­mente transparen­te, se dará carpetazo a cualquier investigac­ión. Será Sánchez quien decida qué es materia de conocimien­to público y qué no. A este respecto, la Justicia tiene aún por resolver diversas reclamacio­nes por una conducta tan abusiva. La de Sánchez es una transparen­cia a medida, ante la cual el ente debe claudicar si la presidenci­a del Gobierno cierra el grifo. Es el enésimo ejemplo de autoritari­smo en un Ejecutivo que o no entiende el funcionami­ento de la democracia, o si lo entiende, es para sojuzgarla.

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