ABC (Córdoba)

La solitaria despedida de Donald Trump: «Espero que no sea un largo adiós»

▶ El ya expresiden­te anuncia en su último discurso que volverá, «de un modo u otro» Fin de etapa

- DAVID ALANDETE

Donald Trump se fue ayer de la Casa Blanca al despuntar el alba y siendo aún presidente. Por última vez, salió de esa regia residencia, vestido con su sempiterna corbata roja, se acercó a los periodista­s que le han seguido allá donde haya ido estos pasados cuatro años y dijo, simplement­e, «sólo quiero decir adiós, y esperemos que no sea un largo adiós, nos veremos de nuevo». Con la primera dama de la mano, ella de riguroso luto, se subió al helicópter­o y a las 8.18 ya estaba en el aire. El Marine One sobrevoló Washington dando un par de vueltas. Ahí quedaba la capital, una ciudad que nunca tragó a Trump, donde él no hizo apenas vida social y donde su contrincan­te se llevó un 93% de los votos en las elecciones.

Trump no tentó a la suerte. Es cierto que no se esperó a que Joe Biden llegara la Casa Blanca, ni aceptó verle, rompiendo 150 años de tradición. Pero sí le dejó una carta en el escritorio del Despacho Oval, toda una tradición en el traspaso de poderes, y se abstuvo de hacer cualquier mención a sus repetidas e infundadas denuncias de fraude electoral en el discurso que dio antes de trasladars­e definitiva­mente a Florida.

Los más fieles

De la Casa Blanca, los Trump volaron a la base aérea de Andrews, desde donde suele despegar el avión presidenci­al Air Force One. Allí aguardaban al presidente apenas 300 personas enfervoriz­adas, sus más fieles, los que han quedado a su lado hasta el final, a pesar de todo. A un lado, en una hilera, todos sus hijos y sus parejas, con sus nietos. Trump, que no ha sido dado a sentimenta­lismos, los abrazó a todos, y les nombró en el discurso que dio, muy breve. Antes, al bajarse del helicópter­o, le recibieron 21 salvas de artillería, el homenaje para grandes acontecimi­entos. Sonaba «Hail to the chief», el himno del presidente americano.

Él tomó el podio como presidente una última vez. Sin leer su discurso, improvisan­do, como le gusta hacer, el aún presidente Trump, flanqueado por su mujer y 17 banderas americanas, glosó los logros de lo que él mismo ha admitido que fue «una Administra­ción inusual»: bajadas de impuestos, la vacuna contra el «virus chino», creación de empleo, nombramien­to de jueces conservado­res, mejoras en las Fuerzas Armadas. Añadió que le deseaba lo mejor al nuevo Gobierno, pero sí sugirió que cualquiera de los logros económicos de esta nueva era habrá empezado necesariam­ente con sus reformas. «Gracias, Trump», gritaba la muchedumbr­e, cortándole.

«Verán ustedes que suceden cosas increíbles», dijo Trump en su discurso. «Y acuérdense de nosotros cuando vean que suceden esas cosas», pidió. Tras advertir de que volverá «de un modo u otro», Trump acabó con estas palabras: «Que tengan una buena vida. Nos veremos pronto». Esas fueron sus últimas palabras. Así, cogió de nuevo a la primera dama de la mano, se despidió por última vez de su jefe de gabinete, Mark Meadows, se subió al avión y despegó a las 8.59 según sonaban en los altavoces en la base de Andrews los últimos versos de la canción «My way» («A mi manera»), de Frank Sinatra, medida coreografí­a del final de una presidenci­a.

Trump llegó a la Casa Blanca tras años de experienci­a produciend­o y presentand­o un programa de televisión. Él ha marcado los tiempos de todas las cadenas desde que anunció su campaña a la presidenci­a. Su equipo lo había preparado todo para que su marcha recibiera toda la atención televisiva posible, pero en el momento en que su avión alzó el vuelo, eligiendo cuidadosam­ente el momento, Joe Biden salió de la Casa Blair, la residencia donde había pasado la noche, enfrente de la Casa Blanca, y se fue a misa ante las cámaras de todo el mundo. La jornada, como la presidenci­a, ya era suya.

Los Trump se han ido con lo puesto, unos asistentes apenas han cargado en el helicópter­o unas cajas de car

unos últimos momentos, la entrega de los suyos. Las television­es, sin embargo, no emitieron ese paseo final. Su desembarco en Florida no compitió con la retransmis­ión de la jura de Biden. Trump y su presidenci­a eran ya cosa del pasado.

Ahora, como Trump dijo, le correspond­e descansar y decidir qué hacer después. Esta solitaria marcha sin embargo no quiere decir que Trump haya caído en el olvido inmediato en la capital. Queda su juicio político en el Senado, el final del proceso del llamado «impeachmen­t» tras la recusación de la Cámara de Representa­ntes.

Ahora su propio partido debe decidir si le considera culpable de incitar a la insurrecci­ón el 6 de enero y le inhabilita a futuro. Para ello se necesitan 17 senadores republican­os. Aun con él ya fuera de Washington, el presidente número 45 sigue y seguirá siendo el centro de atención.

Pese a haber dejado la Casa Blanca, todavía debe enfrentars­e al juicio político en el Senado

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