EL EXILIO DOMICILIARIO
El destierro populista consiste en hacernos sentir extranjeros en nuestro país
COMPARAR a Puigdemont con los exiliados del franquismo es sólo una deposición más de la colitis oratoria de Pablo Iglesias, que emana de su desnutrición intelectual. La anemia cultural del vicepresidente, fruto de una crianza dogmática en la que el pensamiento propio y la inquietud filosófica no llegaban a su alacena, como ahora no llega la electricidad a los asentamientos chabolistas, le ilumina para sus parangones grotescos, que suelen violentar el derecho natural y el sentido común. «A la soledad me vine», se desgarró Alberti desde su nostalgia argentina. Pero Iglesias veja a los transterrados que le allanaron el camino porque no sabe qué opina exactamente sobre casi nada. Sólo sabe que tiene la razón siempre. Y su altanería estéril lo ha llevado de querer ser el adalid de las víctimas de la dictadura y promotor del desentierro de Franco —qué mal bajío desde aquel día— a ser el peor enemigo de los exiliados desde la muerte del caudillo. Ellos tuvieron que salir con lo puesto porque la ley ya no les protegía. Puigdemont se fugó de la Justicia. La diferencia hace a Iglesias un burdo agitador que pretende hacernos sentir extraños en casa. Exilio domiciliario. Y lo está logrando.
El otro día entrevistó Pablo Motos a la presunta diva Nathy Peluso, una de esas reguetoneras que han convertido los ripios de Gloria Fuertes en alta poesía. Durante el programa sometieron a la cantante a una prueba de conocimientos. Ante una frase más o menos ingeniosa, ella tenía que adivinar si el autor era un intelectual histórico o un rapero. El primer proverbio se lo pusieron en disputa a Rousseau y Tito el Bambino. La protagonista vitoreó: «¡Oh, Tito el Bambino, lo amo!». Entre Antonio Machado y Cosculluela, Peluso exclamó: «¡Cosculluela, lo adoro!». Ninguneó a Rousseau y a Machado en favor de dos reguetoneros, lo lógico en un país cuyo vicepresidente desprecia a Alberti, que pudo volver a la libertad, para lisonjear a Puigdemont, que se ha fugado de ella. Acertó Guerra. A esta España no la conoce ni la madre que la parió. Por eso cada día somos más los exiliados que nunca nos hemos movido del sitio.