El cambio de Biden empieza por el Despacho Oval
Lo primero que hizo el equipo del nuevo presidente fue renovar y desinfectar profundamente el Ala Oeste
En cuanto Joe Biden juró el cargo a mediodía del miércoles, sus asistentes irrumpieron en el Despacho Oval a hacer todos los cambios previstos en un plazo récord, menos de tres horas. Debían cambiar cuadros y bustos, reemplazar una gigantesca alfombra, mover banderas y, en suma, borrar todo lo que recordara a Donald Trump del que fue su sitio de trabajo durante cuatro largos años. Limpiaron todo, desinfectaron cada milímetro y dejaron la oficina en perfecto estado y adaptada a los gustos de su nuevo inquilino. A su jefe le dieron una carta que Trump había dejado sobre la mesa, a pesar de que este se negó a encontrarse con su sucesor y se marchó de la residencia en helicóptero nada más amaneció.
Lo prioritario fue quitar al ídolo de Trump de la pared. Justo a la derecha del escritorio había colgado un retrato de Andrew Jackson, el primer presidente demócrata, uno de los mayores iconos populistas, controvertido porque tenía esclavos y, sobre todo, porque decretó la expulsión forzosa de pueblos nativos al oeste, durante la cual murieron miles de personas.
Tanto quería Trump a Jackson, que en cuanto llegó al poder impidió que quitaran su efigie del billete de 20 dólares y lo cambiaran por la esclava emancipada y libertadora de esclavos Harriet Tubman. El expresidente armó una polémica antológica al invitar en noviembre de 2017 a varios representantes de las tribus de Navajos para hacerles a estas un homenaje, que tuvo lugar justo delante del lienzo de Jackson, que en vida recibió el apodo de «mataindios».
En lugar de ese cuadro, el equipo de Biden puso el de Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de la patria, diplomático e inventor. No fue el único que se trajeron. Al otro lado del escritorio, el retrato de otro presidente esclavista, Thomas Jefferson, fue sustituido por un lienzo impresionista que ya tenía Barack Obama en ese mismo sitio, «La avenida bajo la lluvia», de Childe Hassam, que representa la Quinta Avenida, la misma calle de Manhattan donde se alza la Torre Trump, repleta de banderas americanas. Además, Biden hizo colocar en su despacho una pequeña estatua de un apache esculpida por un artista nativo, Allan Houser.
Los nuevos retratos
Otros añadidos fueron los retratos de cinco presidentes sobre la chimenea. El lugar central, que con Trump ocupaba George Washington, ahora es de Franklin Delano Roosevelt, titán demócrata que ganó cuatro elecciones presidenciales consecutivas antes de que se aprobara la limitación de mandatos. A su alrededor, cuelgan lienzos más pequeños de los presidentes Washington, Abraham Lincoln y Thomas Jefferson, además del primer secretario del Tesoro y otro de los padres fundadores de EE.UU., Alexander Hamilton, icono pop desde que tiene un exitoso musical a su nombre.
Se ha traído también Biden bustos para parar un tren. Lo más importante: tras su escritorio, en un pequeña mesa con fotografías, se halla el de César
Chávez, líder campesino y activista de los derechos civiles que acuñó la frase «sí se puede». Es un claro mensaje a la comunidad hispana y a los inmigrantes, a los que Chávez, oriundo de Arizona, unió en su lucha por la igualdad. El busto lo pidió expresamente en equipo de Biden a la fundación que lleva el nombre del activista, que lo cedió encantada, claro. El hijo del famoso sindicalista, Paul F. Chávez, dijo en un comunicado: «Colocar un busto de mi padre en el Despacho Oval simboliza la esperanza de un nuevo amanecer para nuestra nación».
Junto al busto de Chávez hay varias fotos personales de Biden que quieren reflejar su carácter. Una de las más visibles es la del hoy presidente con el Papa Francisco. Biden es católico practicante, y el día de su jura, el miércoles, lo comenzó con una misa en la catedral de San Mateo, donde tuvo lugar el funeral de John Kennedy en 1963. Al otro extremo de la mesa, a la derecha del presidente, hay un viejo retrato de este con su hijo mayor, Beau, que murió en 2015 de un tumor cerebral.
Desperdigados por la habitación están también los bustos del reverendo Martin Luther King y de Robert Kennedy, ambas figuras cruciales para el final de la segregación y el racismo institucional, sus vidas truncadas en sonados asesinatos en 1968. También se ha traído Biden pequeñas esculturas de Rosa Parks, activista afroamericana conocida por haberse negado a ceder el asiento a un blanco y moverse a la parte trasera del autobús en Montgomery, Alabama en 1955, y de Eleanor Roosevelt, primera dama de 1933 a 1945 y defensora de la igualdad de las mujeres. Fuera ha quedado el busto del premier británico Winston Curchill que Trump se trajo con orgullo al desembarcar en la Casa Blanca.
En general, y en esta apresurada renovación del Despacho Oval, Biden fue a por lo económico. Dejó las cortinas doradas que tanto le gustaban a Trump, pero quitó la alfombra que este había colocado y se trajo de vuelta la de los años de Bill Clinton, que tanta acción vio en aquellos años, y que es de un intenso color lapislázuli, con una cenefa de flores, y que deja apagado el resto de la sala.
No es lo único que ha cambiado el presidente en el Ala Oeste del complejo de la Casa Blanca, donde se encuentran sus oficinas. Ahora las mascarillas son obligatorias dentro del recinto, y se recomienda encarecidamente que se usen aquellas que cumplen con el estándar N95, que son las más efectivas. De repente, ante cada escritorio, se han colocado tabiques de metacrilato para prevenir el contagio por vía aérea. El coronavirus ha pasado de ser una amenaza disminuida y casi ignorada, a ser parte central de todos los planes. A partir de ahora uno no puede entrar en la Casa blanca sin haberse hecho la prueba antes, a diario. Y el aforo ha quedado drásticamente limitado.
Ya dejó claro la nueva portavoz de Biden que las máscaras son imprescindibles en este complejo. Al dar su primera rueda de prensa en el cargo, el mismo día de la jura a las 19.00, Jen Psaki llegó con dos mascarillas, una sobre la otra –la N95 y otra de color azul encima–, y sólo se las quitó para responder las preguntas. La sala de prensa, que es la misma de siempre, volvía a estar ocupada sólo por el personal imprescindible, guardando la máxima distancia de seguridad. Hubo también un drástico cambio de tono. Se acabaron los reproches y acusaciones, las constantes recriminaciones a los medios por el trato dispensado a Trump.
«Tengo un profundo respeto por el papel de una prensa libre e independiente en nuestra democracia y por el papel que todos ustedes juegan», dijo Psaki. «Como he dicho anteriormente, habrá momentos en los que no estemos de acuerdo. Seguro que habrá días en los que no estemos de acuerdo en muchas cosas, pero tenemos un objetivo común que es compartir información veraz con el pueblo americano», añadió.
Guiño a los años Clinton
Ha dejado las cortinas doradas que tanto gustaban a Trump y se ha traído la alfombra de los años de Clinton
Simbolismo decorativo
Ha recuperado Biden bustos para parar un tren... junto a fotos personales que quieren reflejar su carácter