LA GRAN ESTAFA
FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA «España es diferente y la mentira política reiterada, aunque llegue a convertirse en una estafa a los ciudadanos, no pasa factura; sencillamente se olvida. Padecemos una amnesia colectiva que parece no temer l
NO pocos lectores compartirán que vivimos una realidad de engaño desde el poder. Antes no se había conocido un presidente de Gobierno que mintiera tanto. Se trata de una gran estafa política en tres tiempos –al menos– y con afectados varios. El primer afectado es el pueblo español en su conjunto desde un golpe parlamentario, que eso fue la moción de censura de Sánchez. Afectados son los afiliados al PSOE que se encontraron de pronto con un partido diferente. Y no menos los votantes socialistas que al día siguiente de las últimas elecciones conocieron un pacto que seguiría un programa de gobierno distante al que habían dado sus votos.
Un amigo ya sin tiempo con quien tanto quería, como escribe Miguel Hernández en la dedicatoria de su «Elegía» a Ramón Sijé, en instructivas conversaciones de sobremesa me reiteró su opinión de que la fortaleza de la democracia en España no se torcería si el PSOE mantenía su alejamiento de radicalismos que a su juicio –y al mío– había conseguido Felipe González en una inteligente decisión política que a corto plazo supuso a su partido la más amplia mayoría absoluta que se ha conocido en nuestro país. A juicio de mi buen amigo, la Monarquía se mantendría en su papel constitucional pero sufriría acoso, a la par que la democracia como la conocíamos, si un día el PSOE desde el Gobierno resucitaba un largocaballerismo que podría poner en cuestión, incluso amenazar, lo conseguido en la Transición.
A aquel personaje entrañable, militar, jurista y hombre de bien, que había jugado un papel importante en la Historia reciente de España cerca del Rey, y resultó decisivo en el golpe del 23-F que viví dentro del Congreso y él en atalaya bien alta, con el paso del tiempo le considero un anticipador. Al promover Zapatero la Ley de Memoria Histórica, a cuya ponencia en el Senado pertenecí junto al para mí inolvidable Alejandro Muñoz Alonso, estaba claro que los temores de mi sabio amigo se empezaban a cumplir. Esa iniciativa no figuraba en el programa del PSOE para las elecciones de 2004 ni fue mencionada por Zapatero en su investidura, pero marcaba un camino que muchos años después de la aprobación de la ley en 2007 llegaría a confirmar los augurios de aquellas largas conversaciones tan jugosas.
La falsificación histórica fue un paso evidente en el radicalismo del PSOE hacia el nuevo partido construido años después alrededor de Sánchez. Pese a que Zapatero quiso aparecer como el padre del reconocimiento de los vencidos en 1939, en los aspectos asistenciales, económicos y de calado social, se fueron promulgando desde la llegada de la democracia una serie leyes y decretos para tratar de compensar de alguna manera las situaciones sufridas en la guerra y en la posguerra por personas afectas al bando republicano, a la parte de España controlada en la guerra por el Frente Popular. Algunas de estas normas fueron el Decreto de 5 de marzo de 1976, la Ley de 15 de octubre de 1977, la Ley de 26 de junio de 1980, la Ley de 29 de marzo de 1982, la Ley de 22 de octubre de 1984, y la Disposición adicional decimotercera de la Ley de 29 de junio de 1990 de Presupuestos Generales del Estado. La cobertura legal para paliar, en lo posible, el sufrimiento de quienes padecieron desde la izquierda la guerra civil o sus consecuencias era un buen camino.
Esas normas fueron bien recibidas entonces y hubiesen podido ampliarse, hasta aquella pirueta táctica de Zapatero que fue la Ley de Memoria Histórica, corregida y aumentada por la Ley de Memoria Democrática que anuncia Sánchez. Los historiadores no podrán tratar con objetividad la Historia porque, por encima de ellos, la decidirán los políticos a su gusto ideológico borrando de ella lo que quieran.
El giro radical de un nuevo PSOE, desde el marbete de sanchismo, ha supuesto la vuelta a los viejos tiempos de un partido histórico necesario. Sánchez asumió la responsabilidad –y el riesgo– de cogobernar con una coalición en declive cuyo líder era cuestionado por los suyos. Le salvó Sánchez. Iglesias no pensó, salvo en sueños, verse en un Gobierno. El nuevo extremismo ha reabierto la vía del resentimiento y de la división entre los españoles echando por tierra la reconciliación conseguida en el inicio de la democracia. La presencia en la primera legislatura de las Cortes Generales de personalidades del exilio tan significadas como Santiago Carrillo, Dolores Ibárruri, Pasionaria, y mi admirado Rafael Alberti evidencian esa reconciliación. Los diputados juraron o prometieron entonces ante la bandera con el águila de San Juan que sería la legal y oficial de España hasta la Ley de 1981 aunque el otro día un periodista progre y poco leído llamaba «bandera franquista del aguilucho» a la que fue también bandera oficial hasta unos años después. Y no es el único ignorante sobre este tema.
La realidad política radical que vivimos –iba a escribir padecemos– se apuntala, además, en otro engaño: la moción de censura que expulsó a Rajoy de Moncloa, basada en una sentencia que se utilizó torcidamente en el debate ya que no condenaba penalmente al partido entonces en el Gobierno. La moción fue manipulada y así lo patentizó la Justicia el pasado octubre. Lo escribí cuando la moción se produjo –«Golpe parlamentario», Tercera del 4 de junio de 2018–; la Justicia lo corroboró. La censura a aquel Gobierno no respondía, al menos, al motivo que se esgrimió en su planteamiento y debate.
El tercer puntal de la estafa política a que me refiero es que la campaña electoral que dio lugar a una apurada victoria de Sánchez –de los peores resultados obtenidos por su partido– fue notablemente engañosa y en primer lugar para sus votantes. Sánchez prometió a los electores lo contrario de lo que hizo inmediatamente después: pactó un Gobierno con Pablo Iglesias –había insistido en que eso le quitaría el sueño tanto a él como al conjunto de los españoles–. También mintió cuando aseguró una y otra vez que jamás pactaría con Bildu. No se puede mentir contra las hemerotecas, los tuits y las grabaciones de televisión. León Trotsky, que no sé si será grato a Iglesias, dejó escrito: «Tal vez descubramos la verdad al comparar las mentiras».
Pero España es diferente y la mentira política reiterada, aunque llegue a convertirse en una estafa a los ciudadanos, no pasa factura; sencillamente se olvida. Padecemos una amnesia colectiva que parece no temer las consecuencias. Los socios de Sánchez siguen soñando nacionalizaciones masivas y el entierro del sistema del 78, incluida la Monarquía, como ellos mismos proclaman. Lenin predijo ya en 1920 que «el segundo país de Europa que establecerá la dictadura del proletariado será España». Y se lo han creído.
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