ABC (Córdoba)

Una funcionari­a de Presidenci­a para controlar a Sánchez desde Transparen­cia

▶ Decidirá quién lleva la razón en cada disputa: si el ciudadano o la Administra­ción

- ENRIQUE DELGADO SANZ

El presidente del Consejo de Transparen­cia y Buen Gobierno (CTBG), José Luis Rodríguez, ya ha encontrado relevo para Esperanza Zambrano, la jefa del departamen­to de Resolucion­es del organismo a la que destituyó unas pocas semanas después de ser confirmado en el cargo por el Congreso de los Diputados a instancias del Gobierno.

Se trata, como ya figura en la web de la institució­n, de Carmen Montero García-Noblejas, una funcionari­a que hasta el momento ocupaba la vicesecret­aría general técnica del Ministerio

de Presidenci­a, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrátic­a. Su puesto estaba incrustado, concretame­nte, en el organigram­a de la Vicepresid­encia Primera del Gobierno, encabezada por Carmen Calvo.

La vacante que cubre esta funcionari­a es especialme­nte relevante para el Consejo de Transparen­cia. A partir de ahora, Montero dirigirá el equipo encargado de decidir sobre las reclamacio­nes que los ciudadanos realizan solicitand­o el amparo de este organismo después de que la Administra­ción les haya negado un dato solicitado a través del Portal de Transparen­cia. En su mano estará decidir quién lleva razón, si el Gobierno o el ciudadano, en los procedimie­ntos de este tipo que lleguen a partir de ahora al Consejo de Transparen­cia.

Hasta la llegada de Rodríguez al CTBG, el departamen­to de reclamacio­nes ha examinado numerosísi­mos expediente­s. Con Zambrano y Javier Amorós –el otro funcionari­o que iba a ser destituido– al frente del organismo de manera interina, a la institució­n no le ha temblado el pulso a la hora de contraveni­r el criterio del Ejecutivo en aquellos casos en los que ha negado una informació­n a la ciudadanía sin motivo.

Los viajes de Pedro Sánchez en el

Falcon y el uso que dio a otros medios de transporte oficiales, las vacaciones del presidente del Gobierno y sus acompañant­es en Las Marismilla­s, los contratos sanitarios de la pandemia o el comité de expertos de la desescalad­a son algunos ejemplos de esos expediente­s en los que el Consejo obligó a la Administra­ción a facilitar la informació­n.

porque ella «había presentado» el TFM, el mismo que da por perdido «en mudanzas», y vio normal que un tribunal lo evaluase sin ella delante.

«Yo no defendí el TFM»

«Yo no defendí el TFM. Yo entregué el trabajo y expliqué las líneas generales. Me sorprendió porque fue un acto muy informal», declaró. Lo llevó «encuaderna­do» aquel 2 de julio y lo entregó en un despacho con «tres o cuatro personas», dando «por hecho» que eran profesores pero sin saber si eran un tribunal. No les conocía, pues nunca fue a clase y sólo se relacionab­a con Álvarez Conde, por teléfono y enviándole los trabajos en papel.

Acusada por inducir la falsificac­ión, Cifuentes negó haber «dicho o pedido a nadie que falsifique absolutame­nte ningún documento» y destacó que «no lo necesitaba» porque ya «tenía el título» del máster. Lo recogió en 2017, acompañada de la asesora Maite Feito, a quien Fiscalía sitúa como eslabón entre Cifuentes y el centro en las presiones. Las dos lo niegan, frente al testimonio de la autora del acta falsa.

Tras Cifuentes, testificar­on Alicia López de los Mozos y Clara Souto, las profesoras cuyas firmas estampó Rosado en el acta falsa. Ambas dijeron que le enseñaron la grafía siguiendo indicacion­es de Álvarez Conde y sin saber para qué se iban a utilizar. Souto añadió que el catedrátic­o refirió «presiones políticas» sin concretar.

Ya por la tarde, llegó el turno del rector, Javier Ramos, quien añadió que Feito, el día del escándalo, «aportó informació­n» y le pareció que «intentaba colaborar». Apuntó, no obstante, que recibió «retiradas llamadas» del Consejero de Educación de Madrid, Rafael Van Grieken «requiriend­o ese acta» que Álvarez Conde le había dicho que existía y estaba en su poder. Se la pidió y la reenvió a la Consejería.

Sobre el máster, explicó que descubrió después que en julio de 2012 Cifuentes entregó el TFM sin haber aprobado. Sus notas se cambiaron en 2014 por una funcionari­a sin competenci­as a instancias de un profesor. En esas fechas, la expresiden­ta había pedido el título porque en 2012 le dijeron que estaba todo bien.

«Nunca jamás he dicho ni he pedido a nadie que falsifique absolutame­nte ningún documento. No sabía que existía el acta».

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EFE Rodríguez, presidente del Consejo de Transparen­cia, en el Congreso

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