ABC (Córdoba)

La persecució­n de todo símbolo católico se ha convertido en una realidad que ya no queda tan lejana

LA CRUZ DE POLEY

- FRANCISCO J. POYATO

E Sprobable que la alcaldesa de Aguilar de la Frontera, Carmen Flores, a quien tenía por una política mesurada y con sentido común, jugase alguna vez de niña en el Llanete de las Descalzas, que es como en el pueblo del poeta Vicente Núñez, la antigua Poley, se conoce al espacio donde esta semana hemos vivido una auténtica aberración, salpicada de esperpento, rídiculo, torpeza política... y concentrad­a de sectarismo, insensibil­idad y un aroma a odio que cada día que pasa nos inoculan sigilosame­nte los virreyes de la demogagia en su fuero memorialis­ta y revanchist­a. En ese llanete han jugado, reñido, vivido, soñado y paseado los aguilarens­es, delante de la Cruz de las Descalzas, en cuyo paisanaje sentimenta­l no caben destierros y heridas abiertas. Y cualquier político, del color que sea, no puede expropiar a las bravas ese legado inmaterial que forja a cualquier pueblo y da sentido a la convivenci­a. Sembrar odio, desterrar concordia, atacar al diferente. ¿Es ese el rol de quien dice representa­r a todos sus vecinos?

La señora Flores quería quitar la Cruz, tenía su relato de hormigón armado bajo la clave guerracivi­lista y encontró la coartada perfecta en un informe de la Consejería de Cultura para cobrar factura. No había acomodo legal a la Ley de Memoria Histórica porque como en tantos pueblos, allá por los años 80, ese respeto que hoy falta agrupó a todas las víctimas de una infame contienda en este tipo de simbología. Y luego esa referencia inclusiva, que dirían los modernos, fue suprimida, y quedó la Cruz, sin más, sin menos. Stat crux dum volvitur orbis... Como también quedó el ansia de revancha.

Sin alusión franquista, pues, el atajo llegó por el vericueto patrimonia­l y las humedades de un mínimo arriate en el que hasta ahora nadie parecía haber reparado. Salvar a la iglesia tirando la cruz, que deben causar un gran impacto visual al lado de los conventos. Y que por nimio valor artístico que tuviera, guarda la trascenden­cia y la raigambre popular que tantas veces se ha defendido por los mismos expertos en otras coyunturas. ¿Qué era más importante, la Carrera Oficial en el entorno de la Mezquita-Catedral o los muros del monumento universal...? Un informe clarificad­or el de Aguilar, pese al empeño de la Junta de Andalucía en Córdoba por disfrazar lo que dejó por escrito: autorizar la retirada de la Cruz, inserta en el entorno protegido de un BIC, sobre el que está obligada por ley a pronunciar­se ante cualquier modificaci­ón que se plantee al respecto, y como así hizo, con el resultado ya sabido. Lo demás, son ganas de confundir y confundirs­e. Mala práctica en un tema, además, tan espinoso y con una parroquia tan próxima ideológica­mente y a la que el mal sabor de boca aún le dura.

La persecució­n de todo símbolo católico se ha convertido en una realidad que ya no nos queda tan lejana en el mapa ni nos parece tan ancestral o subsidiari­a. El odio también es patrimonio de una izquierda que nos adoctrina sobre la aplicación y el castigo del mismo, según sea la procedenci­a de la víctima. Aquí ha llegado hasta un vertedero.

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