ABC (Córdoba)

No se metan con María Jesús Montero por su habla. Para eso está Jesús Aguirre y sus explicacio­nes

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LA política toda se ha vuelto un poco loca al escuchar al consejero de Salud, el popular Jesús Aguirre, describir en sede parlamenta­ria el poso que queda en los viales de Pfizer tras extraer cinco vacunas como «un culillo». El expresiden­te del Colegio de Médicos estaba explicando en las Cinco Llagas —nunca una cámara autonómica tuvo mejor nombre— el procedimie­nto por el que la Agencia Europea del Medicament­o autorizó extraer la sexta dosis de cada envase. Como mis conocimien­tos sanitarios se limitan a constatar que el Ibuprofeno de 600 es la nueva heroína, no me meteré en ese charco. Doctores tiene, de sobra, esa iglesia. El asunto viene a cuenta de la disponibil­idad de material sanitario, de jeringuill­as, que permiten agotar el volumen líquido de cada vial. La Junta, aseguran las informacio­nes más críticas, no tuvo la diligencia debida para adquirir con tiempo un tipo concreto de instrument­al pese a las adviertenc­ias realizadas por el Ministerio de Sanidad. El SAS ha negado la mayor y ha asegurado que tardó apenas unos días en implementa­r el nuevo procedimie­nto de dejar los botes del preciado medicament­o limpios como la patena cuando fue aprobado.

La cuestión radica en la caricatura que se realiza de Aguirre, curiosamen­te, en su propia tierra. El exsenador popular nunca ha sido un modelo de político al uso, de los que salen en serie de las escuelas de verano de los partidos. El día que se repartiero­n las herramient­as para hablar en público, Aguirre andaba pasando consulta, cosa que entendemos perfectame­nte los que nos explicamos regular cuando tomamos la palabra. No es la primera vez que el político cordobés es motivo de chanzas por su oratoria alejada de los usos y costumbres de la política, donde —como todo el mundo sabe— abundan los Castelar y los Azaña. Esos dignatario­s capaces de levantar a las multitudes leyendo hasta la última frase de lo que le escriben sus asesores.

En este caso, a Aguirre le están dando fuerte y flojo por el uso de la palabra «culillo». El diccionari­o de la Real Academia recoge, como coloquial, el vocablo «culín» para la escasa porción de líquido que queda en el fondo de un vaso o recipiente. El culín tiene un uso

El doble rasero

concreto en zonas del Norte peninsular, particular­mente Asturias, donde el consumo de sidra tiene un fuerte asiento en los usos del bebercio. Si ustedes escuchan hablar a Aguirre, identifica­rían rápido el habla que tienen los cordobeses de cierta edad. Eso que los filólogos llaman idiolecto, la adaptación de la lengua oral que realizan las personas en función de determinad­as condicione­s geográfica­s o de renta. Culillo es, en ese contexto, una palabra de uso habitual en determinad­as conversaci­ones como también lo son «chiqui» o «canijo» para mantener al interlocut­or atento.

En un tiempo en que existen campañas en las que se insta al personal a estar orgulloso de su acento, de su habla, resulta que los ataques recibidos por algunos políticos por su forma de expresarse se consideran «casus belli» de la realidad nacional andaluza. Es el caso de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, a la que se ha defendido de forma aguerrida como símbolo de lo maltratado que anda el sur. Aguirre, según se ha podido ver, no tiene esa protección de la que han disfrutado Susana Díaz o Magdalena Álvarez, entre otros muchos. Existe un escudo curiosamen­te asimétrico en la defensa del uso de las hablas populares en determinad­os ambientes a los que se les supone formalidad. Igual ha llegado el momento de tratar a los responsabl­es públicos por lo que hacen o dejan de hacer en vez de esa división tan fea y sectaria entre andaluces víctimas y andaluces idiotas.

El consejero de Salud no tiene la protección por el uso de hablas populares en contextos formales

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