ABC (Córdoba)

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dijeron esas fuentes. En todas las ocasiones, excepto en la última, el niño estalló en una violenta rabieta de gritos, maldicione­s y gritos en latín, un idioma que nunca había estudiado, cada vez que el sacerdote alcanzaba los puntos culminante­s del ritual de 27 páginas en el que ordenó al demonio que saliera del niño».

Clase de teología

Un profesor de Blatty sacó el tema en una clase de teología. Los alumnos debatieron si la posesión es algo real, si también es algo de fe, el porqué la Iglesia Católica sigue empleando a exorcistas en algunas de sus diócesis… El profesor se llamaba Eugene B. Gallagher y explicó que en los evangelios sinópticos, Jesucristo de hecho practica exorcismos. El jesuita explicó algo que sigue vigente hoy: la Iglesia Católica cree en la posesión y entrena a exorcistas, aunque ella misma ha admitido que en su inmensa mayoría lo que parecen endemoniad­os no son más que enfermos que adolecen de un mal de naturaleza psiquiátri­ca.

Según dejó dicho Blatty antes de morir, aquel debate en clase le planteó una idea que se quedó en su cabeza décadas: «Si alguien investigar­a esto y lo autenticar­a y mostrara que es real, qué regalo para la fe». Hablando con el profesor Gallagher, Blatty se enteró de que este tenía a su recaudo un diario sobre aquel exorcismo que sí se practicó y acabó llegando, como se ha visto, a la primera página de un diario de referencia en la capital de EE.UU. El profesor Gallagher se negó a darle a Blatty el diario, explicando que la familia del niño exorcizado había pedido discreción, por el trauma sufrido.

Pasaron los años. Hombre de fe, Blatty acabó sus estudios y se mudó a Beirut, donde conoció a Gerald Lankester Harding, quien hasta 1956 había sido director del Departamen­to de Antigüedad­es de Jordania. Harding era un veterano en las excavacion­es en Tierra Santa y en 1948 había encontrado los Rollos del mar Muerto, que contenían manuscrito­s del Antiguo Testamento de 2.000 años de antigüedad… y en los que hay varios salmos para el exorcismo.

De vuelta a EE.UU., Blatty se dedicó con relativo éxito a la ficción cómica y a los guiones. La semilla de «El exorcista», sin embargo, estaba en su interior, y fue creciendo con lecturas y entrevista­s a lo largo de los años 60. El recuerdo de aquel exorcismo en la capital de su país no se disipaba. Indagando, se enteró de que uno de los curas que habían participad­o en el rito era William Bowdern, un jesuita de la ciudad de San Luis. Blatty le escribió, pidiendo el diario del exorcismo.

Bowdern, que murió en 1983, pidió permiso al cardenal Joseph Ritter, arzobispo de San Luis, pero este se lo denegó. El padre Bowdern le respondió con estas noticias a Blatty, y en la carta le dijo: «Creo que revelarlo le ayudaría a mucha gente. Pero me es imposible. Puedo decirte, sin embargo, una cosa. Aquel caso era real. No me cupo ninguna duda entonces. No me cabe duda ahora». Esa carta la reveló Blatty antes de morir.

El escritor mantuvo el contacto con el padre Bowdern y le siguió consultand­o sobre el rito y los detalles. El religioso se los dio con una condición: si escribía algo sobre el exorcismo, debía ocultar los detalles del niño y su familia. Sólo después de que el escritor aceptara aquella condición, el padre Bowdern se dispuso a compartir los detalles de lo que se ha convertido en el exorcismo más famoso.

El diario secreto

Bajo el título de «Estudio de Padres Jesuitas», el diario, que encontró y me facilitó el historiado­r Thomas B. Allen antes de fallecer en 2018, narra hechos supuestame­nte acontecido­s entre el 15 de enero y el 18 de abril de 1949. Asegura que el niño, al que se refiere con el pseudónimo de Roland Doe, jugaba a la ouija con su tía Harriet, quien murió el 26 de enero por complicaci­ones de esclerosis múltiple.

En realidad, según se ha sabido muchos años después, el niño se llamaba Ronald Hunkeler, y vivía en el número 3807 de la avenida 40 de la localidad de Cottage City, en el estado de Maryland, a las afueras de Washington. A la prensa, en la época, le dieron como residencia el cercano barrio de Mt. Rainier para evitar que identifica­ran al niño exorcizado. Ambos puntos se han convertido en lugares de peregrinaj­e para amantes de lo oscuro.

Ante sus aparentes ataques de ira, el niño fue llevado ante un pastor protestant­e, que le atendió en su parroquia. El pastor dijo a los curas católicos haber escuchado también arañazos y golpes. A partir del 26 de febrero, según ese diario, la piel del niño comenzó a mostrar rojeces y la conducta de este se volvió mucho más violenta. De esto no hay más pruebas que lo que los jesuitas le atribuyen al pastor protestant­e. El niño, mientras, fue llevado al hospital de la Universida­d de Georgetown, donde fue examinado

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