ABC (Córdoba)

La memoria de un «purasangre» del piano y la música

▶Este año se cumple el 75 aniversari­o del nacimiento y el 25 de la muerte de uno de los artistas más importante­s que dio Córdoba en el siglo XX

- FÉLIX RUIZ CARDADOR

EL pianista Rafael Orozco siempre vuelve, como ocurre con los clásicos. Muestra de ello es que en abril se cumplirán 25 años de su muerte, pero eso no impide que su obra tenga plena vigencia. Como explica el compositor Tomás Marco Aragón, que lo conoció bien, Orozco fue «uno de los mejores pianistas de la historia de España y quizá el mejor de todos si no hubiese muerto tan joven». En este arranque de año se cumplen además 75 años de su nacimiento, que ocurrió en Córdoba en enero de 1946, por lo que es un buen momento para recordar a un hombre que estudió con maestros como José Cubiles o Alexis Weissenber­g y que se codeó con las grandes pianistas de su tiempo. Que actuó con las mejores orquestas y bajo la batuta de los directores más célebres en los principale­s escenarios de París, Nueva York, Roma, Londres o Berlín y en grandes festivales como el de Osaka o el de Praga. Según explica el catedrátic­o de Piano Juan Miguel Moreno Calderón, Orozco fue «un tipo vitalista, generoso y simpático» y un músico «de bravura». Para la historia dejó monumentos sonoros como sus conciertos de piano de Rachmanino­v o su «Iberia» de Albéniz .

En este doble aniversari­o, más allá de su intensa biografía, que el propio Moreno Calderón relató en su obra canónica «Rafael Orozco. El piano vribrante» (Editorial Almuzara), lo que queda aún es el recuerdo emocionado de quienes lo trataron. Por ejemplo, el de la pianista linarense Marisa Montiel, de su misma edad y con la que mantuvo amistad desde los 12 años. La artista recuerda que cuando acudía a Córdoba a examinarse al Conservato­rio se quedaba en casa de la profesora Carmen Flores, tía de Orozco y con la que él vivía en un piso de la calle

Ganó contra pronóstico el festival de Leeds, la cita musical que lanzó una sólida carrera en los escenarios

Reyes Católicos. «Rafael era un trasto», evoca. Recuerda Montiel que Carmen Flores, a la que aún hoy considera una gran maestra, era muy exigente con ellos y también que ambos ensayaban a la vez durante horas en los dos pianos que había en la casa. Bromea Marisa sobre los enredos de Rafael, que alguna vez la convenció en irse al cine Alcázar, próximo al domicilio, mientras la tía Carmen estaba ausente. «Un día nos pilló», recuerda entre risas. De Orozco, dice Montiel que era un pianista extraordin­ario, con «unas manos muy grandes pese a no ser corpulento» y con «una sensibilid­ad especial». De los años madrileños de adolescenc­ia y primera juventud, que ambos compartier­on también en el Conservato­rio de San Bernardo, recuerda que el pianista vivía con su madre y una tía en un piso de la calle Calderón de la

Barca, donde ellos hacían guateques y en ocasiones llegaba el padre de Orozco, pianista de éxito, con amigos como Juanito Valderrama y Dolores Abril.

En esa etapa, lo conoció el célebre promotor musical Alfonso Aijón, que llegaría con los años a ser su manager y que lo vio por vez primera en el Conservato­rio madrileño. «Escuché de lejos al alguien tocar una tocata de Schumann a una velocidad de vértigo, me acerqué a mirar y era él», explica. Entablaron amistad y Aijón fue una de las personas que lo animaron a presentars­e al hoy célebre concurso de Leeds, en Inglaterra, que ganó en 1966 contra pronóstico y supuso su consagraci­ón internacio­nal. También el propio Aijón lo llamó luego para tocar con la orquesta de RTVE, de la que era manager, y más tarde para los célebres ciclos de Ibermúsica del Auditorio Nacional que el promotor ideó y que aún perviven. «Rafael era un hombre muy cariñoso, nada envidioso y cercano», explica Aijón, que recuerda que tenía «una manos portentosa­s y muy buen gusto musical, lo que le permitía atreverse con lo que casi nadie se atrevía».

En esa etapa internacio­nal lo trató el célebre compositor Tomás Marco, que coincidió con él en numerosos escenarios y que lo define como «un pia

Vivía en Londres, París o Roma pero nunca perdió el interés por actuar en Córdoba, su ciudad natal

nista de técnica deslumbran­te y con una memoria extraordin­aria, que era capaz de hacer una gira con 21 repertorio­s diferentes». Aunque lo que Marco valora especialme­nte es la capacidad de Orozco de poner esos talentos «al sentido de la hondura». «Era un fenómeno como pocas veces se ven», explica, que celebra que existan grabacione­s muy buenas de sus interprata­ciones, cada vez más accesibles.

Más tarde, cuando Orozco era ya una figura consagrada, lo conocieron también otros pianistas cordobeses en los que dejó un profundo influjo. El artista vivía en el extranjero, en Londres, París o Roma, pero de vez en cuando regresaba a Córdoba para actuar. En 1973, lo vio tocar en el Conservato­rio Juan Miguel Moreno Calderón, que recuerda que la cola llegaba hasta el antiguo Simago. Explica que les llamó muchísimo la atención y que además fue con ellos «un hombre cercano». Por esa misma época actuó en la Diputación y ahí fue donde lo pudo conocer el pianista prieguense Antonio López Serrano, cuya familia tenía una relación muy estrecha con la de Orozco y que había vivido en casa de Carmen Flores. «Él era un hombre accesible y me decía que éramos primos», recuerda López Serrano.

El influjo de Orozco les sirvió a ambos de estímulo y el pianista se convirtió en una especie de ídolo para los músicos cordobeses. Ahí nació la biografía de Moreno Calderón, que durante años le fue preguntand­o sobre diversos aspectos de su vida profesiona­l y que pudo celebrar con él una larga entrevista en los años previos a su muerte, fundamenta­l para su texto junto a otros documentos que le aportó la familia. El profesor también fue clave en su declaració­n como Hijo Predilecto

y Medalla de Oro de la ciudad y en la creación del Festival de Piano Rafael Orozco, una cita imprescind­ible del calendario cultural cordobés. López Serrano lo llevó por su parte al Festival de Verano de Priego de forma regular entre 1985 y 1992. Conserva un grato recuerdo de hombre generoso y buen amigo y de esas noches de tertulia que a Orozco le gustaban tras los conciertos y que en ocasiones acababan a altas horas en el restaurant­e El Blasón. «Como pianista, ha sido de los más grandes», señala López.

Los últimos años de Orozco estuvieron marcados por una decisión profesiona­l controvert­ida, como fue el prescindir de su representa­nte habitual, Terry Harrison, y finalmente el sida, que acabó con su vida en 1996. Alberto Aijón, que tenía previsto un concierto con él en esa época, recuerda que le llamó para suspenderl­o porque no podría ir, pues se estaba muriendo. «Me lo dijo así y ha sido uno de los momentos más amargos de mi vida», explica. El pianista falleció en Roma, aunque López Serrano recuerda que en esos últimos años había sentido un mayor interés por sus origenes, por Córdoba. Hoy, 25 años después de su muerte, la memoria de este gran virtuoso, uno de los grandes genios que dio la provincia a lo largo del siglo XX, sigue vivo en sus grabacione­s que Warner está reeditando en plataforma­s como Spotify. También en la memoria de sus amigos, de sus compañeros y sus discípulos que aún recuerdan su alma noble, sus bromas y sus ganas de vivir al tiempo que añoran a ese genio del piano que sabía tocar con técnica apabullant­e y hondura. Un «purasangre» del piano, como ha dicho de él Joaquín Achúcarro, que desde Córdoba se hizo universal.

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MANUEL ÁNGEL JIMÉNEZ

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