ABC (Córdoba)

EL BÁLSAMO DE UN PASEO

Bares cerrados e iglesias abiertas en un anochecer lleno de emociones estéticas

- FRANCISCO SOLANO MÁRQUEZ

Querida Córdoba: Conviene andar, estirar las piernas, como aconsejan los médicos para contrarres­tar el sedentaris­mo pernicioso. Una de las opciones más sugestivas es adentrarse en tu casco antiguo y callejear sin rumbo, al acecho de la emoción que surge al doblar una esquina o adentrarse en una calle solitaria. En la tarde avanzada, cuando los bares sufrientes, ay, han recogido los veladores y cerrado sus puertas, traspaso la Puerta del Colodro para ir al encuentro de tu iglesia de Santa Marina, cuya piedra resplandec­e al morir la tarde, mientras Manolete, enfrente, congela el gesto a la espera de un toro imposible. Bajo el azulejo del Resucitado parpadean unas lámparas rojas, haciendo guiños a las palomas refugiadas en los aleros.

En los ventanucos del convento de Santa Isabel de los Ángeles, recayentes a la plaza, no se oye, como en otros tiempos, el alboroto de las gallinas, cuando las Clarisas, manos santas, elaboraban en su obrador mojicones, roscos de anís y finos hojaldres. Pero las monjas se marcharon y nadie ha explicado dónde ha ido a parar el rico patrimonio artístico que atesoró el cenobio durante siglos. Tras el ruido que provocó aquella venta a una cadena de hoteles, entre el silencio de monseñor y la pasividad de las autoridade­s, Santa Isabel permanece cerrado sin signo de albañiles. ¿Sangras aún, Córdoba, por esa herida o estás ya acostumbra­da a los expolios?

Calle Santa Isabel abajo, enseguida reluce, en la plazoleta de Don Gome, la portada manierista de Viana cuyo blasón realzan los reflectore­s. Por la calle inmediata me acerco a la plaza de San Agustín, donde juegan los niños como en el patio de su casa, mientras Ramón Medina contempla la fachada de la iglesia desde un ángulo discreto, su busto semioculto por los arriates desafortun­ados que han quebrado el encanto de una plaza popular. Puros mamotretos. Me adentro ahora en el Pozanco de patios confinados y me siento abrazado por la estrechez de la calle Custodio antes de desembocar en la plaza de San Rafael. La iglesia neoclásica del Juramento invita a entrar, para recibir su baño de paz y de silencio. En la penumbra brilla el camarín del Custodio como un ascua.

El abandonar el templo de las torres gemelas suena una campana, la de tu cercana parroquia de San Lorenzo, y al desembocar en su placita observo sorprendid­o una candela crepitante bajo el pórtico medieval –ah, claro, es el día de la Candelaria– mientras el sacerdote invita a un grupo de feligreses a prender sus velas en la llama, símbolo de Jesús, luz del mundo. Ha sido un anochecer lleno de emociones estéticas, con bares cerrados e iglesias abiertas. Las calles, sin turistas, aunque sí gente de los barrios. Y un mágico sosiego que invita a agradecert­e, Córdoba, que nos regales momentos como estos.

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