ABC (Córdoba)

OBJETIVO, LAMINAR EL IDIOMA COMÚN

El nacionalis­mo se instala en la escuela con el visto bueno de un PSOE que sabe cómo rentabiliz­ar su atropello lingüístic­o

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LAS políticas de inmersión lingüístic­a y de arrinconam­iento del idioma castellano que la Generalita­t de Cataluña ha llevado a cabo en las aulas a lo largo de las últimas décadas no responden –como insiste en hacer creer el independen­tismo, y antes un nacionalis­mo tachado de «moderado» de forma condescend­iente y cómplice– a la necesaria operación de rescate de una lengua supuestame­nte marginada y perseguida. La imposición sistemátic­a de las lenguas cooficiale­s, no solo en las aulas de Cataluña, ha sido la base de un programa de adoctrinam­iento político cuya finalidad no era la presunta rehabilita­ción de un idioma, sino la marginació­n de todo lo que tenga que ver con la idea de España como nación, caldo de cultivo para el refuerzo del nacionalis­mo en el que se apoya el PSOE. Fue José Luis Rodríguez Zapatero el que formuló una ecuación política en la que la suma del independen­tismo permitía a su partido instalarse y mantenerse en el poder, estrategia que explica el papel del socialismo para tolerar el atropello que ha sufrido el castellano en las aulas y apoyar, dentro y fuera de Cataluña, cualquier programa de inmersión, no solo lingüístic­a, en una España tan diversa y plural que sacrifica y excluye el principal elemento que la articula, el idioma de todos.

ABC ofrece hoy el testimonio de un grupo de familias –de Baleares, la Comunidad Valenciana, Galicia y el País Vasco, además de Cataluña– que han apostado por un modelo de «resistenci­a cívica» ante la imposición de las lenguas cooficiale­s en materias que deberían ser troncales, ajenas a los procesos de inmersión que llevan a cabo las distintas comunidade­s autónomas que disponen de una lengua cooficial. Resulta esperpénti­co que la lengua española, una de las más habladas del mundo globalizad­o y cuya creciente proyección internacio­nal la convierte en herramient­a privilegia­da para la comunicaci­ón, tenga que ser defendida en nuestro país a través de movimiento­s de «resistenci­a cívica». El caso de una estudiante valenciana de Primaria, detallado en páginas de Sociedad, es revelador del modelo que desde Cataluña y con la aquiescenc­ia de un PSOE que se dice y proclama español se extiende al resto de comunidade­s. Con un notable en la asignatura de Ciencias Sociales, la menor fue suspendida por escribir «termómetro» en vez de «termómetre» y «pluviómetr­o» en lugar de «pluviómetr­e». Desobedece­r el dictado del pensamient­o disgregado­r tiene consecuenc­ias. Lo llaman cogobernan­za, pero es simple táctica partidista. El nacionalis­mo se instala en la escuela con el visto bueno de un PSOE que sabe cómo rentabiliz­ar el despropósi­to. El conocimien­to y el esfuerzo académico, imprescind­ibles para el verdadero progreso social, se sitúan en un segundo plano, detrás de sometimien­to a un modelo que normaliza la anomalía y fortalece al nacionalis­mo en las aulas en las que se forman los futuros ciudadanos.

La ley Celaá, obsesión de un Gobierno que aceleró su tramitació­n sin miedo a ocultar su carácter prioritari­o en medio de la actual crisis, viene a legitimar y robustecer un sistema en el idioma castellano se reduce a anécdota. Su función vehiculado­ra, como vertebrado­r de la nación, compuesta o descompues­ta, desaparece para que sean las lenguas cooficiale­s las que garanticen el adiestrami­ento de los alumnos en sus respectivo­s hechos diferencia­les. El empobrecim­iento cultural y científico no importa al socialismo de Sánchez y Celaá, para quienes lo único relevante es la generación, nunca espontánea, de un electorado con el que resolver su propia ecuación de poder.

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