EL 14-F DEL DRUIDA
Habrá que mirar la cabeza de la clasificación de los tres primeros del 14-F, pero el druida escrutará para el jefe los entresijos de la parte baja de la tabla
UANDO se cuenten los votos, por las manos enguantadas de ciudadanos vestidos de astronautas, Sánchez le preguntará al druida Redondo el siguiente paso. Dependerá de cómo se han cumplido los planes de destrucción masiva de la alternativa a su poder para 2023. Basta con que Illa sea primero y los Podemos catalanes le sumen su pizca. A ERC ya le han dado la poción mágica de La Moncloa con una negociación que acabará en indulto «a la remanguillé», y un tajo más al 78 sin que se note mucho. Sánchez aspira a colocarse entre medias de los extremos a los que alimenta. Coquetea con el decisivo Junqueras y a la vez le echa un piropo a Abascal por permitirle manejar a sus anchas y sin control parlamentario –o de una agencia independiente– lo que en expresión técnica del profesor Pedro Fraile se define, históricamente en economía, como «un fangote de guita». Con la pandemia aparcada en las autonomías hasta que nos inunden las vacunas, Sánchez espera a que el maná europeo caiga sobre las cabezas que la oficina del druida decida.
Como en la «Omaha beach» de Spielberg: «Cada centímetro de playa es un objetivo». Si Illa recupera votantes de Ciudadanos en el cinturón metropolitano de Barcelona construirá un pontón. El partido de Arrimadas se conforma con llegar a 12 (36 de 2017). Para Sánchez, marchando una reducción naranja de aperitivo. Con un Ciudadanos grogui, pidiendo la cuenta de protección, solo le falta que Vox sobrepase al PP para que Casado se vea copado por esas voces internas, escondidas entre las comillas, que del silencio mariano han pasado a la incontinencia verbal. Habrá que mirar la cabeza de la clasificación de los tres primeros del 14-F, pero el druida escrutará para el jefe los entresijos de la parte baja de la tabla. Un PP hundido en el farolillo rojo abre la puerta hacia 2027. Sin alternativa posible, Sánchez quiere una tierra media salvadora entre el independentismo supremo catalán y un nacionalismo español encastado al que, por cierto, el comando ultra y pardo de la estelada sacude con la misma saña que lo hacía ya con el centro y la derecha liberal constitucionalista.