LAS IDEAS TIENEN CONSECUENCIAS
Cataluña sólo podrá recuperar su unidad si decaen las ideas erróneas que sostienen
COMO la Ley de Sopicaldo Penevulvar en ciernes ha puesto otra vez sobre el tapete el concepto de «autodeterminación» aprovechamos para señalar una evidencia que ya hemos insinuado en ocasiones anteriores desde este rincón (cada vez más arrinconado) de papel y tinta. Negar el «derecho de autodeterminación» colectivo contra una realidad histórica y política de existencia cada vez más precaria, a la vez que se afirma el «derecho de autodeterminación» individual contra las más clamorosas realidades biológicas, está llamado al fracaso.
Ejerciendo el llamado «derecho de autodeterminación», podemos destruir los vínculos familiares, asesinar a nuestros hijos, mutilar nuestro cuerpo y hasta exigir que nos maten; podemos, en fin, atentar contra el bien común de las formas más egoístas. En cambio, ese mismo «derecho de autodeterminación» no sirve a los independentistas catalanes para obtener sus fines, aunque sean mayoría. La unidad biológica más íntima puede ser barrida de un plumazo; en cambio una falsa unidad que ha perdido su causa eficiente y que –en el mejor de los casos– se sostiene sobre causas instrumentales, no puede disolverse. El omnímodo «derecho de autodeterminación» que nos permite las aberraciones más variopintas, pisoteando los principios fundantes de cualquier civilización digna de tal nombre, decae misteriosamente cuando se trata de mantener la unidad de hormiguero del régimen político vigente, que ya no se funda en realidades naturales: ni históricas (que hoy se niegan u ocultan) ni políticas (puesto que se descree del bien común).
Al no reconocer un orden del ser, el régimen político vigente niega la existencia de vínculos naturales, tanto verticales como horizontales; en cambio, convierte en intocables los vínculos puramente contractualistas. Así, se ha dado lugar a una forma de coexistencia horrenda sin causa eficiente, sin unidad interna ni moral, por mera agregación de individuos sin amor ni lealtad que se soportan a duras penas, en virtud de un «contrato social» vigilado por leyes y otras medidas coercitivas. ¿Alguien en su sano juicio piensa que en una «disociedad» así, donde cada persona puede independizarse del orden del ser cuando le apetezca, se puede evitar que los independentistas catalanes acaben logrando la separación de Cataluña?
A los independentistas catalanes se les podrá, desde luego, embaucar durante cierto tiempo, que es lo que ahora pretende el nihilista doctor Sánchez, con «macaneos» vacuos que dilaten los plazos. Pero las ideas tienen consecuencias; y la idea errónea y corrosiva de la «autodeterminación» acabará imponiéndose fatalmente en todos los ámbitos, también allá donde hoy no conviene al régimen político vigente (que, por lo demás, al ser por completo amoral, podrá mañana cambiar de conveniencia como quien cambia de sexo o de cónyuge). Cataluña sólo podrá recuperar su unidad interna y moral –natural– dentro de España si decaen las ideas erróneas y disolventes que sostienen este régimen; lo demás es macaneo.