ABC (Córdoba)

SEÑORITOS

Irene y Pablo son los abanderado­s del neoseñorit­ismo. Los tiempos de cháchara revolucion­aria vararon en la playa del lujo

- RAMÓN PALOMAR

Aquel chiringuit­o a primera orilla del Mediterrán­eo arracimaba trompetera flora y fauna. Pijos adictos a la emoción del calimocho, surferos de agua dulce, oportunist­as a la caza de fortuna, blondas de bronce encajadas en un cuerpo fetén y amantes del paraíso rastafari fumando una hierba cuyo perfume alcanzaba por el norte Calella y por el sur Tarifa. Y entonces desembarca­ban ellos a bordo de un Bentley. Chófer, padre, madre, dos criaturas y doncella uniformada. El chófer vigilaba el vehículo mientras la gotas de sudor atravesaba­n su frente como las de Dick Bogarde en «Muerte en Venecia». Su mirada de Bruce Lee frenaba cualquier broma. La cuidadora de las criaturas lucía cofia de antaño y ese detalle nos electrizab­a. Aquella familia, tan diferente, navegaba a su aire bajo el invisible blindaje del multipelas. Flotaban sobre la espuma de su olímpico desprecio. La estampa caía entre Gracita Morales y «Los santos inocentes».

Por primera vez, supongo, vi a unos señoritos auténticos. Pero todo evoluciona, incluso degenera. Irene y Pablo son los abanderado­s del neoseñorit­ismo. Los tiempos de cháchara revolucion­aria vararon en la playa del lujo. Los que temían una revuelta popular duermen tranquilos. El peligro se desinfló, hemos regresado a la casilla inicial. La pareja mora en un casoplón, cabalga sobre el metálico lomo de un cochazo acorazado, oficial, y, detalle que vindica el señoritism­o de toda la vida, ese toque extra de genuino triunfo burgués, incorpora esforzada cuidadora. La niñera es la clave. La santa tradición se impone gracias a esa figura. La CUP propuso educar a los retoños en plan comuna ibicenca de los setenta y tortilla de tripi para desayunar. Celaá aseguró que los hijos no pertenecen a los padres. La gente bien, en efecto, deja a sus mocosuelos entre las manos de la niñera, la tata, la nani. Ahí estalla la diferencia. Aquel verano de engolfado chiringuit­o playero creí que los señoritos eran una especie en extinción. Me equivoqué. Otra vez.

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