Los rostros de iconos de espiritualidad
▶ La Fundación Mapfre dedica al artista ruso una retrospectiva con un centenar de obras
Pese a las restricciones sanitarias, los límites de aforos y confinamientos perimetrales, las instituciones culturales sobreviven como pueden. Que no es poco. La Fundación Mapfre ha conseguido sacar adelante dos exposiciones (no resulta fácil conseguir préstamos), que abren mañana sus puertas: una dedicada a la fotógrafa japonesa Tomoko Yoneda y otra al pintor ruso Alexéi von Jawlensky (1864-1941), un excelente artista que, pese a ser poco conocido en España, sí lo es en Estados Unidos, Suiza y Alemania, donde le han dedicado importantes exposiciones.
De familia aristocrática, estaba destinado a seguir los pasos de su padre en el Ejército, pero en sus memorias recuerda dos episodios que marcaron su rumbo: a los nueve años, la visión de un icono de la Virgen en una iglesia polaca; y a los 16, su primer contacto con la pintura en una exposición en Moscú en 1880. «Desde ese día el arte ha sido mi única pasión, mi sancta sanctorum, y me he dedicado a él en cuerpo y alma», revelaba. Alumno del pintor Iliá
Repin en la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo, al igual que su amigo Kandinsky inició una obsesiva búsqueda de lo espiritual en el arte.
En buena medida, sus obras son una versión moderna de los iconos rusos que tanto le fascinaban. Según el comisario de la muestra, Itzhak Goldberg, gran especialista en el pintor, «es el icono el que, reemplazando progresivamente a la cara, o superponiéndose a ella, constituye la espina dorsal de su obra».
‘Jawlensky. El paisaje del rostro’, organizada por la Fundación Mapfre junto con el Museo Cantini de Marsella y La Piscine de Roubaix, exhibe, hasta el 9 de mayo, un centenar de obras, de gran fuerza visual, de este pintor que funda con Kandinsky, Klee y Feininger el grupo Los Cuatro Azules. Fue uno de los artistas tildados de degenerados por los nazis, que se incautaron de 72 pinturas suyas conservadas en museos alemanes. A caballo entre la figuración y la abstracción, entre el expresionismo alemán y el fauvismo, el color invade su obra desde 1903. Colores intensos, estridentes, vibrantes.
Son célebres sus caras, sus rostros, despojados de cualquier expresión psicológica y referencia sentimental. Más que retratos son estereotipos, soportes para expresar la espiritualidad. Los despersonaliza y reduce a lo esencial: ojos abiertos, desencajados, boca y nariz apenas esbozadas, orejas que desaparecen. «Sentía la necesidad de encontrar una forma para la cara, porque había entendido que la gran pintura solo era posible teniendo un sentimiento religioso, y eso solo podía plasmarlo con la cara humana», confesaba tres años antes de su muerte.
Deudor de Van Gogh (‘Autorretrato con sombrero de copa’), Cézanne (‘Helene con chaleco rojo’) y Gauguin (‘La lámpara’), Jawlensky también sigue los pasos de Matisse, Derain, Vlaminck o Picasso, con sus máscaras africanas. Nunca estuvo en España, pero pinta algunas mujeres españolas. Hay buenos ejemplos en la exposición. Cuelga también una selección de sus cabezas de preguerra, místicas y geométricas, que se van haciendo cada vez más abstractas. Tampoco faltan sus ‘Meditaciones’, que pinta obsesivamente en formatos pequeños, hondos y espirituales. Las formas se reducen al mínimo, aunque los colores mantienen la misma fuerza expresiva. Él las llamaba ‘Canciones sin palabras’. Su nieta Angelica, ‘Oraciones sin palabras’. En 1914 tuvo que abandonar Alemania y se exilió en Saint-Prex, un pequeño pueblo suizo. Aquejado de una artritis reumatoide que fue degenerando y paralizando su cuerpo, acabó su vida en Wiesbaden pintando paisajes y flores.
Cabezas
De arriba abajo, ‘Princesa Turandot’ (1912), Centro Paul Klee, Berna, y ‘Cabeza mística: Anika’ (c. 1917) Kunsthalle, Emden