Cena con televisión en el estudio del presidente.
Un pequeño ejército de empleados invisibles trabaja para el hombre más poderoso del mundo
Son días de cambio en la Casa Blanca. Y por primera vez en la historia, una familia, la de Donald Trump, se ha marchado sin recibir personalmente a los que venían tras ellos, los Biden. Han sido los pasados meses muy tensos en esta residencia presidencial, entre la pandemia, que ha llegado hasta los aposentos del jefe supremo; las protestas de todo tipo que han rodeado este viejo edificio, y el traspaso de poderes más inusual y atribulado que se recuerda aquí en Washington. Los Biden, sin embargo, no se han encontrado un solo problema al estrenar vivienda. Su mudanza ha estado completamente libre de contratiempos. El motivo es que esta residencia, una de las más célebres del mundo, cuenta con una plantilla de personal que desde tiempo inmemorial, pase lo que pase y venga quien venga, se encarga de que todo funcione como un reloj.
El personal de la residencia de la Casa Blanca es en su gran mayoría de raza negra o hispanos, y en buena parte son mayores de 60 años, según ha hallado Kate Andersen Brower, investigadora experta en el tema y autora de un manual de referencia sobre este recinto titulado ‘La residencia’ (en inglés, ‘The residence’). Son ujieres, mayordomos, limpiadores, floristas, cocineros, jardineros, carpinteros, y pintores a tiempo completo encargados de mantener impoluto este recinto; personal de la más estricta confianza mande quien mande, acostumbrado a conducirse con una discreción absoluta. La prueba es que de los cuatro años de presidencia de Trump, plagados de filtraciones y escándalos, ni un solo rumor de su vida privada ha llegado a medio de comunicación alguno. Son estos empleados invisibles los custodios de la vida privada del político más poderoso del mundo.
HABITACIONES SEPARADAS. No es fácil recibir una invitación a la residencia. Los visitantes se suelen quedar en la planta a ras de suelo ante la entrada principal, donde están las salas para las conferencias de prensa, las recepciones diplomáticas y las cenas de gala. Lo que desde afuera parece un edificio de dos plantas en realidad contiene seis alturas. Abajo, en el subsuelo, hay otros tres pisos con salas que se emplean como museo, y las tripas y maquinaria del edificio, con las calderas, los talleres y hasta una bolera. Arriba, están las dos plantas en las que reside la familia presidencial: la residencia privada y el ático. Son esas dos plantas superiores las que ocupan el presidente y su familia mientras ejerce el cargo. Cada inquilino las decora y distribuye a su gusto.
Un gran cambio ocurrido ahora, por ejemplo, es que el presidente y su mujer vuelven a dormir en la misma cama, algo que no era costumbre en los años de Trump, que mantenían suites separadas.
Lo cierto es que lo de dormir juntos es algo relativamente nuevo. Según varios biógrafos presidenciales, fueron los Carter los primeros en compartir habitación y colchón en la historia moderna. Mantuvieron la costumbre todos los demás hasta que Bill Clinton engañó a su mujer con la becaria Monica Lewinsky, y Hillary mandó al presidente a dormir al sofá durante al menos cuatro meses en 1998. Andersen Brower fue quien reveló este monumental enfado, y asegura que, tras hablar bajo condición de anonimato con varios empleados de la residencia, «las mujeres del servicio pensaban que estaba recibiendo su merecido». Es más, un día Clinton apareció en sus oficinas, en el Ala Oeste (que es un anexo) con un moratón en la ceja. Y aunque él dijo que se dio con una puerta, varios empleados de la residencia confesaron años después a Brower que están convencidos de que su mujer le golpeó con un libro.
Los empleados de la Casa Blanca se encargan de todo lo que tiene que ver con la vida privada del presidente. Limpian, lavan y cocinan. Hacen recados. Acompañan a su inquilino principal hasta el Despacho Oval cada mañana, y le recogen cuando acaba su jornada. Los ujieres están ya de guardia antes de que el presidente amanezca, y, tomando turnos, no se van hasta que se ha dormido. Con Biden es relativamente fácil, pues el presidente no es madrugador y no suele quedarse en su oficina, el Despacho Oval, hasta muy tarde. Trump (que le puso a Biden el apodo de ‘dormilón’) era más impredecible, y solía madrugar y acostarse tarde, pero no para trabajar sino para darle al Twitter. De los presidentes más difíciles en cuanto a horarios, los empleados recuerdan a Lyndon Johnson, que se levantaba antes de que saliera el sol y trabajaba hasta ya entrada la madrugada.
Aunque nunca se permiten una indiscreción, los historiadores han podido reconstruir cuán populares han sido los presidentes entre el personal que les ha atendido durante su paso por la Casa Blanca. Sin duda, la estrella, hasta hoy, es George Bush padre, fallecido en 2018. Es, según Anderson Bower, el inquilino más querido por su campechanía y sencillez. Así se lo confió a Andersen Brower en una insólita entrevista James Jeffries, quien junto con su hijo ha sido mayordomo a tiempo parcial en
Invernadero
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