Joan Margarit La poesía como lugar para guardar lo que se amó
▶El poeta catalán, premio Cervantes en 2019 y una de las grandes voces de nuestra lírica, ha muerto a los 82 años después de una dolorosa enfermedad
Ha muerto Joan Margarit, el poeta de la vida, el hombre que supo que escribir poemas era llenar un puñado de palabras con las emociones comunes y los sentimientos compartidos entre los hombres. Ha muerto, por decisión propia, después de meses de enfermedad, y una vez agotadas todas las vías médicas, incluso experimentales, para detener la grave dolencia que padecía. Su lucha empezó hace seis meses, por los alrededores de la noche de San Juan (su santo) y del solsticio de verano, y terminó este fin de semana cuando, mediante llamadas telefónicas, fue despidiéndose de sus amigos. Estaba sereno, ni siquiera su voz había perdido ese color íntimo de cuando leía sus poemas, porque había aprendido en Auden que la poesía era esa confidencia, ese secreto que se le susurra a alguien para contarle una verdad, y ese acto de despedida, de la última despedida, era un acto más de su poesía.
No es extraño que al poeta que tanto le apasionó vivir apurara los bienes de la vida hasta el último momento. No es extraño que el poeta de las calles, de los paisajes, del amor y de la memoria supiera, como él mismo había escrito, que una herida es un buen lugar para mirar el mundo.
Nacido en Sanaüja (Lérida) en 1938, siempre sostuvo, como diría Eugénio de Andrade, que el estilo que lo eligió a él, la voz poética que lo definió, se formó en el relato de aquellos años infantiles, la familia, los juegos y el profundo contacto con la geografía de las cosas terrestres. Como todo gran poeta supo que el estilo era una voz interior y que el poema es sólo el puente que lleva a esa dimensión más amplia que conocemos como poesía. Tal vez por eso él tardó en encontrarse a sí mismo, en encontrar el tono, el personaje poético que uniera los mundos de la verdad y la belleza, es decir, de la ética y del asombro.
Búsqueda de identidad
Entre la tradición catalana de Carles Riba y la de Gabriel Ferraté, él eligió esta última porque se adaptaba mejor a hacer de la poesía una búsqueda de la identidad, una reflexión sobre la memoria, una toma de conciencia. Pero fue la amistad con Miquel Martí i Pol, el célebre autor de ‘Estimada Marta’, quien le ayudó a encontrar las palabras sencillas para expresar las cosas, el ri
gor formal, la sobriedad, esa proyección de lo cotidiano a lo sentimental.
Escribió durante la década de los 60 y 70 en castellano, y trató de explicar sus versos en la lengua de Cervantes como un desvarío de su juventud, como un camino necesario para saber quién era. ‘Cantos para la coral de un hombre solo’ llevaba incluso un prólogo de Cela. El encuentro de Margarit consigo mismo es el encuentro de un tiempo con la voz de ese tiempo. Una aventura por la que encuentra las palabras sentimentalmente adecuadas para escribir sobre la tragedia de los días, sobre el paso del tiempo, sobre el peso de la memoria y de la historia. En su poesía hay una transparencia biográfica porque sus poemas son un continuo autorretrato. En libros como ‘L’ ordre del temps’ (1985), ‘Etat roja’ (1990) o ‘Estació de França’ (1999) la vida posee ese estremecimiento de lo que huye, esas líneas por las que Margarit va persiguiendo los perfiles cambiantes de su identidad, por las que se busca entre los restos de sus vivencias, entre el peso de la historia preguntándose continuamente quién soy yo. Profesionalmente dedicado a su cátedra de Cálculo de Estructuras en la Escuela de Arquitectura de Barcelona hasta su jubilación, fue ese optimista que desafió las tragedias familiares para seguir habitando una esperanza ética. En su libro titulado ‘Joana’ (2002), uno de sus poemarios más leídos, nos habla de la muerte de su hija para hacer un retrato moral de la necesidad del otro, de la grandeza (VISOR) ‘ANIMAL DE BOSQUE’
DEL LIBRO INÉDITO
Sus poemas eran parte sentimental de la gente, esa forma de unión entre el lector y las palabras
de cuidar a quien se ama, de la pervivencia del amor más allá de la muerte. Podríamos decir que después de su desembarco en Columna, la editorial catalana creada y dirigida entonces por Alex Susanna, fue la publicación de este libro en Hiperión el que le hizo ser reconocido por todos los lectores de poesía, a partir del cual pasaría a ser una de las voces más reconocibles de nuestro tiempo, premiada por la crítica catalana y española, el Nacional de poesía y el Cervantes. Sus poemas lograron ser parte sentimental de la gente, esa forma de unión entre el lector y las palabras, esa emoción compartida a la que aspira cualquier poeta y cualquier poema. Margarit hizo siempre sus versos con los márgenes cotidianos del diccionario, con las palabras más limpias aunque fueran terribles, con esa imaginación capaz de mezclar vida interior y vida exterior para hablarles a los lectores en voz baja, profundamente, dramáticamente para que conocieran su verdad y dónde había visto él la belleza. Creó por eso un personaje honesto, a veces polémico y airado cuando hablaba de una España casi irreconocible para muchos españoles, cuando nos contó su conciencia del presente, la seducción final de la esperanza.
Ha muerto Joan Margarit en el pueblo en el que eligió para vivir, Sant Just Desvern, y ahora solo nos queda la indignidad de exagerar sus recuerdos, de hablar de él con sus amigos, de ir a buscarle en sus libros como el lugar donde las intemperies de la vida están dichas con los materiales humildes, cotidianos y errantes porque la verdad, la belleza y la emoción fueron siempre para él el lugar al margen de la muerte. Por eso ha muerto tranquilo, esperando allí donde esté que sus palabras sean ese lugar para encontrarlo. Intentando ser recordado porque intentó no perder aquello que amó.