Culto de izquierdas
«Algo se convierte en religión cuando apela a creencias acríticas asociadas a ser ‘una buena persona’» Guerra cultural «No deberíamos ceder terreno ante los extremistas del otro lado. Ese es su peligro»
estudiantes cada vez que se enojaban, se ha creado una situación en la que ofenderse es una moneda muy valiosa».
Frente a quienes confían en que el mundo real cambiará a estos jóvenes, Lindsay considera que sucede lo contrario: ellos están adaptando el mundo a su visión. De los campus pasa a la sociedad, hasta convertirse en la ideología publicitaria de las grandes empresas. «El mundo empresarial quiere seguir la corriente imperante y ganar dinero. Temen las responsabilidades legales, y los activistas han persuadido hábilmente a los líderes corporativos de que hay responsabilidades en juego y riesgos asociados a su imagen pública si no siguen la pauta. También hay una audiencia muy grande que lo quiere, por lo que resulta muy lucrativo mirar a otro lado y vendérselo a la gente. Es una manera relativamente fácil para que el mundo empresarial gane mucho dinero mientras se cubre, pareciendo a la vez estar en sintonía con la corriente social ‘buena’».
Deconstrucción ideológica
Lindsay explica esta ideología con la imagen del árbol. Las raíces serían las teorías críticas y el marxismo cultural de la Escuela de Fráncfort. Desde los años 60 hasta los 80, se eleva el tronco: el posmodernismo francés, una fase de deconstrucción y escepticismo. Aunque a estos autores se les da por ‘muertos’, sus principios influyen en un posmodernismo aplicado que se desarrolla desde los años 80 hasta el 2000 en nuevas ramas teóricas: los estudios de género, la teoría crítica de la raza, la queer, las teorías poscoloniales... Ya no es solo cinismo deconstructivo, se busca incidir políticamente. No hay verdad objetiva, pero la ‘identidad’ es incuestionable y se convierte en lente para ver la realidad y actuar en ella. Con la teoría de la interseccionalidad (ser mujer, ser negra), las identidades se combinan, las opresiones se multiplican. Los principios posmodernos que permitían dudar de todo ahora se han convertido en dogmas, en La Verdad moral. Del escepticismo se ha pasado al celo activista. Llegado 2010, de esas ramas teóricas surgen frutos y hojas, el
actual activismo académico de la Justicia Social.
Estirando la imagen, ese árbol ofrecería el fruto del bien y del mal. La ideología muta en religión e impone una ‘pseudorrealidad ideológica’, una ‘falsa realidad’. «Para mí, algo se convierte en una religión cuando tiene ciertas características y apela a ciertas necesidades de la gente, especialmente creencias acríticas y no falsables, asociadas a lo que significa ser ‘buena persona’. Hay además ciertas prácticas (como reuniones y protestas), hay una liturgia (se hacen ciertos tipos de declaraciones por escrito o antes de las intervenciones), y toda una serie de elementos: como profetas (los oprimidos), sacerdotes (los académicos), santos (las víctimas), mártires (por ejemplo, George Floyd), y diáconos (los activistas) y una interpretación de la Historia que de verdad parece sustituir la visión tradicional de Dios (‘el lado malo de la historia’ es una afirmación religiosa). Lo definen como una ‘práctica’ y dicen que nadie lo ha hecho y hablan de hacer un trabajo interior como el ‘anti-racismo’».
Trampas kafkianas
Ese culto habita su propia realidad y tiene su propia lógica, lo que explica la extraña sensación política de los últimos tiempos. La ‘zombificación ideológica’ o las trampas kafkianas: negar ser algo se convierte en prueba de culpabilidad. Lo ejemplifica la identificación de Trump con Hitler. «No hay una explicación razonable para ello. Es una fabricación completa y un sueño de fiebre paranoica, y un signo seguro del triunfo y hegemonía de ese exacto pensamiento mágico que se llama ‘alquimia social’. Dicho esto, la explicación se puede encontrar en la literatura pertinente sobre teoría crítica, específicamente en el muy influyente ensayo de 1965 de Herbert Marcuse ‘Tolerancia represiva’. Allí escribe: «Todo el período posfascista es un período de peligro evidente e inminente. De ahí que una verdadera pacificación exija que la tolerancia sea retirada antes del hecho consumado: en el estadio de la comunicación oral, impresa y escrita. Ahora bien, una tan radical supresión del derecho de libre expresión y libre reunión solo está justificada cuando la sociedad en conjunto se halla en sumo peligro. Yo afirmo que nuestra sociedad se encuentra en semejante situación de emergencia y que ésta se ha convertido en estado normal». Él llama a esto una forma necesaria de ‘precensura’ y dice que es necesario detener todos los «movimientos de la derecha». Literalmente. Escribió: «Liberar la tolerancia, entonces, significaría intolerancia contra los movimientos de derecha y tolerancia de los movimientos de izquierda. Claramente, vincular falsamente a Trump con el nazismo demostró ser un medio muy efectivo de hacer esto, y está exactamente en línea con lo que Marcuse recomendó en su paranoia sobre el fascismo».
Contra esto, Lindsay solicita devolver al hombre normal su autoridad mo
«Vincular falsamente a Trump con el nazismo demostró ser un medio muy efectivo»
ral y epistemológica. Negarse a participar, rechazar esa falsa realidad. ¿Qué más se puede hacer contra esa ideología? «Es una pregunta muy difícil porque se compite con el ‘zeitgeist’ imperante (el espíritu de la época), y una poderosa estructura de incentivos, además del hecho de que el victimismo conlleva lo que los sociólogos llaman una ‘moneda moral’. Es decir, hay mucho contra lo que luchar. Ayudar a comprender que las ideas son realmente ridículas y dañinas, y que están diseñadas para que las personas eludan la responsabilidad, puede ser útil. En ese sentido, estas ideas dañan a las personas a las que deberían ayudar. También reinventan problemas del pasado que estábamos a punto de resolver. Sin embargo, será muy difícil conseguir que las instituciones cambien. Creen que lo están haciendo bien».