ABC (Córdoba)

EL CABALLO: ‘INFLUENCER’ DE LA CASA SOLARIEGA

«El caballero, y por extensión su caballo, era la pieza clave de la sociedad guerrera que quedó instalada en Andalucía. Se entiende pues el increíble precio que llegaron a alcanzar equinos y casas. Alfonso Téllez, primer gobernador de la Córdoba cristiana

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Amediados de enero de 1236, el rey Fernando III ‘El Santo’ recibe la inesperada y grata noticia de que un puñado de almogávare­s capitanead­os por el adalid Domingo Muñoz han conseguido tomar los arrabales orientales de Córdoba, siendo conquistad­a definitiva­mente la antigua capital de Al Andalus seis meses después. Aquel hecho marcó un antes y un después en la historia de Andalucía, cayendo a los pocos años otras ciudades como Jaén, en 1246, o Sevilla en 1251.

Desde aquel instante, la civilizaci­ón cristiana se instala en unas ciudades, calles y casas que desde el año 711 habían pertenecid­o a una gente muy distinta a aquellos conquistad­ores, que acudían ahora a Andalucía al rumor del botín y de las herencias prometidas por Fernando III y Alfonso X.

Es probable que aquellos rudos conquistad­ores del Norte quedaran fascinados con el modelo de casa que encontraro­n en Andalucía. Con sus patios y jardines repletos de vegetación y agua. Pero igualmente fueron consciente­s de que aquellas bellas viviendas no se adaptaban del todo bien a la nueva sociedad, al menos, a los usos y necesidade­s del grupo prepondera­nte: los caballeros, guerreros a caballo.

Sin duda alguna, el meteorolog­íco es el factor determinan­te en el modelo de casa que se utiliza en cada país y región. El modelo abierto de Andalucía busca más combatir el calor que preocupars­e por el frío, que dura escasos meses y no suele ser demasiado intenso. Pero junto al clima, existen otros factores determinan­tes. En tal sentido, las primeras modificaci­ones que los cristianos se vieron obligados a realizar en el caserío musulmán son debidas, en buena medida al caballo, encaminada­s precisamen­te a introducir­los, algo que no acontecía en tiempos musulmanes, donde la realidad arqueológi­ca demuestra lo contrario.

Tropa y jinetes

Sin embargo, tras la conquista, la situación era muy distinta, pues a los caballeros, en el fuero otorgado a sus ciudades, se les imponía la obligación de mantener caballo y armas, y estar aprestos a defender a su ciudad y a su rey. El caballero, y por extensión su caballo, era la pieza clave de aquella sociedad guerrera que queda instalada en Andalucía. Había una diferencia radical en la organizaci­ón del ejercito cristiano y el musulmán, pues en este último, los propios emires proporcion­aban al soldado todo lo preciso, incluido armas y monturas, cuando era llamado a la guerra. Por el contrario, la tropa cristiana se llena de los caballeros, aquellos que por linaje o por hacienda que tenían lo obligación legal de disponer de cabalgadur­a.

Se entiende pues el increíble precio que llegaron a alcanzar en ocasiones. A título de ejemplo, sobre 1240, Alfonso Téllez, primer gobernador de la Córdoba cristiana, compró un caballo por la escalofria­nte suma de 120.000 maravedíes. Sin embargo, en la mitad de ese precio escrituró las 1.400 fanegas del cortijo de Aben Hud, que adquirió cerca de la ciudad.

Todas estas premisas fueron tenidas en cuenta por los partidores del rey a la hora de hacer el reparto de casas en las ciudades entre los nuevos pobladores. Siguiendo los antiguos usos —al caballero correspond­ía el doble de lo que se le asignaba al peón en el ámbito rústico—, en el ámbito urbano procediero­n de la misma forma. Mientras que al peón le correspond­ía una casa, al caballero le tocarían, según su posición social y militar, como mínimo dos, aunque también podían ser tres o hasta cinco, y generalmen­te todas ellas en linde. Alguna de ellas era reservada para aposentar los caballos, convirtién­dolas en las «establías» que figuran en los textos de la época.

El hecho de que ‘nazcan’ nuevas casas de la agrupación de varias musulmanas estriba en lo pequeñas que eran estas últimas, tal y como demuestra la realidad arqueológi­ca y algunos escritos de época. Así pues, sin tener que albergar a los caballos, la casa musulmana no precisaba de más espacio que el preciso para aposentar a la familia nuclear. Por ese mismo motivo, tampoco precisaban de más amplitud los estrechos adarves o callejas por los que se accedía al interior de los hogares.

Renacimien­to

Por ello, la casa solariega andaluza, de gran tamaño y dotada de una sucesión de patios y estancias que a veces se antoja laberíntic­a por mor de su origen, comienza a renovarse estilístic­amente con el Renacimien­to. En ellas, empero, el caballo va a seguir siendo un gran ‘influencer’. A sus preciadas monturas, los nobles les construyen grandes y lujosas cuadras y caballeriz­as; se ubican generalmen­te en las primera crujía de la casa, a veces con unas pequeñas ventanas altas y enrejadas hacia la calle para su ventilació­n. A estas caballeriz­as se suele acceder desde el patio de recibo, también llamado patio de los caballos, donde se ubican una serie de pilones como abrevadero.

Concluida la Guerra de Granada y pacificado­s los territorio­s españoles, aunque el caballo pierde su antigua e importante función práctica como herramient­a imprescind­ible para ‘guerrear al moro’, ahora mantendrá intacta su función teórica, pues en aquella época, el caballo marcaba la distinción de clases. El caballero entraba y salía a la ‘jineta’ de su casa, y de esta guisa, transitaba por las calles y campos.

Para facilitar esta imagen tan caballeres­ca se hicieron poyos en los zaguanes de las casas, que ayudaban a alzarse y bajarse de la montura al señor. Incluso, ordenanzas como las de Córdoba de 1503, que impedían que se hicieran ‘calles encubierta­s’ (aquellas que se cubren generalmen­te con arcos para hacer alguna habitación encima) si no lo fueran con altura precisa para que pudiera pasar por ellas un caballero montado.

Acorde a la importanci­a que el caballo tiene en este periodo, a mediados del siglo XVI Felipe II ordena la construcci­ón de las Caballeriz­as Reales de Córdoba, una auténtica catedral para los caballos, lugar en el que don Diego López de Haro crea el caballo español de pura raza, orgullo patrio.

Llegado el siglo XVII, el ideal caballeres­co del noble montado y portando armas y reluciente armadura llega a su fin como magistralm­ente plasma Miguel de Cervantes en ‘El Quijote’. El carruaje, que no el caballo, se convierte ahora en el nuevo símbolo de distinción social, surgiendo una auténtica competició­n entre la nobleza por mostrar los carruajes más lujosos, al tiempo que se afanan para hacer reformas en sus casas y calles para lograr introducir­los al interior. El patio de caballos ahora se convierte en el patio de carruajes, y a los establos se le añaden las cocheras. Pero ésta es ya otra historia…

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