Unesco y el Icomos, a la greña por las puertas de la Catedral de Burgos
▶ No ha habido amenaza de perder la condición de Patrimonio mundial pese a lo dicho ayer
con sus huesos en la cárcel por posesión de cocaína. En 1973, después de acompañar como telonera a Neil Young en la gira de presentación de ‘Times Fade Away’, a Linda Ronstadt tuvieron que cauterizarle el tabique nasal hasta en dos ocasiones. «La cocaína pasó a ser el acompañamiento imprescindible del nuevo glamour del rock de los setenta», constata Hoskyns. «Yo componía canciones cuando iba enfarlopada porque al principio puede ser un catalizador de la creatividad.
Al final te deja frito, te mata el corazón. Mata el alma y te da delirios de grandeza al paralizar tu núcleo emocional. Es la droga perfecta para un sicario, pero no lo es tanto para un músico», señala en el libro Joni Mitchell.
Antes de tan abrupto final, sin embargo, el oasis sonoro de Laurel Canyon acogió un big bang de folk, country-rock y pop con chaquetas de flecos que, a la larga, acabaría sentando las bases de lo que conocemos como rock americano. The Byrds, con sus gloriosas Rickenbackers de 12 cuerdas y la constante lucha de egos entre Roger McGuinn y David Crosby –a Gene Clark hay que darle de comer aparte–, marcaron el camino a seguir. También pasaron por ahí Buffalo Springfield, germen de lo que acabaría siendo Crosby, Stills, Nash & Young; The Mamas And The Papas; y The Flying Burrito Brothers, auténticos inventores del country-rock con pedigrí, pero si algo logró exportar la californiana de aquella época fue el concepto de cantautor hipersensible e idealista.
En el libro, pasen y lean, los hay a patadas: la Joni Mitchell de ‘Ladies Of The Canyon’; Jackson Browne como voluntarioso Pepito Grillo al que no le quedó otra que acabar bajando los brazos; la sensacional Carole King y el siempre mullido y confortable James Taylor; la voz de Linda Ronsdtadt como catalizador necesario; un Neil Young sabiamente emancipado; Warren Zevon y Randy Newman como brillantes excepciones a la regla… A muchos de ellos, por no decir a la mayoría, les echó el lazo David Geffen, un astuto empresario y representante artístico «de temible reputación» que levantó todo un imperio sobre Asylum Records, sello que llevó el sonido de Laurel Canyon a todos los rincones del mundo.
He aquí el sueño californiano, servido por artistas llegados de otros estados y ejecutado por un aprendiz de magnate neoyorquino que, con los años, acabaría fichando, tanto monta, a Cher, Nirvana y Guns N’Roses. Para entonces, el mito de Laurel Canyon ya se había desmoronado, sepultado bajo montañas de billetes y cocaína. A la vuelta de la esquina esperaban las cuadrillas del punk y el AOR para ensañarse con los cascotes y echar sal sobre la tierra arrasada. Atrás quedaba, encerrada en un puñado de discos gloriosos, esta historia de «narcisistas enfundados en prendas vaqueras y unos millonarios que lucían muselina en los cañones de Los Ángeles», como zanja Hoskyns.
El libro viaja del candor de Phil Ochs al desmadre de The Eagles y David Crosby
El proyecto para cambiar las puertas de madera de la fachada de Santa María de la Catedral de Burgos por unas de bronce diseñadas por el escultor y pintor Antonio López, la propuesta ‘estrella’ del Cabildo para la celebración del octavo centenario de la seo, sigue anclado en la polémica. Si hace unos días se conocía la circulación de un manifiesto rubricado por decenas de personas, entre ellos historiadores, artistas y expertos de arte, con el pintor burgalés Juan Vallejo a la cabeza, ayer el último capítulo del encendido debate lo escribía el propio cabildo manifestando su «sorpresa» ante la amenaza llegada vía Icomos (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) de que la intervención podía costarle a la seo burgalesa su título de Patrimonio Mundial.
Un aviso del que, según detalló a ABC el portavoz del Cabildo burgalés, Vicente Rebollo, se enteró a través de los medios de comunicación y que no tiene nada que ver con el informe de evaluación técnica que les remitía el propio Icomos hace ya una semana, que si bien era «desfavorable» al proyecto de Antonio López, en ningún caso llegaba a ese grado de advertencia.
Pero más allá de esa velada amenaza, rechina otra cuestión. Mientras la delegación española del citado Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (entidad que tiene entre sus miembros a historiadores del arte, juristas, arquitectos y urbanistas) atribuye a la Unesco su propia recomendación, según ha podido saber ABC este organismo internacional se ha limitado a remitir al Gobierno español el informe técnico desfavorable no vinculante del Icomos, pero sin pronunciarse al respecto.
Por supuesto, no lo dio a entender así el Consejo Internacional en el comunicado enviado a los medios, donde exponía claramente que es el Centro Patrimonio Mundial de la Unesco quien, haciendo suya la recomendación de este organismo, aconsejaba no llevar a cabo la intervención planteada por el Cabildo, argumentando que afectaría a la «integridad» y al «valor universal excepcional» de la catedral que precisamente justifican su inscripción en la Lista de Patrimonio Mundial. Por contra, fuentes de la Unesco explicaron a ese periódico que hasta la fecha el único paso que ha dado esta organización de las Naciones Unidas es poner en conocimiento del Ministerio de Cultura, su interlocutor en España, la opinión técnica del Icomos. Es ahora al Gobierno español, en este caso a la Comunidad de Castilla y León, a la que le corresponde decidir si el órgano de Gobierno de la catedral puede seguir adelante o no con el proyecto.
La Comunidad de Castilla y León tendrá que decidir si se puede seguir adelante o no con el proyecto