La toxicidad indetectable
En esta ocasión toma protagonismo en el punto de mira la toxicidad que emana la discordancia política y el nacionalismo. Como principales referencias resalto la serie ‘Patria’, basada en la aclamada novela de Fernando Aramburu, y el libro ‘La Mente de los Justos: Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata’, del psicólogo social Jonathan Haidt (recomendable pero resulta denso en algunos capítulos). Dicha serie muestra, de manera bastante realista, el ambiente tóxico generado por el nacionalismo a través del miedo y la intolerancia. Ambiente que va erosionando de manera imperceptible las relaciones sociales de pareja, familiares y amigos, pudiendo destruirlas por completo. Un tóxico con poder suficiente para dividir a una comunidad autónoma en dos, como sucede actualmente en Cataluña. Dicho elemento se retroalimenta de tres características humanas fácilmente reconocibles en cualquier conversación de la calle o de la televisión. En primer lugar, la capacidad de desviar la culpa a terceras personas, sin un mínimo intento de autocrítica. Por otro lado, la frecuente costumbre de bucear en temas pantanosos (política y religión principalmente) con aquellas personas que sabemos que tienden a unas ideas similares a las nuestras, con el objetivo de afianzar ‘nuestra verdad’ y también evitar posibles conflictos. Por último, la cabezonería de pretender llevar la razón por encima de adaptar otros matices o alcanzar puntos de unión. Porque, por mucho que nos duela, disponemos de puntos de vista, no de verdades absolutas e inamovibles. Como breve reflexión, considero que sentarse a dialogar de forma educada con personas con diferente mentalidad supone un ejercicio esencial de madurez, autocrítica y tolerancia, además del mejor antídoto posible. Porque probablemente, si hubiéramos vivido circunstantes vitales similares a dichas personas, pensaríamos de manera parecida.
A todos los catalanes y los no catalanes residentes en Cataluña por haber votado lo que han votado, que es más de lo mismo. Es decir, más ruido, más amenazas, más esconderse para no quedar señalados, pues habrán más pintadas en los modestos negocios y en los domicilios de muchos, más coacción
Rodaje de la serie ‘Patria’ lingüistica, más empresas que se irán de Cataluña, más paro, más pobreza, más, más y mil veces más. Y también hay que felicitar a los que no votaron, no ejerciendo el derecho y el deber de todo ciudadano: votar para fortalecer la democracia. Algunos ya pretenden maquillar la baja participación por el coronavirus. Pero esa falacia queda al descubierto al indicar a los que no votaron por un posible miedo a infectarse que lo podrian haber hecho por correo. A no ser, que algunos hayan torpedeado esa forma de votación. Muchos de los que no han votado serán los que luego más se quejarán. Por tanto, felicidades por más de lo mismo, mientras los contribuyentes de Cataluña y el resto de España seguirán pagando las gracias y el mantenimiento de no pocos.
El artículo 19 de la Declaración de los Derechos humanos (DUDH) hace referencia al derecho a la libertad de opinión y de expresión: «Este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión». En el artículo 20 añade que «estará prohibida toda propaganda a favor de la guerra, y toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, hostilidad o la violencia». ¿Acaso Hasel desconoce este pacto publicado en el BOE en 1977?
odavía no tiene uno experiencia personal, ni voluntad de adquirirla por el momento, pero piensa que la ventaja de morirse es que nos veremos libres de la necesidad de elegir. Vivir es estar constantemente eligiendo. De manera que vivir es equivocarse. Mucho más si no se elige. Entre las cosas que para un muerto han perdido definitivamente interés están los medios de transporte fúnebre y el vestido adecuado para la ocasión. Que uno se sepa en expectativa de difunto no significa que tenga curiosidad por los preparativos del viaje definitivo: ataúd o urna para las cenizas, sudario o traje con corbata, uniforme de gala o hábito religioso, música, flores, discursos, plañideras. Si acaso, a uno le gustaría hacer una frase en el último minuto. Aunque lleva toda la vida pensándola y no se le ocurre nada inteligente. El muerto se echa todo eso a la espalda y sigue su camino. Lo único que le importa al muerto es el destino, no el tránsito. Si verá o no verá a Dios, y si podrá tener con Él unas palabritas explicativas antes del Juicio Final. O si la nada lo condenará a ser perseguido eternamente por Sánchez e Iglesias. Ni siquiera el rapero de vientre merece tormento tamaño, ese pobre diablo que ha ido degenerando de la estupidez al delito. No puede sorprendernos que tenga en la España de Sánchez tantos partidarios. Y sin embargo, algo hay que ponerse para el viaje, no es cosa de presentarse en el más allá de cualquier manera. Esa es la misión de los vivos, decorar a los muertos. Córdoba, tierra de previsión, también sabe en esto lo que hay que hacer. Córdoba sabe de la vida y sabe de la muerte. A su historia me remito. El signo de vida más reciente y más gozoso es la Base, no hay que añadir más para identificar la cosa. Signo gozoso y enfadoso, porque hay gente a la que pone de peor humor el beneficio ajeno que el perjuicio propio. Y un signo cordobés de respeto por la muerte –y de negocio, que lo cortés no quita lo rentable– es la fabricación de ataúdes en nuestra provincia. Con ojos depresivos de futuro usuario he leído en este periódico un reportaje de Davinia Delgado sobre esta materia inquietante. ‘Córdoba provee de ataúdes a media España’, titula la excelente periodista. El virus que todo lo altera ha forzado a incrementar la producción. Mueren más españoles, que no sabemos si han sido felices. Harán el viaje en un ataúd cordobés. Fabricado en Puente Genil o Benamejí o, desde hace unos meses, en Lucena. Parece que los ataúdes más demandados son los ecológicos. Ya que el contenido es imprevisible, que por lo menos el continente sea seguro. A mí, un ataúd ecológico no me inspira ningún canto fúnebre. Españoles que han venido / a este mundo entre laúdes, / de Córdoba han recibido, / para irse, los ataúdes. Córdoba también para morir.
Desperdicio las últimas líneas para despreciar a Pablo Iglesias, animador y cómplice de delincuentes callejeros, si no delincuente él mismo. Con el apoyo firme de Sánchez inicuo está convirtiendo España en un paraíso de la libertad de explosión. Despidámonos de todo lo que hemos amado, porque España no les sobrevivirá.