«El golpe de Estado fue tragicómico»
En la noche de los transistores, Rodríguez Alcaide se leyó un libro sobre los ordenadores personales, Carmelo Casaño temió cuando Tejero apiló sillas en la mesa de los taquígrafos y Manuel Gracia pensó que a Felipe lo iban a fusilar
EN la noche de los transistores los ordenadores personales eran un invento que estaba por descubrir aún. El economista José Javier Rodríguez Alcaide echó en la maleta un manual de los PC con las cosas que se llevaba a Madrid desde Córdoba para seguir en el Congreso, y como diputado de la UCD de Suárez, la investidura como presidente de Calvo-Sotelo. El hombre se pasó gran parte de la tarde y de la noche del 23 de febrero de 1981 leyendo ese libro sobre los artilugios que no tardarían mucho en hacerse populares, primero en las empresas y después en los domicilios de los españoles.
«Cuando entró Tejero con los tiros y con los demás guardias civiles yo estaba en mi sitio, dos filas más arriba que Suárez, y por una cuestión de instinto di un salto y me fui hacia arriba, hacia la parte más alta del hemiciclo, para protegerme. Me llevé el libro conmigo y lo leí en esas horas con tal de no pensar en lo que estaba pasando o en lo que podía pasarnos a nosotros y a España entera», recuerda Rodríguez-Alcaide cuarenta años después del golpe de Estado. Él era uno de los siete diputados cordobeses en la Carrera de San Jerónimo ese día: el resto eran Carmelo Casaño y Antonio José Delgado de Jesús (también de UCD); José Miguel Salinas, Guillermo Galeote y Manuel Gracias (del PSOE); e Ignacio Gallego por el PCE.
¿Y «la autoridad militar»?
Carmelo Casaño, que estaba sentado al lado de Rodríguez-Alcaide cuando el teniente coronel del Instituto Armado irrumpió tocado con su tricornio y con la pistola en las manos, divide el episodio en dos fases: «Al principio, cuando entraron, a todos nos pilló aquello por sorpresa, y nos asustamos. Claro que sentí miedo. Luego, cuando pasaron dos o tres horas, los que estábamos allí dentro empezamos a darnos cuenta de que aquello no funcionaba: la autoridad militar competente no llegaba, los propios guardias civiles nos decían que ellos estaban escribiéndoles a sus novias cuando los montaron en los camiones para llevarlos al Congreso sin saber adónde iban...», rememora el abogado.
Para Rodríguez-Alcaide, sin embargo, la principal preocupación no era, asegura, su integridad física sino la de su familia. «Los que estábamos en el hemiciclo sabíamos qué pasaba dentro, pero ignorábamos cómo estaban las calles, qué pasaba con nuestras familias. Las únicas noticias que nos llegaban eran a través de una radio que tenía un diputado, que escribía notas con las novedades para que nos llegaran a todos», añade el economista, enfrascado en su lectura sobre los ordenadores personales hasta que se sintió indispuesto.
«Llevaba sin comer desde hacía muchas horas y, a las cinco y media de la madrugada pedí ir al servicio, a orinar, y cuando volvía a mi sitio me desvanecí en la escalera y perdí el conocimiento: me trasladaron en una ambulancia al HospiCasaño, tal de la Paz de Madrid. Cuando me desperté, sobre las diez de la mañana, ya había acabado todo».
«Que el golpe de Estado fue tragicómico se resume en que los guardia civiles salieran por las ventanas y los diputados por su pie a la Carrera de San Jerónimo», tercia
Primera legislatura Córdoba tenía a 7 diputados: 3 de UCD, 3 del PSOE y uno comunista
que nada más acabar el episodio se fue directo al hotel al que se alojaba para llamar a su familia y contarles que estaba bien. «Además de los tiros del principio, lo que más nos asustó fue el momento en el que Tejero ordenó a los guardias que apilaran sillas en la mesa de los taquígrafos del hemiciclo, y dio orden de que si se iba la luz les prendieran fuego», comenta el exmiembro de UCD.
Manuel Gracia, uno de los tres diputados socialistas de Córdoba, estaba sentado dos filas más arriba que Felipe González, justo en el extremo de la Cámara por la que entraron los asaltantes. «Inicialmente tuvimos mucha indignación porque pensábamos que volvíamos a las andadas, que este país no tenía remedio. Y vergüenza porque esto pasara en España. En el momento en el que se produjeron los disparos sentí miedo: estábamos en el suelo y no sabíamos dónde habían impactado», indica. «Cuando se llevaron a Felipe, con Suárez, Guerra y Carrillo pensé que los iban a fusilar, que se los llevaban al paredón», concluye Manuel Gracia, que volvió a la ciudad desde Madrid en un coche que la Diputación provincial puso a disposición de los parlamentarios cordobeses.