ABC (Córdoba)

Seis familias denuncian a las autoridade­s chinas por ocultar la epidemia

▶ Los tribunales han rechazado sus demandas sin dar explicacio­nes y la Policía los acosa

- PABLO M. DÍEZ ENVIADO ESPECIAL A SHANGHÁI

Fue a Wuhan buscando curar a su padre y lo perdió por el coronaviru­s. La tragedia de Zhang Hai va más allá del destino o la mala suerte. En su opinión, se trata de una negligenci­a criminal para la que está reclamando justicia. Pero eso, en China, va a ser como devolverle la vida a su padre: imposible.

Aunque ambos habían nacido en Wuhan, vivían en Shenzhen, ciudad al sur del país fronteriza con Hong Kong, donde Zhang Hai trabajaba y cuidaba de él porque sufría demencia senil. «Pero el 15 de enero del año pasado sufrió una caída y tuvo que ser hospitaliz­ado. Como en Shenzhen teníamos que pagar los gastos médicos por nuestra cuenta y no podíamos, volvimos a Wuhan el día 17 para que fuera operado gratis por su seguro estatal, ya que había sido militar. En ese momento, no me dijeron nada sobre el virus. No tenía ni idea», se lamenta por teléfono desde Shenzhen.

Tras la operación el 20 de enero, todo fue bien y su padre, Lifa, parecía recuperars­e. Pero el 29, seis días después del cierre de Wuhan por el estallido del coronaviru­s, su padre empezó a sufrir una fiebre muy alta. «Le hicieron la prueba, que dio positivo, y el 30 de enero cayó en coma. Falleció dos días después, el 1 de febrero, a las 5.28 de la tarde», recuerda Zhang Hai «con rabia».

Desde entonces, ha emprendido una cruzada personal para conseguir justicia. «Denuncié al hospital y a los gobiernos de la ciudad de Wuhan y de la provincia de Hubei. Exijo una vista oral para que podamos debatir en los tribunales porque tengo pruebas. Pero las autoridade­s siguen ocultando informació­n y diciendo que fue un desastre natural. ¡Muy bien, discutámos­lo ante un juez! Pero los tribunales locales han rechazado mi demanda sin darme explicacio­nes», se queja Zhang Hai, quien tiene 51 años, trabajaba en una empresa inmobiliar­ia y ahora está parado. Sin perder la esperanza, ha recurrido al Tribunal

Supremo y hasta le ha escrito al presidente Xi Jinping.

«¡Esto no fue un desastre natural, sino provocado por el hombre! Fue un crimen porque el virus circulaba desde hacía tiempo y las autoridade­s locales lo encubriero­n y silenciaro­n al doctor Li Wenliang (el difunto oftalmólog­o reprendido por la Policía)», estalla Zhang Hai al otro lado de la línea. «En China es típico tapar una mentira con otra. Si no es un crimen, ¿qué es? ¿Por qué no pueden darnos una solución? ¿Por qué

«El coronaviru­s no fue un desastre natural, sino un crimen», afirma Zhang Hai, que perdió a su padre en Wuhan

no son castigados por la ley? ¿Son superiores a la gente normal como nosotros? ¡Por supuesto que no! Este país ha sido construido por la gente. Siempre he creído que, si un gobierno local mata a su gente, los dirigentes superiores no pueden tratar bien al pueblo», lanza una dura crítica que le ha costado, y le costará, muchos problemas.

Demandas rechazadas

Además de pedir una «disculpa pública», Zhang Hai reclama una indemnizac­ión de 1,8 millones de yuanes (229.000 euros), que no considera demasiado dinero porque «la vida no tiene precio». Según cuenta, «ha habido mucha gente que ha muerto y sus familias solo han recibido 3.000 yuanes (382 euros) para los gastos del funeral. ¿Pero qué piensan las autoridade­s de estas personas? No les importa su vida. Aunque no nos traten como a seres humanos, lo somos y tenemos nuestros derechos».

Junto a él, hay cinco familias de víctimas que han denunciado al Gobierno local de Wuhan. Pero sus demandas han sido rechazadas, en ocasiones por teléfono y sin darles explicacio­nes, según recoge Afp. «Otros no se atreven a presentar una demanda porque han sufrido algún tipo de amenaza por parte de las autoridade­s», asegura Zhang Hai, quien insiste en que seguirá «luchando hasta el final, incluso aunque sea en solitario, para que estos criminales sean castigados». Tanto él como los demás familiares que siguen adelante han recibido advertenci­as y la Policía los ha interrogad­o. Además, su grupo de conversaci­ón en la red social WeChat fue cerrado en enero, tras la llegada a Wuhan de la misión de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) para investigar el origen del coronaviru­s. un año de la (tardía) declaració­n de la pandemia Covid por la OMS, prosiguen los estragos sanitarios y económicos que causa. Debatimos sobre variantes que resultan de la evolución del virus, o el grado de confinamie­nto ‘medieval’ que hay que aplicar. Pero, la ciencia y la tecnología deben dar para más a estas alturas de la historia. Supone gran éxito haber empezado a vacunar en 2020, pero hay que intensific­ar la vacunación para lograr una inmunidad colectiva en suficiente proporción.

Las vacunas aprobadas frente al virus SARS-CoV-2 se basan en un principio que resulta novedoso: provocar que nuestro organismo sintetice la proteína S del virus, de manera que pueda ser reconocida como extraña y active las defensas inmunitari­as. Las cuatro vacunas aprobadas en nuestro ámbito geográfico se basan en el ARN del virus o en otro virus-vector que lleve el gen de la proteína S a nuestro medio interno y pueda ser ‘visto’ por nuestras capacidade­s inmunitari­as. Los resultados alentadore­s de la vacunación animan a la búsqueda de nuevas –incluso mejores– soluciones; hay más de sesenta proyectos de nuevas vacunas en estudio clínico en humanos en el mundo.

Entre las novedades que pueden llegar, hay vacunas vectorizad­as por otros virus como el del sarampión o el de la gripe. Algún ensayo está también en marcha con el propio virus del Covid modificado genéticame­nte, para atenuar su patogenici­dad y emplearlo como vacuna vía nasal. No faltan otras muchas vacunas que emplean también el ARN, o incluso su ADN complement­ario (más de una docena de ensayos clínicos), para mejorar las actualment­e en uso. Otro estudio clínico se basa en administra­r este ADN complement­ario a través de una bacteria simbiótica, que lo llevaría al intestino para activar la vacunación. Un panorama alentador, del que uno saca la nada estimulant­e conclusión de que no hay un solo proyecto español de vacuna Covid en fase clínica, a pesar del excelente trabajo de investigac­ión preclínica que se lleva a cabo en nuestro país. La sociedad española tiene que exigir y exigirse más en I+D.

El doctor Enrique Rojas, en su despacho

PRESIDENTE DE EE.UU.

«Es probable que las cosas vuelvan a empeorar a medida que se propaguen nuevas variantes»

CÓRDOBA

Para ir desde la plaza de las Tendillas hasta la calle Alfonso XIII hay que caminar por la calle Diego de León, un nombre que a muchos en Córdoba poco les dirá. Justo al lado, persiste como viejo edificio lo que hoy se conoce como el Instituto Luis de Góngora y que en su origen fue el Colegio de Nuestra Señora de la Asunción. Y allí fue donde estudió este militar cordobés y héroe decimonóni­co de luengo mostacho y arrojo sin par, que con poco más de 30 años, y hace ahora 180, murió fusilado en Madrid en tiempos del general Baldomero Espartero, espadón emblemátic­o de la época y contra el que se había sublevado.

Cuenta la leyenda que justo antes de morir, gallardo él, Diego de León se fumó un habano y que fue él mismo quien dirigió a su pelotón de fusilamien­to al grito de «¡Que nos os tiemble el pulso, disparad al corazón!». La mitología, forjada por algunos de los mejores escritores españoles, envuelve así al personaje y bien merecería una película que retratase sus gestas por el Norte de España, en las guerras carlistas, cuyo recuerdo persiste.

De hecho, con el fin de conmemorar su fusilamien­to, el escritor vasco José Andrés Álvaro Ocáriz acaba de publicar el libro ‘Diego de León, conde de Beloscáin. El último romántico’. Se trata de un tributo en el que recopila

Le ofrecieron vía libre para escapar a Portugal, pero Diego de León pidió que lo llevasen a Madrid

y actualiza un texto biográfico anónimo de la época, que se completa con los relatos que tanto Benito Pérez Galdos, en uno de sus ‘Episodios Nacionales’, como Pío Baroja le dedicaron al alzamiento de Diego de León y a la lucha de los opositores de Espartero y defensores de la regente María Cristina, conocidos como ‘Los Ayacuchos’.

«Conciencia»

También un poema de Ramón del Campoamor dedicado al personaje. Según explica Álvaro Ocáriz, de Diego de León «se ha escrito mucho sobre su muerte, pero poco sobre su vida», por lo que este trabajo recupera una versión más amplia de su biografía. Añade el autor vasco que es «un personaje muy curioso y quizá sirva para tomar conciencia de su importanci­a». El libro cuenta en su portada con uno de los cuadros que el pintor Augusto Ferrer-Dalmau le ha dedicado al militar.

De la vida cordobesa de Diego de León se sabe poco. Lo fundamenta­l, que nació en la ciudad el 30 de marzo de 1807, hijo de Diego Antonio de León, militar y marqués de las Atalayuela­s, y de María Teresa Navarrete. Muy jo

ven se matriculó en el Colegio de Nuestra Señora de la Asunción y con apenas 18 años ingresó en el Ejército como capitán. A partir de ahí su vida fue hasta su fin puro vértigo, con continuos ascensos —comandante en la Guardia Real, coronel de los Húsares de la Princesa, comandante general de Navarra...— y glorias militares sucesivas en la primera guerra carlista.

Durante la misma, fue uno de los principale­s bastiones en la lucha contra Carlos María Isidro y sus seguidores y dio muestras de arrojo en la batalla de Mendigorrí­a, en la toma de Estella y Montejurra, en la batalla de Villaroble­do o en el puente de Belascoáin, que tomó dos veces y le valió su título nobiliario.

También anduvo por Andalucía tras los carlistas y persiguió al pretendien­te por Cataluña, previa al Abrazo de Vergara que puso fin al conflicto civil. De la primera guerra carlista salió Diego de León convertido en uno de los más célebres militares, apodado como ‘La Primera Lanza del Reino’ y con distincion­es como la Laureada de San Fernando o la Cruz de Isabel la Católica.

Su suerte, como se explica bien en el libro de Álvaro Ocáriz, cambió sin embargo a partir de ahí. Y es que el sosiego político, como era previsible en el inestable contexto del XIX español, no llegó. Bien al contrario, lo que se abrió fue una nueva crisis entre Espartero y la regente María Cristina, que se acabó marchando al exilio francés en 1840. La división frente a Espartero fue finalmente la que provocó el alzamiento de Leopoldo O’Donnell de 1841, al que se sumó Diego de León y cuyo principal objetivo era raptar a la Reina Isabel, por entonces una niña, para llevarla con su madre.

Plano de la Batalla de Mendigorrí­a, en la que participó de forma destacacad­a el militar cordobés. A su derecha, grabado del momento en el que pelotón de fusilamien­to ejecuta la sentencia contra el militar

La operación les salió mal al no recibir los apoyos esperados y el militar cordobés, que logró huir de Madrid, fue localizado por los Húsares de la Princesa, a los que tantas veces había dirigido en el pasado. Aunque le ofrecieron vía libre para que pudiese escapar a Portugal, Diego de León pidió que lo llevasen a Madrid.

Última misiva

Allí lo condujeron a Santo Tomás, el cuartel de la Milicia Nacional, y en ÁLVARO OCÁRIZ apenas una semana el Tribunal Militar dictó para él sentencia de muerte. En el presidio hizo testamento, en el que legaba todo a su mujer, Pilar Juez, y a sus hijos, los niños José y Antonio, y escribió una amorosa carta a su esposa.

«Quisiera estar hablándote toda la noche, por ser la última que te dirigo la palabra», le explicaba en una misiva que rubricaba con el lema ‘La muerte menos temida, da más vida’. Aunque hubo muchas voces pidiendo su indulto, el militar cordobés fue ajusticiad­o en la Puerta de Toledo, lugar al que lo llevaron en carruaje, vestido con uniforme de gala y con la banda de la Cruz de Isabel la Católica. «No muero como traidor», cuentan que fueron las últimas palabras de este cordobés valiente que vivió deprisa, deprisa, con el mismo vértigo alocado que se escribió la historia del XIX español.

Se ha escrito mucho sobre su muerte, pero poco sobre su vida. Es un personaje muy curioso, debemos tomar conciencia de su importanci­a

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Cuadro de Diegó de León durante una carga a caballo, del pintor Augusto Ferrer-Dalmau
Debajo, grabado que muestra a Diego de León durante el asalto funesto al Palacio Real, que le acabaría costando la vida Cuadro de Diegó de León durante una carga a caballo, del pintor Augusto Ferrer-Dalmau
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El escritor donostiarr­a José Andrés Álvaro Ocáriz, autor del libro que ahora se publica sobre Diego de León

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