ABC (Córdoba)

Derecho a morir

- GABRIEL ALBIAC

El Congreso de los estafemos ha aprobado definitiva­mente por mayoría la Ley de la Eutanasia, solamente se han opuesto a la misma el PP y Vox. Una ley a todas luces aberrante solamente comparable con la ley del Aborto, ya que ambas persiguen el mismo fin, acabar con la vida una de ellas con los enfermos y la otra con los no nacidos. El artículo 15, de nuestra Carta Magna, recoge y garantiza el derecho a la vida, pero por lo que se ve a estos paniguados del PSOE y cia, este artículo

Una persona recibe la vacuna del Covid-19

ÑORO el tiempo que conocí en los libros. Tan sólo. Y, de la política, tan sólo me conmueve su construcci­ón como mito literario. Frente a ella, la realidad presente es harapos. No hace falta remontarse lejos. Hace apenas medio siglo, los políticos podían amar los libros más que el poder. Y ser, incluso, magníficos escritores.

1967. A bordo de un navío de guerra, un presidente anota el último libro de su ministro de Cultura. Y envía al autor un telegrama cifrado. Charles de Gaulle a André Malraux: «Terminada primera lectura Stop Libro admirable en las tres dimensione­s Stop Saludos cordiales Stop». Dos líneas. Y, en ellas, la clave de lectura de un libro, ‘Antimemori­as’, nada fácil de descifrar. Un libro que no es autobiográ­fico, sino autolitera­rio. E identifica en él, de inmediato, las tres líneas narrativas que trenzan sus páginas: novela, historia y política. Sin que ninguna de ellas sea nunca separable de las otras. De Gaulle, no sólo fue el más grande de los políticos franceses, fue un lector febril y un escritor más que apreciable. Escritor de aquellos inmensos discursos que Malraux mismo le envidia: «Son unos monólogos soberanos y a veces secretamen­te desesperad­os», le escribe. Y está definiendo lo que, desde la ‘Ilíada’, llamamos épica.

Pero el presente, el maldito presente, nos acogota en la vergüenza. Puede que, al fin, la única verdadera fortuna de mi vida haya sido no haber convivido con un televisor en los últimos cincuenta años. Y, cuando me contaron los amigos que una ministra del Gobierno de España había mandado, a horas ya avanzadas de la noche, un tuit solidario a la protagonis­ta de un programa de bazofia rosácea, pensé que mis amigos eran malévolos contra la pobre podemita.

Hice el ridículo. No tuvieron más que enseñarme las sentidas palabras con las que la ministra de Igualdad proclamaba figura ejemplar a la heroína rosa. Me dio la risa, primero. Luego, una sorda cólera. ¿Es eso lo que pagan mis impuestos, en forma de salarios ministeria­les?

Y me vino a la memoria la imagen de De Gaulle, leyendo en el acorazado Colbert a André Malraux. Y la imagen de Malraux escribiend­o, en el navío militar que lo conduce a China, páginas deslumbran­tes de sus ‘Antimemori­as’. Pero me vino también cierto pasaje en el que Chateaubri­and evoca a los más grandes políticos europeos de su generación: «Tres poetas de opuestos intereses y naciones se cruzaron, casi simultánea­mente, en los ministerio de Asuntos Exteriores: en Francia yo, Canning en Inglaterra, Martínez de la Rosa en España». Literatura y política no estaban reñidos. No lo estaban política e inteligenc­ia.

A altas horas de la noche, tras bregar con los conflictos mundiales, donde quiera que estuvieran, un Chateaubri­and, un Malraux, un De Gaulle se sumergían en sus libros. Iglesias o Montero se sumergen en sus televisore­s. Sucios tiempos.

UBIDO en la tribuna del Congreso, y con el teatrillo guerracivi­lista que lo adorna, se despedía de la Cámara y del Gobierno el efímero ‘vicepresid­ente social’, también conocido como el ‘vicepresid­ente florero’ por el perfecto vacío de su obra gubernativ­a. Desde su escaño, emocionadí­sima, lloraba Yolanda Díaz, elegida como su sucesora mediante un nuevo dedazo-macho-man del supuesto dirigente feminista, que por supuesto seguirá mangoneand­o su partido pase lo que pase (tanto Podemos como PSOE han convertido sus supuestas primarias regenerado­ras en un paripé). Lloraba la joven dirigente comunista –que cumplirá 50 tacos dentro de dos meses–, ataviada con un simbólico vestido rojo. Sus lágrimas admiten varias interpreta­ciones, pero la verdad es que no le faltan motivos. El mutis de Iglesias rumbo a su misión imposible en Madrid simboliza el principio del fin de Podemos. El globo ha pinchado. Ya nunca habrá asalto a los cielos. No llegarán a desaparece­r, como Ciudadanos, pero se acabarán quedando en el número de diputados que conseguía históricam­ente Izquierda Unida. Si todo va bien, Podemos servirá para que los propietari­os de Galapagar y una docena de allegados puedan continuar viviendo del escaño. Poco más.

Iglesias, con toda su comunismo camp, su notorio analfabeti­smo numérico, su gandulería y querencia autoritari­a, tenía su público, porque lo adornaban un cierto carisma actoral y una innegable capacidad de provocació­n. Supo crear un personaje. De cómic manga, pero un personaje. Yolanda Díaz es hoy la ministra mejor valorada de Podemos. Pero eso equivale a ser el mejor futbolista de la selección de Islas Feroe. En esta España de pulsión taquicárdi­ca somos muy dados a enterrar a gente valiosa demasiado deprisa y a encumbrar a otros que no han empatado con nadie. Con Yolanda de cabeza de cartel, Podemos se desinflará. Se suelen soslayar sus espectacul­ares resultados como candidata a la presidenci­a de Galicia en las elecciones de 2005 y 2009: en ambas ocasiones logró la difícil proeza de conseguir cero escaños para su partido.

Se emociona Yolanda con la marcha de Iglesias Turrión de la alta política estatal. Pero muchos brindamos, porque supone una noticia excelente para España. Iglesias se ve a sí mismo como un gran táctico leninista. Su problema es que si Lenin hubiese sido tan holgazán como nuestro Pablo Manuel los zares todavía seguirían gobernando. Pero a pesar de sus limitacion­es suponía una amenaza para nuestra democracia, porque tenía un plan: revertir los derechos y libertades del marco del 78 para imponer un perpetuo gobierno de la izquierda, con una III República que convertirí­a a España en una deshilacha­da federación de taifas, donde la justicia independie­nte y la libertad de prensa serían historia. Iglesias se encargaba de engrasar los amaños con ERC y Bildu que mantienen a Frankenste­in en pie. Todo eso se acaba. Iglesias, se venda como se venda, ha sido derrotado. Al final la democracia española es mucho más robusta de lo que creen sus enemigos. ¡Hasta va a sobrevivir a Sánchez!

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain