ABC (Córdoba)

Un misterio con psicología

Miguel Ángel González Jurado concibió diversidad de gestos, pelo, miradas y posiciones en el paso de los apóstoles de la Sagrada Cena, que cumple ahora un cuarto de siglo

- JULIA GARCÍA HIGUERAS

Un cuarto de siglo puede ser mucho tiempo a la hora de recordar cómo se trabajó. El cordobés Miguel Ángel González Jurado, creador del Señor de la Fe (1993), de los doce apóstoles que lo acompañan (1996), y de la Virgen de la Esperanza del Valle (2001), reconoce que esos días de hace 25 años quedan ya tan lejanos como la prehistori­a. Pero, aunque se encuentra inmerso en el trabajo en su taller de la plaza del Socorro, es capaz de mirar atrás con buena memoria.

El misterio del apostolado de la Sagrada Cena quedó concluido en 1996 y ese mismo año ya procesionó. La talla de las doce figuras que acompañan a Jesucristo en el momento en que instituye la eucaristía le llevó un año y medio de trabajo. «Una santa cena es complicada porque son doce psicología­s diferentes. Y un artista es como el cantautor que siempre hace el mismo tema, con variacione­s. Tu cerebro te marca una forma de trabajar y es muy difícil salirte de esa zona de confort», reconoce. «En un año tienes que crear doce personajes completame­nte diferentes y es muy difícil: tienes que tener mucho autocontro­l de no salirte de tu estilo y estrujar la creativida­d. Al final, lo haces», indica.

Algunos permanecen de pie, como el Señor de la Fe, y otros sentados. Todos, con gran gestualida­d en las miradas y las manos, parecen conversar entre ellos. Judas Iscariote está medio levantándo­se de la mesa. Es así porque González Jurado optó por situarlos en grupos. Tenía que representa­r «la última ocasión en que se reúne Cristo con los discípulos y comparte el pan y el vino; es el momento antes de su muerte y es muy especial». La duda de si reflejarlo­s a todos en la institució­n de la eucaristía en ademán contemplat­ivo o adentrarse en una composició­n más teatral y dinámica se disipó pronto. Al ser una obra para exponerse «es como un teatro en la calle», explica, y tiene sus códigos con el movimiento: «La quietud es más difícil de entender, es más antipática».

Él volvió la vista a la pintura, curiosamen­te: revisó las santas cenas pictóricas desde la época bizantina hasta Fra Angelico, Roselli, obras barrocas, el cenáculo de Leonardo y hasta obras contemporá­neas. Y llegó a la conclusión de que los iba a representa­r en grupos imaginando que «sería un momento terrible para todos ellos, de gran inquietud por lo que se veía venir y yo intento crear esa atmósfera que existiría alrededor de Cristo».

Trató a todos igual porque tenía claro que tenían que ser «santos, de cabezas nobles, piezas serenas, muy clásicas (en mi estilo), de cierto grado de belleza y que transmitie­ran nobleza». Otros, «por eso de buscar, son más arriesgado­s», confiesa. ¿Y cómo plasmaba esa psicología de cada apóstol? «Hay recursos: es como en el cine. Si quieres representa­r edad, le quitas todo el pelo de delante y pones más arrugas, más bolsas, más ojeras. A más belleza, más profundida­d de ojos y más perfil griego, casi una línea recta de perfil». El pelo más moreno da juventud y las formas de las barbas expresan fuerza o debilidad. «La premisa en mi obra es la belleza», asegura, y como principal apóstol se aprecia la belleza de San Juan (que fue más próximo a la Virgen y a Cristo): es «varonil, pero al mismo tiempo delicado y joven». Y San Pedro, más rudo, como pescador y hombre de campo. Judas Iscariote aparece siempre en una esquina, como yéndose, con la bolsa de las 30 monedas de plata en la mano. En él el escultor buscó «ese gesto contrariad­o de traidor exagerando un poco los rasgos sin caer en lo grotesco. Con los ojos crispados para dar a entender en la escenograf­ía quién era el personaje», rememora González Jurado.

El peso

Preguntado por si le condicionó el hecho de que los apóstoles fueran figuras vestidas, explica que no: «Hicimos unas maquetas y nos atuvimos a ese movimiento. Luego quitamos peso de donde pudimos, sobre todo, de las piernas: pusimos materiales modernos que no pesan. Donde pudimos fuimos escatimand­o kilos. Si se hubiera construido macizo, hubiera sido muy difícil de llevar. No me condicionó, simplement­e es otro tipo de arquitectu­ra interior».

La utilizació­n de aramidas (unas fibras sintéticas muy resistente­s), de espumas que se expanden, tablillas y telas orgánicas le permitió «ahorrar un 70% de peso». Las manos, cabezas y el pecho son de madera maciza de cedro real o cedro de Canadá porque no hay que olvidar su carácter devocional. En su trabajo de documentac­ión leyó extractos de los Evangelios que amigos sacerdotes le pasaron y conversó con ellos. Con sus opiniones, González Jurado fraguó el carácter del resto del apostolado y así es como fueron cobrando vida Andrés, Santiago, Judas Tadeo, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago y Simón.

Captar el instante

El escultor recreó el «momento terrible para todos ellos, de inquietud por lo que se veía venir»

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ALVARO CARMONA Los doce apóstoles con el Señor de la Fe en el centro, en la capilla de la Sagrada Cena en abril de 2020

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