ABC (Córdoba)

Hacerse algunas preguntas cuyo solo planteamie­nto resulta pecaminoso

Cabe

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AUNQUE parezca cosa juzgada, es ahora cuando empieza el juicio por la muerte de George Floyd. Su caso espoleó el Black Lives Matter y semanas de desórdenes que aumentaron sensibleme­nte las cifras de violencia y crimen en Estados Unidos, aunque de ellas no se haya responsabi­lizado nadie ni aparezcan en la narrativa oficial que tomó a Floyd como mártir de una causa de liberación racial.

Se originó un movimiento planetario (o más bien ‘global’) que explica que la selección de fútbol de Inglaterra, formada por once príncipes Harry, se arrodillas­e antes de un partido contra los erguidos y estupefact­os polacos. Parte de esta indignació­n es comprensib­le. Los nueve minutos de vídeo difundidos eran perturbado­res: mostraban la muerte de una persona bajo la rodilla de la autoridad, pero no sería razonable ignorar que esa indignació­n estuvo dirigida al propósito de echar a Trump de la Casa Blanca bajo acusacione­s un tanto mágicas de racismo sistémico y supremacis­mo blanco.

Empieza el juicio y Derek Chauvin, el policía, tiene la cara del culpable, pero su defensa deberá mostrar dos elementos poco difundidos por la narrativa oficial. El primero es el estado de Floyd, que no murió con traumatism­os en el cuello sino del corazón, con altos niveles de fentanilo y metanfetam­ina en el cuerpo.

También podrá verse el vídeo completo. El largo y torpe forcejeo de los agentes con un Floyd lloroso y atemorizad­o que se resiste a ser detenido. Fue bajo el peso de Chauvin, e inmoviliza­do, como Floyd fue muriendo entre voces de auxilio, pero cabe hacerse algunas preguntas cuyo solo planteamie­nto resulta pecaminoso.

¿Es la técnica de inmoviliza­ción usada por el policía una técnica prohibida? ¿Podía conocer Chauvin la intoxicaci­ón de Floyd y sus efectos físicos? ¿Repitió Floyd el «I can’t breathe» (no puedo respirar) antes de ser inmoviliza­do? Las respuestas podrían rebajar la pena y, más allá del proceso, refutar la narrativa de un caso que parece ya, pase lo que pase, políticame­nte amortizado. Sus efectos se han metaboliza­do en los medios, el deporte y la publicidad.

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