ABC (Córdoba)

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sus efectivos, ya que se desarrolla­n con mayor virulencia entre poblacione­s numerosas. Si añadimos los daños exponencia­les que ocasionan en entornos humanizado­s –plantacion­es, huertos y sembrados– o los causados en accidentes de tráfico y otras instalacio­nes, es inevitable concluir que un riguroso manejo de sus poblacione­s será determinan­te para la correcta conservaci­ón de la especie, bajo unos estrictos parámetros de gestión. En palabras de Florencio Markina, presidente de la Asociación del Corzo Español, entidad sin ánimo de lucro nacida con el objetivo de mejorar el conocimien­to, gestión, caza y conservaci­ón del corzo, «sin un adecuado control de poblacione­s, el corzo morirá de éxito».

Coincidien­do con la llegada de la primavera, el mes de abril nos trae la desveda del corzo en la inmensa mayoría del territorio español. Y con ella la posibilida­d de poner en práctica la más eficaz de las herramient­as de gestión, la caza. Casi la única en el caso del corzo, pues si su caza es difícil más lo será que sobreviva a su captura, pues el estrés que el pequeño cérvido sufre cuando se ve privado de libertad suele acabar de forma trágica con la muerte estéril del animal; pues ni siquiera el aprovecham­iento de su deliciosa carne será posible atendiendo a la legalidad vigente. La caza del corzo, la caza en general, es una forma más de aprovecham­iento de un recurso natural renovable, efectuada de un modo sostenible.

Halo de misticismo

La primavera nos vuelve a ofrecer la posibilida­d de madrugar mucho y dormir poco y a deshora. De disfrutar de la inmensidad de la soledad que antecede al alba y la tensa calma que acompaña al crepúsculo, siempre entre dos luces. Es, sin duda, la aparición de esa sombra en forma de corzo, es la que ha forjado los sobrenombr­es de duende del bosque, fantasma o tragabalas, como se lo conoce coloquialm­ente. Un cierto halo de misticismo envuelve a esta fascinante criatura, de la que, tras un breve parpadeo, ya no queda ni rastro.

Esa imprevisib­ilidad caracterís­tica del corzo es un acicate más en su caza. Por muchos libros, artículos o webs que se hayan leído o consultado, ese espíritu libre nunca dejará de sorprender. En la lucha de instintos siempre gana por la mano. Pese a ello, no habrá sido una mala idea empaparse en su biología, su etología; conocer los puntos flacos del rival, sus hábitos y costumbres y llevar el viento en la cara serán las únicas cartas que jugarán a nuestro favor. El conocimien­to del cazadero, o el ser asistido por quien lo conozca bien, arrojará otro triunfo sobre la mesa. Por ello, los corceros que disponen de cazadero habitual escudriñan los acotados durante los meses anteriores, los meses de veda, armados de ópticas con las que localizar

Conocimien­to adquirido Normas, leyes y vedas no recogen que la primavera no es la mejor época para abatir hembras de corzo

individuos y parajes, y con los que elaborar un censo que nos permitirá planificar con éxito la campaña. Los menos afortunado­s, o corceros ocasionale­s, navegarán por los planos del SigPac, estrujando la ortofoto, intentando obtener la mayor informació­n posible de su puntual destino. Imaginando el cazadero, calculando mil y una vez las posibles entradas en virtud del viento, en una ensoñación. Recechando ante el ordenador, pateando curvas de nivel a vista de pájaro.

Ese conocimien­to adquirido será lo que dicte aquello que las normas, leyes y vedas no recogen, por qué la primavera no es la mejor época para abatir hembras o por qué ese majestuoso semental pese a lo aparatoso de su corona debería perdurar hasta la siguiente primavera o, por lo menos, pasar el celo. Aunque, como dice mi buen amigo Lolo, «la caza hay que cazarla como te la da el campo»; y no seré yo quien le contradiga, ambos dedicamos la primavera, a selectivos, pasados o juveniles de gestión. Siempre que la linde del vecino o el camino de paso que frecuenta el furtivo no recomiende­n lo contrario.

Abandonémo­nos, pues, en esa orgía de colores, aromas y sonidos que el campo nos regala, y que aunque al alcance de todos solo unos pocos hemos aprendido a amar, sin querer alterar un ápice de su verdadera esencia. Retornemos a lo que nos hizo humanos y seamos de nuevo cazadores.

Y aunque esta temporada promete una cosecha corcera excepciona­l, esperemos que los bichejos, nos dejen disfrutar del campo como mandan los cánones. En perfecta comunión con la naturaleza y con estricto respeto hacia quienes no piensan como nosotros. Aunque tengamos razón. O no.

Últimas décadas

La especie ha tenido una expansión sin parangón a lo largo y ancho de la España peninsular

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