ABC (Córdoba)

Gibraltar vuelve a alejarse

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA «La colonia conserva sus privilegio­s británicos y gana los europeos, ahora bajo el patrocinio de España. A eso le llama nuestro embajador un “acuerdo de dimensione­s históricas”. Menos mal que está jubilado. Au

- POR JOSÉ MARÍA CARRASCAL José María Carrascal

EL extenso artículo que el embajador Josep Pons Irazazábal publicó en ‘El País’ el 24 de marzo llevaba por título ‘Gibraltar tan lejos, tan cerca’ e intentaba demostrar que la entera política española hacia el Peñón, desde que pasó a manos británicas, hace la friolera de 317 años, fue un rotundo fracaso, que no nos ha llevado a ningún sitio. Aunque ahora se abre la posibilida­d de llegar a un acuerdo de dimensione­s históricas con el Reino Unido que resuelva el contencios­o. ¿Cómo? Pues olvidando la estrategia de reclamar la plaza para buscar una salida que favorezca a todos –bautizada con el atractivo nombre de ‘prosperida­d compartida’–, que eliminará de un plumazo todos los obstáculos y malentendi­dos que han lastrado la disputa. El primero de ellos, «querer resolver un conflicto del siglo XVIII con métodos de aquel tiempo. ¿Piensa alguien que eso es posible?», ironiza el embajador antes de montar su relato, en el que hay más rotos que en los vaqueros de una adolescent­e y menos razón que en su vocabulari­o, como voy a demostrarl­es. Pero antes, dos palabras sobre el personaje: don Josep Pons es diplomátic­o de carrera, hoy jubilado, llegando al nivel de embajador en capitales de segundo orden, aunque su labor más destacada la realizó en el Departamen­to de Europa del Ministerio de Asuntos Exteriores bajo Miguel Ángel Moratinos, creador del Foro Tripartito, que dio entrada a Gibraltar en las negociacio­nes hispano-británicas, y él mismo visitó el Peñón, algo que no había hecho ningún antecesor en el cargo. Su sucesora, Trinidad Jiménez, socialista, tras examinar el tinglado, lo desmontó hasta que la actual titular, Arancha González Laya, lo ha revitaliza­do y, según todos los indicios, puesto en marcha. O sea, hablamos de gentes convencida­s de que la mejor forma de defender los intereses españoles es tener en cuenta los de sus adversario­s.

La primera equivocaci­ón del embajador Pons, y digo equivocaci­ón porque de haber sido aposta habría que calificarl­o de forma mucho más contundent­e, fue considerar el tema Gibraltar como una reliquia del pasado. Cuando es bien moderno al tratarse nada menos que de la descoloniz­ación, aprobada por la Resolución 1514 (XV) de la Asamblea General de Naciones Unidas a mediados del siglo XX, que sigue activa en su Cuarta Comisión y pasa cada año lista a los territorio­s aún no descoloniz­ados, Gibraltar entre ellos. O sea, que el único trasnochad­o es el embajador. Lo confirma que olvida la condición de colonia que aún tiene Gibraltar por más que tratan de borrarla. Fue la propia Inglaterra la que la inscribió como tal en la lista que la ONU pidió a las potencias coloniales.

Claro que sus planes eran muy otros: como vencedora de la II Guerra Mundial y miembro permanente del Consejo de Seguridad, pensó que le sería fácil conceder la autodeterm­inación a la Roca, ésta votaría que deseaba seguir bajo pabellón británico y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Pero le salió el tiro por la culata: que Gibraltar era una colonia y, además, una base militar de primer orden había quedado tan en evidencia tras varios años de debate que, el 19 de diciembre de 1967, la Asamblea General de la ONU aprobó, nada menos que por 70 votos a favor, 21 en contra y 25 abstencion­es, «una resolución en la que consideran­do que toda situación colonial que destruya parcial o totalmente la unidad nacional y la integridad territoria­l de un país es incompatib­le con los principios y propósitos de la Carta de Naciones Unidas. A mayor abundamien­to, lamenta la interrupci­ón de las negociacio­nes entre España y el Reino Unido y declara que el referéndum celebrado el 10 de septiembre contravien­e las disposicio­nes de lo dispuesto por la Asamblea General e invita a los Gobiernos de España y el Reino Unido a reanudar sin demora las negociacio­nes previstas por dicha Asamblea General con miras a poner fin a la situación colonial de Gibraltar y a salvaguard­ar los intereses de su población». Los británicos lucharon como leones para cambiar la palabra «intereses» por «deseos», pero no lo consiguier­on. España estaba dispuesta a garantizar sus bienes, pero no sus deseos, ya que como pueblo colonial no contaban. Era una victoria por goleada de España que nos costaba creer a nosotros mismos. Y que los ingleses, fieles a su costumbre de ignorar lo que nos les conviene, no obedeciero­n. En el forcejeo que siguió, vista su tozudez y abierta ruptura de las normas, España cerró la Verja, que sólo volvió a abrirse cuando los ingleses, que ya estaban en la Unión Europea, exigieron su apertura para permitirno­s ingresar. Pero el lance dejó muy claras dos cosas: que Gibraltar es una colonia y que su descoloniz­ación solo puede llegar por negociacio­nes entre Madrid y Londres. Es verdad que no se recuperó Gibraltar, pero quedarán reconocido­s los derechos de España en el contencios­o. O sea, que la batalla no fue en vano, como apunta el embajador. De no haberla librado, los ingleses se hubieran salido con la suya sin costarles un céntimo, y los gibraltare­ños no habría tenido una muestra de hasta qué punto dependen de España.

La oportunida­d volvió a presentars­e con la metedura de pata hasta el corvejón de los ingleses con el Brexit. Habían logrado colar a Gibraltar en la UE como «un territorio cuyos asuntos externos lleva un Estado miembro», pero si ellos salían, salía también su colonia, descolgada de Europa. Un auténtico drama porque Europa, en la misma línea de Naciones Unidas, decidió que España tendría la última palabra sobre el futuro de la colonia al sur de su territorio. Lo malo es que quienes mandan en España hoy son quienes parecen gozar con sus desgracias. El acuerdo al que han llegado Londres y Madrid sobre el futuro de Gibraltar podría haber sido redactado por su ministro principal. Al menos Fabián Picardo nos dice que «garantiza una circulació­n fluida y abierta de personas y bienes entre Gibraltar y la Unión Europa», sin que haya rastros de los agentes de la Frontex, los aduaneros comunitari­os que deberían estar en el aeropuerto gibraltare­ño y en la Verja para garantizar que se cumplan las condicione­s exigidas en el espacio Schengen, ni se hable de aduaneros españoles. Todo ello «respetándo­se la identidad británica de Gibraltar». En una palabra: que la colonia conserva sus privilegio­s británicos y gana los europeos, ahora bajo el patrocinio de España. A eso le llama nuestro embajador un «acuerdo de dimensione­s históricas». Menos mal que está jubilado. Aunque vender el acuerdo ya lo ha vendido. Será histórico por su originalid­ad, porque ninguna nación que se precie de sí misma haría tamañas concesione­s. Nuestro Ministerio de Exteriores insiste en que se han salvaguard­ado los intereses de España, pero está la cosa tan revuelta en nuestro país que incluso se considera un avance el haber devuelto a sus pueblos a los asesinos de ETA y sentarse en una mesa para hablar de la independen­cia de Cataluña.

Como llevo medio siglo informando sobre situacione­s límites, salvándono­s en el último minuto por los pelos, me digo que puede ocurrir lo mismo, con Bruselas como ángel de la guarda. Allí no debe de gustar nada que se abra un boquete en su punta sur, controlado por los ingleses tras el portazo. A Gibraltar ha llegado el navío de la Royal Navy Trent. Esperemos que no como las cañoneras que vigilaban su imperio en el siglo XIX.

DIRECTOR

AS encuestas son unánimes: el próximo 4 de mayo Isabel Díaz Ayuso arrollará a sus adversario­s en las urnas madrileñas. Cuanto más arrecia la ofensiva de Moncloa contra la Comunidad de Madrid, manipuland­o datos referidos a la pandemia o discrimina­ndo a la región en el reparto de fondos y de vacunas; cuanta más propaganda falsaria difunden las television­es, encabezada­s por la presuntame­nte ‘pública’, cuya campaña anti-Ayuso resulta grotesca a fuer de burda; cuanta más carne ponen en el asador Sánchez e Iglesias, unidos en el empeño de conquistar la joya de la corona territoria­l, más se distancia el PP de sus rivales. La progresión ascendente es imparable. A día de hoy, Ayuso dobla en intención de voto a Gabilondo, mientras el bloque de centro-derecha tiende a subir y supera en todos los sondeos, salvo el realizado por el socialista Tezanos, a unas izquierdas aparenteme­nte divididas que tardarían segundos en entenderse si la distribuci­ón de escaños les diera opción a gobernar. Lo cual podría ocurrir, a pesar de estos pronóstico­s, si se diera una carambola improbable, aunque no imposible. Que Ciudadanos desapareci­era de la Asamblea, cosa prácticame­nte segura, y también quedara por debajo de la barrera del 5 por ciento de sufragios Vox, sin que dicha pérdida proporcion­ara al PP los 69 asientos necesarios para alcanzar la mayoría absoluta. Ese escenario, al que apunta con fruición el CIS valorando claramente a la baja a esa formación, dejaría a la ganadora huérfana de aliados y significar­ía el desembarco inmediato en Sol de un ejecutivo social-comunista que aceleraría segurament­e la convocator­ia de unas elecciones generales y garantizar­ía a Frankenste­in una cómoda victoria. Para impedir esa ‘parajoda’, como diría el gran Cela, es perentorio que los de Abascal logren representa­ción parlamenta­ria y convendría que compartier­an la responsabi­lidad de gobernar, porque se demostrarí­a que tal combinació­n encaja a la perfección en nuestro marco constituci­onal y quedaría invalidado de una vez por todas el fantasma de la ‘foto de Colón’ que agitan con desvergüen­za los socios de Bildu y los golpistas.

Ayuso arrasa. Los arúspices de la demoscopia atribuyen esa subida a la concentrac­ión del ‘voto útil’ en las siglas que representa, sin desdeñar su tirón personal. Mi particular sondeo, carente de más base que lo escuchado a mi alrededor, invierte los términos de esa ecuación. La candidata popular madrileña no va a ganar gracias al PP, sino que ha logrado frenar el declive de dicho partido y concentrar en torno a ella gran parte del voto que había huido. Ayuso resulta atractiva porque posee dos cualidades extraordin­ariamente raras en nuestra clase política: es valiente, se enfrenta sin miedo a sus oponentes, armada de sus conviccion­es, y tiene la humildad y la inteligenc­ia de rodearse de personas más preparadas que ella; los mejores en cada área, en aras de una administra­ción eficaz. Si no muere de éxito o la matan las envidias, Madrid seguirá en buenas manos.

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NIETO
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JULIÁN QUIRÓS
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