Testimonio de un vacunado
Hoy me han puesto la primera dosis de la vacuna, así que empiezo a ver la luz al final del túnel. Me citaron por teléfono. No había colas ni agobios, apenas seis personas, que, siguiendo las indicaciones de una funcionaria, aguardaban ante una puerta secundaria del Centro Cívico, contiguo al Centro de Salud, evitando así riesgos innecesarios. A lo que iba. Cuando llegó el momento aguardé un minuto, no más, en la puerta exterior del salón de usos múltiples, liberado estos días de su uso habitual, y enseguida me dirigí a la mesa donde esperaba un funcionario ante su ordenador. Me identifiqué, abrió mi historial médico para comprobar la identidad y anotar que me vacunaban con la primera dosis de Pfizer. Le pregunté si emitían certificado de vacunación y me dijo que no; que tras ponerme la segunda dosis el día 28, podré acceder desde el móvil a una aplicación en la que aparecerá reflejada mi condición de vacunado. Me levanté la manga corta de la camisa y ni me enteré del pinchazo. «¿Ya está?», pregunté como si dudara. «Ya está», me respondió el amable sanitario. Y tras indicarme que sujetara el algodón colocado en lugar del pinchazo, me aconsejó que esperase diez minutos en el amplio hall de techos altísimos por si experimentaba algún síntoma adverso, cosa improbable. Me senté en una de las sillas colocadas a distancia reglamentaria, donde ya había seis u ocho personas en la misma actitud de espera. A los diez minutos y viendo que no sufría la menor molestia, me levanté, arrojé el algodón en la bolsa de una papelera, y salí a la calle, sintiéndome hombre nuevo, aspirante a la normalidad. Expreso mi testimonio no por necia vanidad, sino para manifestar mi certeza en el buen funcionamiento de la administración de vacunas. Por propia experiencia periodística sé que lo que sale bien no suele ser noticia. Pero en circunstancias como éstas, en que la manipulación tergiversa a menudo la realidad, hay que decirlo y que conste por escrito: la gestión y administración de la vacuna milagrosa —no hay que perder la fe en la ciencia— va muy bien señor consejero Aguirre. Muchas gracias.