Una doctora con bagaje de gestión
do un voto particular contrario a su renovación. ¿Teme que esta situación enrarezca el ambiente de la Cámara? —El ambiente ha estado enrarecido, pero espero que una vez aclarada la situación las aguas vuelvan a su cauce, por el buen nombre y prestigio de la Cámara. En mi opinión, cuando nos comprometemos con una institución, debemos anteponer sus objetivos a los nuestros personales. La Cámara de Cuentas debe estar siempre alejada del debate político y hablar sólo a través de sus informes, informes que hacen sus técnicos sin ningún tipo de injerencia y conforme a los planes anuales que aprueba el Pleno. Lo importante es que cumplamos con la encomienda que tenemos: llevar a cabo con rigor auditorías de regularidad, operativas e integrales y de sistemas de información del sector público andaluz, en pro del control y mejora de la gestión de los fondos públicos.
—El PSOE ha vaticinado que la Cámara de Cuentas va a ser un instrumento controlado por los partidos que sustentan el Gobierno, PP y Cs.
—Pues no comparto ese vaticinio. Tal y como comenté en mi discurso de toma de posesión entiendo que las razones que han llevado a mi nombramiento como presidenta son puramente técnicas y son éstas las que han guiado y seguirán guiando mi trayectoria profesional. Pero, además, el procedimiento establecido para el desarrollo de los informes de auditoría cuenta con una serie de mecanismos (revisiones técnicas, alegaciones...) que garantizan que el contenido de los mismos no pueda distorsionarse con intereses ajenos a los de la propia fiscalización. Además, el personal de la Cámara tiene una elevada cualificación, experiencia, independencia y profesionalidad. Resulta evidente que a lo largo de estos años se han elaborado informes de gran calado y con gran repercusión, y en esta dirección continuaremos. —La Cámara de Cuentas se creó en
Doctora en Administración y Dirección de Empresas, Carmen Núñez cuenta con una amplia experiencia en la gestión universitaria. Ha compaginado la docencia como profesora titular del Departamento de Contabilidad y Economía Financiera con el cargo de decana de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Sevilla entre 2010 y 2019. En la consultora española Entel —actual Indra— desempeñó trabajos de programación y análisis en proyectos de gestión en los departamentos de Defensa en Madrid, y de Sector Público y Sector Privado en Sevilla. 1988 y hasta ahora no había tenido a dos mujeres al mando: usted como presidenta y Sandra Garrido, de vicepresidenta. ¿Cómo se va a notar? —El hecho de ser las primeras mujeres es un orgullo y una satisfacción para nosotras, pero también una enorme responsabilidad que asumimos con gran ilusión. Lo importante es cumplir con nuestro deber y que los resultados de nuestro trabajo, como el de los demás consejeros, sea fructífero para los intereses de los andaluces.
—Desde hace años, la Cámara de Cuentas viene planteando que se supriman ayudas a los ayuntamientos que rehúsen dar información y rendir cuentas a esta institución. ¿Está a favor de que se sancione de algún modo este incumplimiento?
—Sí. Rendir cuentas es una obligación legal de los responsables públicos y un índice de transparencia y calidad democrática. El Pleno de la Cámara acordó en 2020 por unanimidad remitir al Parlamento una moción sobre la mejora en la rendición de cuentas por las entidades locales. Nuestra comunidad autónoma ocupa el último puesto en este aspecto. Otras comunidades han aprobado una serie de medidas que han logrado un aumento notable de la rendición de cuentas de ayuntamientos, mancomunidades y consorcios.
ntre los «afrancesados» de mi generación, Olivier Duhamel, el gran constitucionalista, fue una institución. Máxima autoridad en las «ciencias políticas» francesas y sombra de la famosa facultad de ‘Sciences Po’, Duhamel parecía no caerse de titulares mientras su imagen se repetía incansable en radios y televisiones. Pocos personajes en el siglo francés (en el pasado y en el presente hasta ahora) disfrutaban de un respeto más generalizado que él, hasta que su hijastra, Camille Kouchner, hija del célebre ministro que fundó Médicos Sin Fronteras, ha hecho trizas su prestigio con un libro titulado «La familia grande» en el que tira de la manta para descubrir a su padrastro como un vulgar pedófilo hasta ahora encubierto por la ley del silencio vigente entre la «upper class» parisina, esa flor del mal crecida sobre el humus de la estrategia elitista de ciertos sectores de la «gauche divine» que cifraba una famosa divisa: «En la Izquierda, como en la gran burguesía, la ropa sucia se lava en casa».
Camille ha roto ese silencio, al fin, y en Francia ha resurgido la polémica que a finales de los años 70 estremeció la conciencia pública al conocerse la desconcertante «omertá» de la crema de la intelectualidad (desde Sartre y la Beauvoir a Barthes y Deleuze pasando por Lyotard, la doctora Dolto y el propio Aragon) con la actitud menorera de Foucault al defender el derecho de los adultos a ejercer la pedofilia. «Una barrera de edad fijada por la ley no tiene mucho sentido», pontificó socráticamente aquel maestro partidario de lo que él llamaba «pedofilia no abusiva». Durante este enero pandémico el sordo rumor crítico que acompañó a aquel escándalo ha vuelto a soliviantar el ánimo de una sociedad que se quiere libre «ma non troppo».
¿Cómo hubiéramos imaginado a Duhamel deslizándose como un íncubo (o quién sabe si como un súcubu) en la cama de un adolescente? Malamente, desde luego, pero entiendo que lo ejemplar de este rifirrafe no está tanto en esa crítica imagen como en la de una «inteligentsia» tan exclusiva que se cree con derecho a catequizar a la gente corriente desde el púlpito de su perversa singularidad. Parece no tener remedio la tentación exclusivista de un progresismo más pijo y canalla que libertario. Tengo entendido que los Kouchner andaban habitualmente desnudos por casa. Camille parece haber comprendido que donde se siembran vientos se recogen tempestades y hasta es posible que la Izquierda (o lo que quede de aquella utopía decimonónica) haya entendido al cabo la destructiva falacia que se oculta en el clasismo de una conciencia ensimismada.