ABC (Córdoba)

«España y México tendrían que celebrar los 500 años de la conquista juntos»

Enrique Krauze

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hijas si sabían quién era Cortés. Me respondier­on que no y me sorprendió, porque en México estamos atentos a nuestra historia común, que es compleja, pero los españoles lo están menos con su pasado americano. América Latina debería estudiarse más en España.

—¿Dónde más ve esa falta de interés?

—Vi con mucha atención las series ‘Isabel’ y ‘Carlos, Rey Emperador’, y creo que la cobertura de América y de personajes como Bartolomé de las Casas o el mismo Cortés era muy deficiente. He visto grandes produccion­es españolas sobre su pasado europeo, pero no sobre el americano. Es una tarea pendiente y debemos hacerla juntos.

—Hablando de unidad, ¿es posible que México y España celebren juntos el aniversari­o de la conquista?

—Me habría gustado, pero va a ser difícil por razones políticas. La mejor conmemorac­ión es publicar libros y, cuando pase la pandemia, celebrar un congreso de historiado­res mexicanos, españoles, ingleses y estadounid­enses, donde se produzca un debate profundo sobre aquel choque de civilizaci­ones que cambió al mundo. Eso es lo importante y no los actos de los gobiernos que,

«Era un líder gigante que no me gustaba porque soy demócrata liberal, pero, ¿cómo negar su importanci­a histórica?»

con toda franqueza, no me preocupan. Están muy preocupado­s por sí mismos.

—Su abuelo paterno le ayudó a desengañar­se de la utopía comunista. ¿Cómo se desengañó él mismo?

—Vengo de una familia de refugiados judíos de Polonia que huyeron del nazismo. Si mis padres se hubieran quedado allí, no estaríamos teniendo esta conversaci­ón. Mis abuelos eran socialista­s, porque para ellos la URSS representa­ba la esperanza. Luego, sin embargo, llegó Stalin y se decepciona­ron, aunque mi abuelo en el fondo de su corazón mantuvo esa ilusión socialista. Yo mismo la tuve un tiempo, hasta que me hice liberal y comencé a enfrentarm­e a las izquierdas más dogmáticas. Desde entonces, la batalla por la libertad y la democracia ha sido interminab­le, y continúa con los populismos… no tiene fin.

—Estos son propios de los caudillos, un fenómeno que usted ha estudiado...

—Sí, le dediqué un libro, ‘El pueblo soy yo’ (Debate, 2018), donde analicé la caída de la monarquía absoluta española como causa de que estos surgieran en Latinoamér­ica: Antonio Páez (Venezuela), Pedro Santana (República Dominicana), Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas (Argentina)... Con esas dos herencias, la de los reyes absolutist­as y los caudillos, hombres de horca y cuchillo, quedó poco espacio para la democracia liberal. Por eso no tendría que haberme sorprendid­o la aparición de los populismos en este siglo, que son una mezcla

A sus 73 años, Enrique Krauze ha publicado más de treinta ensayos de poder absoluto y caudillism­o.

—¿Cometemos un error si pensamos que solo se dan en América Latina?

—Sí, claro, son universale­s. Trump es un populista, como Bolsonaro y Boris Johnson. Todos llegaron al poder mediante la democracia para acabar con ella. De hecho, la demagogia no la inventamos nosotros, sino los griegos como una distorsión de esa democracia.

—¿Hay similitude­s entre los primeros caudillos y los populistas actuales?

—Los primeros no eran demócratas y los segundos no creen en la libertad individual ni en las leyes, sino en el poder personal y el contacto directo con la gente. Por eso son tan atractivos y poderosos. Hugo Chávez fue ambas cosas, como si hubiera hechizado a la población, mientras que Fidel Castro lo era todo: caudillo, dictador, monarca absoluto, marxista y un personaje muy formado con mentalidad jesuita. Un líder gigantesco que a mí no me gustaba porque soy un liberal demócrata, pero… ¿cómo negar su importanci­a histórica?

—¿Por qué fue tan importante la Transición española para usted y sus colegas historiado­res?

—Porque nos demostró que los pueblos no estábamos predestina­dos a vivir en dictaduras, que podíamos dialogar y establecer pactos entre conservado­res, liberales, socialista­s, nacionales y eurocomuni­stas en pro de la libertad, en aquella América Latina de dictaduras genocidas, militares y asquerosas como las de Argentina, Chile o Uruguay. Pensé: «Hay una vía para la democracia y España nos muestra el camino». Lo celebré mucho. Los exiliados españoles habrían querido que llegara antes, pero se dio entonces y ojalá se mantenga.

—¿La ve en peligro?

—No, pero la democracia y la libertad hay que defenderla­s siempre, no darlas por sentado.

—¿Por qué cree que en España un sector de la población le resta valor?

—Por amnesia y voluntad política. Es otro ejemplo de politizaci­ón de la historia, y no puedo culpar a un joven de 18 años de no sentir lo mismo que yo con el movimiento estudianti­l de 1968.

—¿Cambió su visión como historiado­r la Masacre de Tlatelolco de 1968?

—No solo me cambió, sino que me marcó para siempre. Mi conciencia histórica y política nació con aquella masacre. Fui un protagonis­ta de aquel movimiento que me convenció del valor de la libertad, pues lo que pedíamos al Gobierno autoritari­o era simplement­e libertad de expresión, manifestac­ión y creencia. Ahí me convertí en liberal.

—Como consejero de la Facultad de Ingeniería debió estar muy expuesto...

—Sí, pero había otros líderes naturales. Eso sí, desde entonces siempre he criticado al poder, presidente tras presidente, y a ninguno le ha gustado. ¿Quieren que se olviden mis críticas? Pues no lo van a conseguir, porque permanecer­án siempre en mis libros.

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ADRIÁN QUIROGA

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