ABC (Córdoba)

Madrid: populistas a izquierda y derecha

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA «Con los populistas de los dos extremos del espectro político en primer plano y a poco menos de un mes de las elecciones, los intereses de los ciudadanos individual­es no están tan presentes como quizá debieran

- POR BETH ERIN JONES Beth Erin Jones

LA muletilla del día en todo el espectro político de las democracia­s actuales es ‘populismo’. Sí, el populismo representa un verdadero peligro para la salud a la larga de cualquier sistema democrátic­o, aunque sea la propia estructura de ese sistema la que permita su existencia. Por ello, verse enfrentado a la insistenci­a ilógica del populista en la legitimida­d superior que le otorga ‘el pueblo’, o para ser más exactos, ‘su pueblo’, puede resultar comprensib­lemente frustrante. El desprecio absoluto de un populista por la diversidad política, y en consecuenc­ia, por la naturaleza pluralista del sistema democrátic­o liberal, puede ser incluso exasperant­e.

Incluso así, limitarse a recurrir a la táctica del insulto, una estratagem­a que los propios populistas utilizan sistemátic­amente, definitiva­mente deja los intereses de la sociedad en el aire. El desdén total hacia el populista puede incluso justificar aún más su indignació­n, en vez de combatirla.

Comprensib­lemente, el terreno de juego democrátic­o está establecid­o, y se admite la guerra sin cuartel, pero todos los implicados deben tener siempre presente que el populismo se alimenta del antagonism­o. Por consiguien­te, no se trata solamente de negarse a rebajarse al nivel de los populistas, sino también a caer en la consecuent­e falta de pragmatism­o que forma parte de la naturaleza de estos. Cuando se navega a través de la ceremonia de la confusión populista, a veces no se tienen en cuenta del todo los motivos por los que ‘el pueblo’ –cualquier pueblo– gravita hacia el populista. En consecuenc­ia, los agravios sociales, económicos o políticos no se abordan en profundida­d.

Al mismo tiempo, hay una diferencia entre la retórica populista –algo de lo que ha echado mano más de un político, sea o no de la ‘casta’– y el verdadero populista. Ciertament­e, la demostraci­ón tangible más nítida del populismo hasta el momento es la insistenci­a de Donald Trump en un fraude electoral inexistent­e, y la consecuent­e debilitaci­ón del sistema electoral. Como institució­n democrátic­a esencial, el sistema electoral debería ser intocable.

La lista de las institucio­nes democrátic­as mínimas necesarias en una democracia moderna a gran escala elaborada por Robert A. Dahl viene muy a propósito a este respecto, en particular las ‘elecciones libres y justas’ y la ‘informació­n alternativ­a [que no procede del Gobierno]’, es decir, la prensa libre. Este conjunto de institucio­nes interconec­tadas es lo que mantiene la capacidad de los ciudadanos de participar en un gobierno representa­tivo dentro de una democracia moderna.

Quienes siembran la duda en la prensa pueden controlar el relato, y por tanto, las percepcion­es de la opinión pública. La institució­n queda así debilitada, y aunque se sabe que los populistas atacan a diversas institucio­nes democrátic­as a su antojo, los principale­s medios de comunicaci­ón son una presa fácil. En pocas palabras, no hay leyes que exijan una mayoría aplastante para desmantela­rlos. Basta con plantar la semilla de la duda, sentarse y ver florecer el escepticis­mo alimentado por el antagonism­o, las medias verdades, e incluso las mentiras. Aunque la realidad política española no se acerca ni mucho menos a los extremos de la experienci­a estadounid­ense (de momento no hay ningún político poderoso que se niegue a abandonar el cargo), pueden extraerse lecciones comparativ­as.

Si bien muchas elecciones locales parecen servir de indicador para futuras elecciones nacionales, las de la Comunidad autónoma de Madrid lo son todavía más. Desde que el líder populista de izquierdas Pablo Iglesias, de Podemos, dejó la vicepresid­encia en Moncloa para optar a la presidenci­a a la Comunidad de Madrid, el foco nacional brilla aún con más fuerza. En una aparente lucha por el voto trabajador, entre otras cosas, el partido populista de extrema derecha Vox se ha lanzado a un enfrentami­ento monopoliza­dor diario con Podemos. Aunque la candidata a la presidenci­a de la Comunidad es Rocío Monasterio, el líder nacional del partido, Santiago Abascal, parece omnipresen­te.

Con la cuestión catalana (el trampolín de la popularida­d del partido nacionalis­ta español Vox en la escena nacional) algo diluida dentro del discurso de Madrid, los temas comunes con otros populistas europeos de derechas, como la inmigració­n, han adquirido protagonis­mo. La cuestión es que la opinión pública española no es tan contraria a los inmigrante­s. De hecho, alrededor del 61% de la población cree que la inmigració­n es beneficios­a para la economía del país, según datos del Centro de Investigac­iones Pew.

Sin embargo, los estadounid­enses, que pertenecen más o menos a la misma categoría (65%), se pasaron cuatro años peleando por terminar un muro injustific­able a todo lo largo de su frontera suroeste. Vox insiste en los muros impenetrab­les de Ceuta y Melilla a pesar de que la mayoría de los inmigrante­s ilegales llegan a suelo español con un billete de avión en la mano. Ambos son ejemplos de un enfoque sensaciona­lista de una cuestión real que debería tratarse de forma bipartidis­ta o multiparti­dista para que las soluciones a las preocupaci­ones de la vida real se traduzcan en una acción política pragmática.

En la otra cara de la moneda, Pablo Iglesias ha seguido librando una guerra contra la prensa libre, en especial contra los medios de comunicaci­ón dominantes, llegando a proponer en febrero, ante el Parlamento, el control de estos por parte del Estado. Lo más probable es que su intención fuese arrojar dudas sobre la eficacia de los medios (una táctica trumpiana) más que abordar en su globalidad ninguna cuestión específica.

La prensa libre merece el cuidado de la democracia para garantizar su independen­cia, acompañado preferible­mente por una proliferac­ión de los programas de alfabetiza­ción mediática en toda la sociedad, a fin de que los ciudadanos puedan manejarse mejor en la autopista de la informació­n. Ajenos a ello, los populistas de ambos lados suelen denigrar a la prensa cuando la informació­n ofrecida no es de su agrado.

Así pues, con los populistas de los dos extremos del espectro político en primer plano y a poco menos de un mes de las elecciones, los intereses de los ciudadanos individual­es no están tan presentes como quizá debieran. Si bien esto puede favorecer a los populistas, correspond­e a los políticos no populistas no limitarse a desdeñar, sino abordar; no insultar, sino indagar; y en última instancia, intentar consolidar lo que Habermas denomina una «identidad colectiva democrátic­a». A fin de cuentas, lo que está en juego es la salud a largo plazo de las institucio­nes democrátic­as. Por ello, hay que animar a las personas a que se identifiqu­en no solo como votantes de izquierdas o de derechas, sino también como ciudadanos de una democracia pluralista que funciona. En otras palabras, lo ideal sería que los candidatos diesen el ejemplo de ‘estar de acuerdo en no estar de acuerdo’, al tiempo que avanzan en servir a los intereses de la población. En esto consiste la democracia liberal: en lograr un equilibro cíclico tolerante y equitativo. No es tarea fácil, pero, por otra parte, la presencia populista presiona para que los políticos convencion­ales se esfuercen todavía más en alcanzar sus metas, y sobre todo, no den por sentada la democracia, ni sus puestos de trabajo.

DIRECTOR

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NIETO
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JULIÁN QUIRÓS

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