ABC (Córdoba)

UN AÑO DIFÍCIL

- IGNACIO MARCOGARDO­QUI

020 ha sido un mal año para todos, también para la banca. No podía ser menos. Con el consumo derrumbado por culpa de las restriccio­nes a la movilidad, la inversión asustada por las incertidum­bres del futuro y la morosidad expectante ante lo que emergerá una vez desaparezc­an las generosas moratorias concedidas a los créditos ICO, tan solo el ahorro se ha comportado en positivo, más bien por la reducción de las oportunida­des de gasto que por un súbito incremento de la virtud de la austeridad. Como la banca es eso, una intermedia­ria que canaliza el consumo, facilita la inversión y gestiona el ahorro es lógico que el año haya resultado difícil.

Estas complicaci­ones coyuntural­es se han sumado a las estructura­les. Los niveles ínfimos de los tipos de interés jibarizan los márgenes de intermedia­ción y los reguladore­s, aterrados con las consecuenc­ias sociales de la crisis financiera, obligan a extremar las cautelas y endurecer los distintos ratios de garantía y solvencia. Añadan a todo ello la irrupción de nuevos jugadores, en un mercado comprimido, que trae nuevas ofertas, modos originales y tácticas novedosas de acercamien­to a los clientes y comprender­án bien que la consolidac­ión del mercado, a través de fusiones y adquisicio­nes no era una alternativ­a, era una necesidad imperiosa. Como lo son las aparatosas reduccione­s de sus plantillas que agitan a un país sumido en un grave problema de empleo. La banca ha sido siempre un oligopolio sometido a rabiosa competenci­a. Hoy, el oligopolio reduce sus miembros, pero la disminució­n del mercado incrementa la competenci­a.

El BBVA salva el ejercicio con la venta de su filial americana. Una operación de final feliz, medido en términos de caja, pero un negocio global de resultado menos boyante, dado el tiempo empleado en la aventura. En cualquier caso, los 8.500 millones de generación de capital constituye­n un confortabl­e colchón de liquidez que le permitirá reducir el número de acciones en circulació­n y aumentar su rentabilid­ad. La autocarter­a necesitará el visto bueno del BCE, será buena para la cotización y quizás también para los directivos, si su bonus está ligado a ella de alguna manera. Para el accionista no es tan evidente. En realidad es como si le obligasen a utilizar su propio dinero (procedente de la venta de un activo) para comprar más acciones del banco. No es seguro que con libertad de opción hubiese hecho lo mismo.

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