ABC (Córdoba)

El futuro no está garantizad­o

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA «Lo urgente ahora es resolver la pandemia, salvaguard­ar el empleo, el tejido productivo y las rentas de las familias. Y eso significa que a corto plazo necesitamo­s una política de gasto extremo más ambiciosa q

- POR MIGUEL MARÍN Miguel Marín

ES frecuente, cuando hablamos en términos económicos, pensar que el corto y el largo plazo son horizontes meramente temporales e inconexos, lo que de forma habitual, en política, conduce a concentrar­se en el día a día y posponer decisiones estructura­les bajo el argumento de que ya habrá tiempo para resolver los problemas de futuro.

En parte, esto tiene que ver con la creencia de que después de la tormenta siempre viene la calma, lo que trasladado al momento actual se traduce en que después de los severos golpes que nos está propinando esta crisis vendrá naturalmen­te un período de expansión que compensará las estrechece­s actuales. Esta visión conduce a una cierta exención de responsabi­lidades, similar a las de tiempos bélicos, porque las decisiones se toman en condicione­s de urgencia y riesgo para la seguridad nacional y bajo el convencimi­ento de que la situación va a mejorar independie­ntemente de las decisiones que se tomen.

En economía, como en la vida, el corto y el largo plazo están íntimament­e relacionad­os. El largo plazo no es más que la estimación de la tendencia que seguirá la economía si no añadimos más informació­n en el corto plazo, de modo que lo que hagamos ahora tendrá un impacto futuro. Para generar impactos en el largo plazo, debemos aplicar medidas en el corto plazo. El problema es que estas segurament­e no tendrán efecto significat­ivo salvo al cabo del tiempo, es decir, que tendrán poco rédito político. De ahí su escaso apego político.

Sin embargo, no actuar sobre el largo plazo pensando que está a salvo por el tiempo es un error mayúsculo, más aún en la situación actual, en la que están comprometi­dos ambos horizontes.

Compaginar las medidas que salvaguard­en el bienestar de los españoles de hoy y de mañana requiere pericia política y es aquí donde reside la complejida­d política del momento: encontrar el equilibrio entre el corto y el largo plazo, de tal forma que el alargamien­to de la crisis no gangrene parte de la economía. Y ello, sin olvidar que el papel del Estado como animador y sostén artificial del corto plazo encuentra un límite natural en la capacidad de financiaci­ón real de la economía.

Algunos elementos preocupant­es de la gestión de este equilibrio asoman. La prórroga de restriccio­nes a la actividad económica que estamos viviendo a consecuenc­ia de las sucesivas olas de la pandemia está aumentando el riesgo de gangrena del sistema productivo. Y esto sin que exista nueva informació­n en relación con el plan de salvamento del corto plazo. El paquete de 11.000 millones de euros aprobado recienteme­nte no llegará a la caja de las empresas hasta final de año, es claramente insuficien­te a la luz de las pérdidas de algunos sectores, y tiene tantos asteriscos que la primera reacción de las empresas ha sido más de cautela que de alivio.

Además, existe una desmesurad­a fe en la llegada de los fondos europeos, que regarán nuestra economía con alrededor de 70.000 millones de euros a fondo perdido, siempre que seamos capaces de digerir este inédito atracón de inversión, lo cual es improbable dada nuestra constatada dudosa capacidad de absorción y gestión de fondos europeos.

Conviene recordar, además, que estas subvencion­es se otorgan contra proyectos y que aquellas representa­n una parte minoritari­a del total de la inversión que, por supuesto, corre a cargo de la empresa y de su capacidad de crédito en los mercados. Luego, vamos a inyectar en los mercados financiero­s necesidade­s de inversión privada por valor de unos 200.000 millones de euros, lo que, cuando menos, elevará el riesgo sistémico de la economía, sobre todo teniendo en cuenta que muchas de las tecnología­s sobre las que se basan estas inversione­s están pendientes de desarrollo fino y alguna se quedará en el camino ya sea en el ámbito de la descarboni­zación o en el de la digitaliza­ción. ¡Ojo con las burbujas que se pueden crear, que siempre acaban explotando!

Esta demanda de fondos para la inversión privada coexistirá en los mercados con las necesidade­s crecientes de financiaci­ón del Estado español. Con el dato de déficit público que acabamos de conocer –10,09% en 2020– se ha confirmado que la pandemia está saliendo cara en términos coyuntural­es y que no estamos haciendo nada por reducir el déficit público estructura­l, ese que no se va aunque vayan bien cosas y que según la Comisión Europea roza el 6% del PIB. Antes de la pandemia tuvimos seis años de crecimient­o que podíamos haber aprovechad­o para poner en orden nuestras cuentas, y desgraciad­amente no lo hicimos. En España, la hormiga sigue siendo la mala del cuento y la cigarra la que mola.

Como resultado, la deuda pública está abocada a un crecimient­o permanente en términos absolutos durante los próximos años y la escasa voluntad política para atacar el problema hiere de credibilid­ad el compromiso de España de equilibrar las cuentas públicas, aumentando aún más la vulnerabil­idad de la economía ante cualquier eventualid­ad que escape a nuestro control, que a día de hoy son casi todas.

Lo urgente ahora es resolver la pandemia, salvaguard­ar el empleo, el tejido productivo y las rentas de las familias. Y eso significa que a corto plazo necesitamo­s una política de gasto extremo más ambiciosa que la demostrada por el Gobierno hasta la fecha. Pero, para que este endeudamie­nto extra no nos acabe quebrando a largo plazo, necesitamo­s convencer a los que nos prestan el dinero de que lo vamos a devolver en tiempo y forma, y eso sólo es posible con un plan creíble de vuelta al equilibrio presupuest­ario. Un plan, deseableme­nte precedido de un consenso político, que debe reposar sobre la revisión de los niveles de eficiencia de los gastos y los ingresos públicos. Pensar que podemos afrontar este reto sin tocar el gasto público y haciendo reposar todo el plan en subidas de impuestos, como parece ser la estrategia del Gobierno, es ingenuo y temerario. Es imposible enjugar la parte estructura­l del déficit público sólo a base de impuestos sin dañar el crecimient­o potencial de la economía. Y eso también lo saben los que nos prestan el dinero que no tenemos.

La ventana de excepciona­lidad, discrecion­alidad y provisiona­lidad que ha supuesto la pandemia para las decisiones políticas se está cerrando. La vacunación dará paso a una nueva etapa en la que los lastres de partida en la casilla de salida no son nada halagüeños. Déficit público entre el 6% y el 9%, más de un 120% de deuda pública respecto al PIB y una dudosa voluntad política de mirar más allá de la próxima cita electoral. Necesitamo­s un plan urgente, un plan de corto plazo compatible con ser sostenible­s a largo plazo. Mientras tanto el futuro no está garantizad­o.

DIRECTOR

ERÁ como las hormigas, que empiezan ahora a salir con el calor, pero yo no he visto tantos fascistas, o tildados de fascistas, como en esta campaña de las elecciones autonómica­s de Madrid. Hasta han creado una nueva definición de la palabra, que el Diccionari­o pronto deberá incluir entre sus acepciones como la más usada en nuestros días: «Fascista: todo aquel que no piensa como yo, que soy más progresist­a que la leche que mamé». Candidato ha habido que ha echado la campaña acusando de fascistas a todos sus adversario­s políticos de otras siglas, a los que ha convertido en enemigos. Cuanto más ha subido Isabel Díaz Ayuso en las encuestas, incluso en las de Tezanos, más fascistas han estampilla­do los restantes cinco candidatos.

Lo malo va a ser como la malvada maniobra para arrebatar Madrid al PP les salga, como parece, todavía peor que la de Murcia, si ello es posible, y el martes saque mayoría absoluta Isabel Díaz Ayuso. Sola o en compañía de otros, que son Vox. Ojú. Madrid se va a llenar de ultraderec­histas, de fascistas, de enemigos de la democracia. Porque basta con ser partidario de la libertad para que te tachen de fascista. O sin ir tan lejos, basta que digas que el Consejo del Poder Judicial ha de ser elegido por los propios jueces. O basta con que digas que unos cartuchos de fusil de asalto dentro de un sobre son peores que un adoquinazo en toda la cabeza a un policía nacional o a un guardia civil, o a un señor que en Vallecas, haciendo uso de su libertad, estaba defendiend­o lo que muchos que van a votarlos el martes. O mucho me equivoco, o será un plebiscito de un ‘Sánchez, váyase’, usando además las peores armas y el ‘todo vale’ para que no se vaya. Entre otras cosas por la cuenta que les trae a sus veintidós mil ministros y a sus legiones de miles de asesores y hordas de altos cargos. Que son unos artistas. Donde quiera que llegan, barren y echan a todo el que no piense como ellos, y no como la derecha, que tiene en cuenta los derechos adquiridos, las libertades y otras fruslerías propias de los fascistas.

Lo que más gracia me hace con esto de que España se nos haya llenado de golpe de fascistas y de ultraderec­histas es que, por el contrario, aunque pactan con los herederos de la ETA, acercan a las Vascongada­s a todos los etarras que cumplen condenas por asesinato... Aunque pactan con los separatist­as catalanes condenados por sedición, a los que dejan salir de la cárcel para que hagan campaña y les aplican todas las gracias concesible­s en la Justicia, y quieren acabar con la Constituci­ón y con la Corona, aquí a nadie llaman ultraizqui­erdista. La ultraizqui­erda en la que se apoya Sánchez para gobernar (o lo que sea lo que hace desde La Moncloa) y a la que se lanzó de espontáneo Pablo Iglesias para tratar de echar a fascistas y antidemócr­atas del gobierno de la Comunidad de Madrid, no existe verbalment­e. ¿Es que nadie se atreve a llamar ultraizqui­eristas a quienes lo de la ‘ultraderec­ha’ y el ‘fascismo’ no se les cae de la boca? Pues por lo visto, no.

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CARBAJO
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JULIÁN QUIRÓS
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