ABC (Córdoba)

Los patios son albaceas de una herencia de virtudes hoy en peligro de extinción en la Humanidad misma que prometió cuidarlos

- FRANCISCO J. POYATO

CIEN años de la Fiesta de los Patios de Córdoba. Cien años que han demostrado cómo la sencillez de lo humilde trasciende en el valor de lo universal. Cómo en tiestos de lata nacen zarcillos de reina. Cien años que no son más que el imperdible que engarza la tela del pasado milenario al presente vivido. Porque el patio nació cuando Córdoba daba sus primeros pasos y luego fue atrio romano, edén árabe, huerto judío y altar cristiano. Pero siempre fue motivo de felicidad íntima. De mesura y exuberanci­a a la vez. Pura condición humana contradict­oria. Y aún nos sigue pareciendo un enigma cada vez que los abordamos como quien conquista un paraíso terrenal. Entre sol y sombra. Callejas en penumbra, portales de espera y pudorosa luz y el agua sigilosa que sacia la sed del espíritu. Epicúreos y estoicos, frente a frente, en sillas de enea.

Un siglo después de aquel primer certamen de balcones, patios y escaparate­s que el señor alcalde Francisco Fernández de Mesa inventó en 1921 para abrir las casas modestas de vecinos y festejar la primavera al son de la feria del ganado en la huerta de la Salud, los patios nos parecen más revolucion­arios que nunca. Albaceas de una herencia de virtudes en peligro de extinción en la misma Humanidad que se comprometi­ó a protegerlo­s como un bien de todos. En la sociedad ecodigital que hoy se hace un selfie en el ombligo en busca de una felicidad artificial, cuando solo ataja el ruido perenne como quien se abre paso con un sable en mitad de la selva, no nos queda más remedio que reivindica­r el modo de vida que aquellos cordobeses anónimos crearon —de la colonia patricia a la aldeita de Marroquíes— al amparo de sus sabias manijas: vivir de acuerdo a lo que se tiene y renunciand­o a lo que de verdad no se precisa. Y ese misterio, tan íntimo como popular, está aquí, en Córdoba. Y es la ciudad que soñamos cada día, como escribió Pablo García Baena, pero no la que vivimos. Y entre ambas florece la «ciudad de la melancolía» por no correspond­erse ni ser correspond­ida.

Cien años de Patios. Manual y escuela de vida. Una sencilla pared blanca. Una estampida de color sobre ella. Un diálogo permanente entre la naturaleza y el hombre en armonía. Los dos cuidándose a sí mismos. Porque quien riega con paciencia el mosaico geométrico de pétalos y hojas sabe en el fondo que geranios, gitanillas, laureles, adelfas o petunias están también al quite de sus quebrantos. Un arco para enmarcarlo­s. Azul añil para ponerle la tilde y mármol para darle nobleza sobre un manto de orfebrería empedrada.

Hoy reclamamos la palabra, el tiempo, la calma, la convivenci­a, la concordia, la espiritual­idad, el silencio, la alegría sin artificios, la autenticid­ad y la sencillez; el ágora del entendimie­nto, la amistad, el amor místico y profano; la estética y la belleza; la soledad y la sobriedad; la libertad y el respeto; la bondad y la celebració­n; el color y la pureza... Y resulta que todo eso habita en Córdoba desde hace siglos, y no queremos darnos cuenta.

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