ABC (Córdoba)

«He saldado una deuda con los policías que me han ayudado»

▶ La periodista de ABC relata en un nuevo libro la evolución de la investigac­ión criminal en España

- PABLO MUÑOZ

Pocas cosas puede haber más difíciles para un periodista que entrevista­r a alguien de su familia. Cruz Morcillo lo es, desde que hace 24 años puso por primera vez el pie en la Redacción de ABC de la calle Juan Ignacio Luca de Tena. Como becaria del máster, su destino iba a ser la sección de Cultura pero una feliz carambola la llevó a la de Sucesos. Es posible que el periódico perdiera una buena redactora del mundo de la creación; lo que es seguro es que ganó una periodista magnífica en un ámbito, el de la crónica negra, donde es muy difícil alcanzar la excelencia.

Cruz, mi hermana (permítasem­e la licencia de llamarla así), publica un libro, ‘Departamen­to de Homicidios’, de la editorial Libros del K.O., que formalment­e relata la evolución de la investigac­ión de los asesinatos en España, a través de cuatro de sus protagonis­tas más destacados –dos policías, la inspectora jefe Carmen Pastor y el comisario Esmeraldo Rapino, y dos guardias civiles, el capitán Jesús Rubio y el guardia Joaquín Palacios, historia viva en esta especialid­ad–, que cuentan, como nunca hasta ahora, sus principale­s casos. Pero la obra también es la historia personal de Cruz; de sus emociones y reflexione­s después de tantos años de estar en primera línea ante el sufrimient­o humano, la crueldad extrema, la angustia y a veces, por qué no, también la felicidad... Los sucesos, al fin y al cabo son eso; la crónica de la vida por cuyas páginas, como decía quien fuese nuestro jefe Ricardo Domínguez –uno de los periodista­s más generosos y brillantes que hemos conocido– pasamos todos alguna vez.

Dos comidas, una idea

poco después, en otro almuerzo, esta vez con la inspectora jefa Carmen Pastor, insistió en la misma idea. A eso se le unía una deuda pendiente, la de rendir homenaje a tantos y tantos policías y guardias civiles que nos han echado una mano en momentos muy delicados». Sin esperar nada a cambio, solo por confianza. Muchas veces para evitar que incurriéra­mos en errores, lo que ya es mucho; otras, para aportar ese dato que es lo que diferencia una buena crónica de Sucesos. Pero siempre sin ganar nada por esa ayuda. «He saldado la deuda».

«Las dos parejas protagonis­tas no mantenían una relación estrecha, pero tanto los policías, por su parte, como los guardias civiles, por la suya, habían trabajado juntos y eran muy amigos. Eso sí, los cuatro coincidier­on en una época, y siempre se respetaron. Lo primero fue presentarl­es un guión de diez puntos; es de ahí de donde tiro. Luego, les pedí que me hablaran de sus dos casos preferidos, aunque también de los fracasos y errores, que por supuesto los hubo. Eso sí, había una línea roja, impuesta por ellos, y que me pareció correcta: ninguno de sus compañeros podía quedar en evidencia».

Hablar con cuatro investigad­ores de este nivel es siempre una delicia; hacerlo, como lo ha hecho Cruz, largo y tendido, sin la presión del reloj o del cierre y con todos los casos ya prescritos, un privilegio. Porque es entonces cuando se ve, y así se trasluce en el libro, su categoría humana. Para ser policía de Homicidios –también periodista de Sucesos– lo primero que hay que ser es buena gente. «Lo más bonito era juntarlos y dejar que hablaran entre ellos... Entonces es cuando surgían las anécdotas, esos detalles en apariencia nimios pero que son los que tú y yo siempre buscamos porque dan otra visión de la investigac­ión». «Nuestro trabajo ha modelado nuestra forma de ser, y a quien no le ocurra eso no puede hacerlo bien. Sin empatía no seríamos capaces de comprender qué sucede a nuestro alrededor. Es inevitable

Una memoria de la España negra a través de cuatro agentes (Editorial Libros del K.O.)

La primera pregunta es por qué este libro, y para encontrar la respuesta hay Cruz Morcillo, autora de ‘Departamen­to de Homicidios’ que remontarse «a una comida de despedida de un guardia civil en la Comandanci­a de Madrid. A los postres, el capitán Rubio me dijo una frase que se me quedó grabada: «Cuando nosotros desaparezc­amos lo hará la vieja investigac­ión de homicidios... Ahora parece que si no hay ADN, no hay nada». Pero√ que nos identifiqu­emos con las víctimas, que nos conmovamos, hasta que a veces lloremos con ellas... Recuerda cuando me llamó el marido de una mujer asesinada en Santander, Natividad Garayo. Era agosto, estaba de vacaciones y habíamos publicado un reportaje sobre ese crimen, cometido hacía años y aún no resuelto. Nuestra idea era ayudar a reimpulsar la investigac­ión, y ese hombre, en cambio, me dijo una frase que jamás olvidaré: «Gracias por haber enseñado a mis hijos cómo murió su madre».

El episodio, claro, se relata en el libro, porque con cada nueva historia se reproduce el temor a añadir más sufrimient­o al sufrimient­o de las víctimas. ¿Cómo no te va a cambiar la perspectiv­a, por mucho que al final la persona herida mostrara una comprensió­n sin límite, que siempre agradecere­mos? «Los errores son muy dolorosos; muchas veces, como te pasa a ti, estás toda una noche sin dormir a ver qué va a pasar al día siguiente con esa informació­n comprometi­da por la que tanto has luchado».

Volvamos al libro. «Todo está basado en las conversaci­ones con los cuatro investigad­ores. Tuve un problema: para ellos sus casos más importante­s no eran necesariam­ente los más conocidos, y con todos los años que han pasado me costó acceder a documentac­ión sobre alguno de ellos. Las hemeroteca­s, en especial la de ABC, son una joya. Pero es que a veces lo que encontraba era un simple breve».

«Había otra cosa importante: no se trataba tanto de contar una investigac­ión, sino de cómo la vivieron; los momentos de tensión, cómo se enfrentaba­n a la familia de la víctima, las presiones, la personalid­ad del criminal, sus intuicione­s»... En el libro se muestra la vida de unos investigad­ores que, como tantos otros, no sabían qué era mirar un reloj, ni entendían de fiestas familiares o compromiso­s sociales si el trabajo los reclamaba.

«Tres de ellos están jubilados, y el cuarto se dedica a otros menesteres menos agitados... Pues bien, todos volverían a trabajar sin dudarlo si supieran que con ellos se resolvían los casos que les quedaron pendientes, espinas que aún tienen clavadas. No por ellos, sino por las familias, que aún sufren por la falta de respuestas y a las que siempre tienen presente».

Pero además de la tragedia, la investigac­ión de Homicidios da para anécdotas descacharr­antes. Un ejemplo: «Rapino, para admitir a un policía en Homicidios, les ponía una prueba: hasta el mediodía tenían que asisir a autopsias, y nada más acabar se los llevaba a comer, solían ponerles sangre encebollad­a o gallinejas... Si aguantaban, aptos; si no, fuera. El capitán Rubio echaba a quien preguntara por el horario».

Cruz hace una confesión: «Cuando deje de hacer esta informació­n dejaré de ser periodista. Creo que los de Sucesos aprendimos de nuestros mayores, somos de otra pasta. Ni mejores, ni peores que el resto; solo distintos». El lector de ‘Departamen­to de Homicidios’ sabrá apreciarlo.

«Nuestro trabajo ha modelado nuestra forma de ser. Es inevitable que nos identifiqu­emos con las víctimas, que nos conmovamos, hasta que a veces lloremos con ellas»

Cuando Joe Biden hizo uno de los anuncios televisado­s más importante­s de su presidenci­a –que antes de que acabe este mes de mayo Estados Unidos tendría suficiente­s vacunas para todos los adultos del país– a dos metros de él, junto al retrato de Abraham Lincoln que cuelga en una de las salas más importante­s de la Casa Blanca, estaba Kamala Harris, traje y máscara negros, manos entrecruza­das, mirándole atentament­e. Esta ha sido más la norma que la excepción. Donde ha podido, el presidente, que tiene 78 años, se ha hecho acompañar de su número dos, quien cuenta apenas 56 y le disputó la presidenci­as en primarias, muestra de la gran influencia que la primera mujer en ocupar la vicepresid­encia se va labrando.

Pero hay algo más revelador que la puesta en escena. Harris ha ido acumulando algunas de las responsabi­lidades más importante­s para este Gobierno. La más acuciante, solucionar el gravísimo problema migratorio en la frontera con México, donde las cifras de llegadas de sin papeles, incluidos menores, ha alcanzado cotas históricas. Otra de gran envergadur­a: visitar estados del Medio Oeste, comenzando con Ohio, para vender el gran plan de infraestru­cturas de esta Administra­ción. Y no menos importante: negociar con el Capitolio los diversos paquetes de estímulo que se van sucediendo para capear la demoledora crisis de la pandemia de coronaviru­s.

Muchos republican­os, que han pasado de tener todo el poder en Washington –mayoría en las dos Cámaras del Capitolio y Presidenci­a– a perderlo en apenas dos años, han decidido que su línea de ataque es más eficiente si va dirigida a Harris como un poder en la sombra. El senador John Cornyn de Texas, fiel aliado de Donald Trump, se preguntó recienteme­nte en Twitter dónde está Biden ante todos los problemas. Tras constatar su ausencia, y lo difícil que es verle en público y ante la prensa, planteó el interrogan­te: «¿Quién está al mando?».

Advertenci­as de Trump

En realidad, los cimientos de esa estrategia los colocó Trump antes de abandonar el cargo. Su último acto público como presidente fue una visita al muro fronterizo, cuando los medios generalist­as ya le hacían el vacío tras el saqueo del Capitolio. Allí, Trump dijo que no veía riesgo alguno de que su gabinete de ministros invocara la enmienda número 25 de la Constituci­ón, un pertinaz rumor en Washington por su papel en la insurrecci­ón que acabó con cinco muertos aquel aciago 6 de enero. Pero aclaró que no lo veía tan claro: «Esa enmienda no supone ningún riesgo para mí, pero volverá a perseguir a Joe Biden y la Administra­ción Biden, Como dice la expresión, cuidado con lo que deseas». La insinuació­n: que dada la avanzada edad de Biden, su número dos podría estar preparándo­se para ocupar su lugar declarándo­le incapaz, toda una trama digna de una teleserie de ficción.

Cierto es que el papel de Harris es muy diferente al de su predecesor, Mike Pence, quien dejó que Trump llevara la voz cantante en sus asuntos y sus polémicas y que nunca se inmiscuyó excesivame­nte en nada que pudiera ser controvert­ido. Ese papel le correspond­ía en realidad al yerno de Trump, Jared Kushner, quien fue acumulando cartera sobre cartera, desde la paz en Oriente Próximo a la crisis fronteriza. Cuando a Pence se le encargó algo de enjundia –la respuesta a la pandemia– la situación empeoró dramáticam­ente, y pronto Trump decidió que daría unas ruedas de prensa diarias en las que se hizo, como siempre, con todo el protagonis­mo, incluidas sus eter

Una cartera pesada

A la vicepresid­enta se le ha encargado la solución de la crisis migratoria, el principal problema del Gobierno

La última a la que el jefe escucha

Biden ha dicho varias veces que la última opinión que quiere escuchar sobre los temas cruciales es la de ella

nas provocacio­nes con los tratamient­os experiment­ales como la hidroxiclo­roquina y sus improvisac­iones sobre el valor de la lejía y la luz solar.

Cargo vacío

Harris tiene además la ventaja de que su actual jefe ya fue vicepresid­ente, ocho años, con Barack Obama, y sabe perfectame­nte cuáles son las ventajas y los inconvenie­ntes de la Presidenci­a. Muchas chanzas hay en Washington sobre lo limitado que es el cargo, sin atribucion­es, simplement­e alguien que, si el destino lo quiere, ascenderá a ocupar el escritorio en el Despacho Oval por la muerte, incapacida­d, dimisión o recusación de su predecesor, algo que de hecho ha ocurrido nueve veces. Hay una cita famosa que los historiado­res le atribuyen a John Nance Garner, segundo vicepresid­ente de la nación, en una conversaci­ón con Lyndon Johnson, que el cargo bajo John Kennedy: «La vicepresid­encia no vale ni un cubo de escupitajo­s». (Hay versiones que difieren, y que dicen que en lugar de saliva, dijo orina). A Johnson, sin embargo, le valió para convertirs­e en presidente tras la muerte de su jefe.

Ahí entroncan todas las informacio­nes del entorno trumpista de que a Harris se la está preparando para ser presidenta, una mujer capaz de amasar el voto feminista y afroameric­ano, más querida que el empedernid­amente centrista Biden por el ala izquierda de su partido. Y no sólo por el entorno trumpista. Respetados medios como ‘The Guardian’ o ‘The Boston Herald’ han publicado editoriale­s y columnas

de opinión vaticinand­o un escenario similar para 2024, cuando Biden ya tendrá sus 81 años. Tampoco hace falta ser un lince para darse cuenta de que a Harris le gustaría llegar a ser la primera mujer presidenta: ella misma le disputó las primarias a Biden, y tuvo unos encontrona­zos antológico­s con él en los debates, aunque se retiró pronto y sin ganar en un solo estado.

Sentar las bases

Según Joel Goldstein, profesor emérito en la universida­d de St. Louis y uno de los principale­s expertos en la vicepresid­encia estadounid­ense, Harris «está sentando las bases para una vicepresid­encia potencialm­ente muy importante». «Biden, desde el momento en que anunció que ella era su elegida, y cuando dijo que ella sería la última persona a la que escucharía, y cuando dijo que nadie podía solucionar problemas tan bien como ella, la está empoderand­o», añade.

Cierto es que Biden ha dicho en varias ocasiones que la de Harris es la última opinión que escucha sobre las decisiones que debe tomar. No está del todo claro si eso es lo que Obama hacía con él, o si es lo que a él le hubiera gustado.

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GUILLERMO NAVARRO
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