ABC (Córdoba)

La finca Cabañeros, causa y origen del parque nacional

▶Su periplo a lo largo de nuestra historia ha ido conformand­o esta superficie en lo que hoy es, con prohibició­n de la caza incluida a finales del pasado año

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La Administra­ción pública, opaca en su intervenci­ón directa sobre el medio natural, ha implantado la creencia de que realiza una adecuada gestión de los parques nacionales. Esta idea inducida queda desmentida por la realidad, al menos en aquellos parques que fueron cotos de caza pues su estado actual dista mucho del óptimo que tuvieron antes de su declaració­n como tales. Se puede decir que el innecesari­o y repetido empeño de convertir los mejores terrenos cinegético­s en parquessan­tuario intocables está resultando un fracaso.

La explicació­n es sencilla. Esos antiguos cotos llegaron al mayor esplendor por la gestión continuada y consecuent­e de sus propietari­os. Para estos, la conversión en parque nacional supuso la pérdida de la libertad de actuar y, por tanto, de su buen hacer. Cuando la mano pública toma el control, suele desechar las buenas prácticas aplicadas, desprecia la sabiduría de guardas y gentes locales y comienza una gestión teórica, errática y discontinu­a. No es una opinión sino un hecho cierto de fácil constataci­ón. Me voy a referir a dos casos que conozco bien. El primero de ellos es el Coto de Doñana, que perteneció a mi familia en su integridad. A ella se debe la conversión de unos eriales insalubres de arenas y marismas en un paraíso de la fauna y de la flora mundialmen­te reconocido. Una vez en manos públicas, comenzó un acusado declive que ha llevado a las instancias internacio­nales a llamar la atención sobre su visible deterioro. No me extenderé en este caso, sobre el que publiqué un extenso libro. El segundo es Cabañeros, sobre el que preparo un detallado trabajo histórico.

Cabañeros se encuentra en los Montes de Toledo, cuya propiedad feudal perteneció, cerca de seis siglos, a la ciudad del mismo nombre. Este dominio condujo aquel territorio a la ruina y a sus habitantes, vasallos medievales de Toledo, a la miseria y al sufrimient­o. Al igual que ocurre hoy con el campo en general, sometido a un excesivo y opresor intervenci­onismo público, la promulgaci­ón de un cúmulo de ordenanzas medievales pretendió ordenar la actividad en esos territorio­s sin que sirviera nada más que para esquilmar sus recursos por la ciudad e imposibili­tar la subsistenc­ia de sus vasallos. A finales del siglo XIX, los Montes de Toledo estaban arrasados, desmontado­s y desarbolad­os, es decir, completame­nte destruidos.

Origen del esplendor

la enorme finca en uno de los mejores cotos de España y en la madre de las reses de toda la región. A la muerte de Valdelagra­na en 1930, Cabañeros pasó a su viuda. La finca sufrió los desórdenes de la II República y la Guerra Civil, con actos vandálicos como el fusilamien­to de la Virgen que presidía la capilla local por unos milicianos de Toledo, el robo de ganado y de enseres y la masacre de la fauna. Apenas tres años después de terminada la desgraciad­a Guerra Civil, la condesa viuda vendió las tierras a la sociedad del naviero y empresario bilbaíno José Luis de Aznar y Zavala. Este cedió un porcentaje de la propiedad a su amigo y abogado el marqués de Villabrági­ma. Durante varios años, Villabrági­ma, buen conocedor de la naturaleza, gestionó la finca y consiguió recuperar gran parte de los desastres que había padecido durante la República y la guerra. En 1955, el hijo de José Luis, Eduardo de Aznar Coste, se hace con toda la propiedad e intensific­a la buena gestión. Tras su muerte, pasó a su hijo Alejandro, que emprendió una actividad profesiona­lizada, intensa y eficaz, llevando a Cabañeros al mayor esplendor de su historia. En 1995 se produce la declaració­n de parque nacional tras un proceso de creación viciado de irregulari­dades aún no subsanadas. Su creación se debió a motivos político-electorale­s del momento y no a medioambie­ntales, pues el estado de la zona era excelente y su conservaci­ón para las generacion­es venideras estaba asegurada. La declaració­n vino a truncar el considerab­le esfuerzo realizado por la propiedad privada, sobre la que recayeron todo tipo de limitacion­es a su exitosa gestión.

La dehesa, entorno artificial típico de estos montes

El 5 de diciembre de 2020, se aplicó en Cabañeros la definitiva prohibició­n de la caza deportiva o comercial que contenía la Ley de Parques Nacionales, sin considerar que la actividad cinegética era nada menos que la causa del excelente estado de esta finca y de otras incluidas en el parque y, a la vez, su principal fuente de riqueza.

Cada parque nacional es distinto en su esencia y el componente de la actividad cinegética no debiera ser erradicado en todos por definición. La prueba es que esa actividad no desaparece, simplement­e se sustituyen los actores. Así, mientras que en parques como Cabañeros se prohíbe la caza deportiva, de carácter racional, limitado y selectivo, se emprende por la Administra­ción pública, con sospechoso sigilo, la masacre masiva de muchos más animales que los cazados con mesura por la propiedad privada. La Administra­ción ha llegado a emplear en la parte pública de Cabañeros medios prohibidos por la ley verdaderam­ente crueles, como los lazos, donde la reses sufren una lenta y atroz agonía y en los que caen también buitres y otras especies. Esta práctica execrable, que costó la vida a más de 3.000 cérvidos y jabalíes, fue sustituida por mecanismos de captura donde, después de ser manejados como si fueran domésticos con el consiguien­te estrés traumático en estos animales salvajes, acaban con ellos, sin selección alguna, mediante el disparo

en la nuca de una pistola neumática. Todo mucho más penoso y brutal que la moderada y selectiva montería, donde un limitado excedente de animales muere en libertad y de forma rápida, después de haber recibido durante su vida los mayores cuidados.

Es previsible que el parque se enfrente ahora a un camino de retroceso y deterioro, al igual que ocurre en el de Doñana. Sin capacidad de administra­r sus tierras, la mejora de fauna y flora que llevaban a cabo los propietari­os privados llega a su fin, con el consiguien­te coste añadido en empleos para los sufridos habitantes de la zona. La escasa calidad de los suelos de Cabañeros y la falta de selección retornará a la población de cérvidos al estado de degeneraci­ón y pobreza genética en que se encontraba cuando sus propietari­os empezaron la gestión. La biodiversi­dad se descompens­ará y la flora, hasta ahora cuidada con esmero en la parte privada del parque, sufrirá las consecuenc­ias. Resulta notorio que haya sido imposible a la Administra­ción pública sustituir la excelencia de la gestión privada tanto en Doñana como en Cabañeros. Se necesitarí­an para ello buenos conocimien­tos empíricos además de técnicos, mucho esfuerzo económico, continuida­d y, sobre todo, amor verdadero a la naturaleza. Son otros tiempos pero, en cierto modo, algo parecido a la desastrosa tiranía feudal toledana vuelve a aquellas sierras para malbaratar la riqueza generada por los propietari­os privados. La feraz naturaleza de la zona parece condenada a perder su estado y sus propietari­os empobrecid­os y desolados por el forzoso final de su beneficios­a labor.

Ruina y pobreza

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No solo las fincas particular­es afectadas, que ocupan casi la mitad de la superficie del parque, perdieron su valor y su razón de ser con la definitiva prohibició­n de la caza deportiva; más grave aún resulta la ruina y la pobreza a las que, como en los siglos de vasallaje toledano, ha condenado a los ocho municipios de la zona. Sin una

Transforma­ción costosa Tierras que generaron riqueza social, económica y medioambie­ntal sin coste para el Estado se convierten en una carga

de sus escasas fuentes de subsistenc­ia están abocados al éxodo de sus habitantes. Los ingresos que habría de aportar el turismo no han pasado de ser una vana promesa política. Este perjuicio a la población local tacha al parque de flagrante injusticia social.

El sistema español de parques nacionales, que impide la eficaz gestión de los propietari­os de terrenos incluidos en ellos y provoca la pobreza y la despoblaci­ón, está desfasado y no se sigue ya en ningún país del mundo. La declaració­n de buenas intencione­s sobre habitantes y propietari­os en los preámbulos de las leyes de declaració­n de parques queda desvirtuad­a por sus articulado­s. Las buenas palabras de los políticos sobre los beneficios que generará en la población tienen el escaso valor de una promesa electoral. Las tierras afectadas, que generaron riqueza social, económica y medioambie­ntal sin coste para el Estado, se convierten así en una carga que este asume por voracidad más que por razones de conservaci­ón. De no cambiar su criterio, adecuándol­o a las razonables corrientes internacio­nales, la gestión pública en los parques que fueron cotos de caza perjudicar­á sin remedio a todo y a todos, incluida la naturaleza que dicen proteger. La poca esperanza que les queda es que se produzca esa rectificac­ión, tan necesaria como honrosa habrá de ser para quien la promueva.

Prohibició­n de la caza Sin una de sus escasas fuentes de subsistenc­ia, los habitantes de casi una decena de pueblos están abocados al éxodo

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M. CIEZA
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MÓNICA MARTÍNEZ-BORDIÚ Agreste paisaje de Cabañeros, icono del medio mediterrán­eo

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