Vargas Llosa: «Los escritores ya no están tan mal vistos»
▶El Nobel peruano inauguró en el Instituto Cervantes unas jornadas literarias que se celebran en su honor ▶Durante el acto, el autor de ‘Conversación en la catedral’ repasó su historia como lector y escritor
Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) llegó al Instituto Cervantes con traje y sin corbata y esquivando preguntas sobre su ex. «Aquí estuvo con Isabel Preysler, ¿no?» «Sí, sí», decía mientras cruzaba el umbral con paciencia y una sonrisa amplia, como de oídos sordos. Dentro, una decena de fotógrafos lo esperaba para retratarlo en la Caja de las Letras, y en el salón de actos una nutrida audiencia (apenas asientos vacíos) cuchicheaba o miraba a un escenario adornado con una foto del Nobel. Posó, él, entre carcajadas y bromas (había muchos amigos por ahí, hubo hasta aplausos), y ya con el micrófono puesto soltó: «Borges representaba todo lo que el comunismo odiaba». No iba a venir a hablar del corazón.
Vargas Llosa habló de su último libro, ‘El fuego de la imaginación’ (Alfaguara). Esto es: habló de sí mismo, de sus filias literarias y artísticas y audiovisuales. De lo que había visto y oído durante tantos años. En la tarima lo acompañaba Pilar Reyes, su editora: «Mario ha sido uno de los grandes observadores culturales de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI». También estaban Sergio Ramírez, su amigo, y Carlos Granés, el hombre que se ha entregado a la hercúlea tarea de reunir su textos de no ficción en varios volúmenes, que irán llegando con los meses. «Realmente es un hombre empapado de la cultura de su tiempo», dijo. Al lado, Vargas Llosa asentía. «Yo no tenía idea de que había escrito tantas cosas sobre películas, pintores y novelistas latinoamericanos», comentó entre risas, antes de agradecer el trabajo realizado.
La suya era la primera mesa redonda de cuatro, organizadas por Sergio Ramírez, con las que el Cervantes quería rendir homenaje al autor de ‘Conversación en la catedral’, juntando durante dos días (ayer y hoy) a escritores de las dos orillas para pensar con y sobre Vargas Llosa. ¿Los ponentes? Rosa Montero, Karina Sainz Borgo, Héctor Abad Faciolince, Renato Cisneros Sánchez, Raúl Tola, Gioconda Belli, Carlos Franz, Fieta Jarque, Claudia Neira Bermúdez, Jorge Eduardo Benavides, Nuria Barrios y Juan Cruz. Aprovechando la ocasión, el protagonista depositó en la biblioteca de la institución el discurso que había preparado para inaugurar el IX Congreso Internacional de la Lengua, ese que iba a celebrarse en Arequipa hasta que el autogolpe de Castillo lo frustró y se terminó trasladando a Cádiz (donde él no estuvo, por cierto). Según reveló Luis García Montero, director del Cervantes, esos papeles se quedarán ahí hasta el décimo congreso, que este sí (se supone) será en Arequipa.
Durante el acto inaugural, que fue coral pero tenía un nombre propio, Vargas Llosa fue cazando recuerdos de su formación como lector y literato. «En el Perú no había editoriales, apenas había librerías: nadie podía ganarse la vida como escritor allí. Por eso la idea de irme fue tan importante», aseguró. De ahí, claro, se fue a Francia. «Yo había estudiado francés, había leído a los franceses. Mi sueño era llegar a París. Recuerdo la noche que llegué. Compré en una librería un ejemplar del hombre que cambió mi vida: ‘Madame Bovary’, de Flaubert. Me deslumbró, una novela por encima de todas las novelas que se habían escrito. A él le debo el escritor que yo he sido, en gran parte».
«Borges representaba todo lo que el comunismo odiaba. Yo lo leía por las noches, a escondidas, porque estaba en el partido»
Política y literatura
Luego le llegó al turno a Borges, y con él llegó el turno de la política. «Mi relación con él fue conflictiva. Lo descubrí en la época en la que militaba en el partido comunista, y Borges representaba todo lo que el comunismo odiaba. Era un señor que no creía en la realidad, en la problemática social, que escribía inspirado por los libros clásicos, que creaba mundos exóticos. Pero era imposible no leerlo. Yo lo leía por la noche, a escondidas –y entonces volvió a reír–, porque el partido comunista era muy estricto». Ramírez también reflexionó sobre el tema del activismo y la literatura. «Ningún político en Europa o Estados Unidos se proclamaría escritor. Cuando ocurre es una rareza. Por ejemplo, Gore Vidal, que fue candidato a senador, o Norman Mailer, que se presentó a la alcaldía de Nueva York: fueron espectáculos para la prensa porque eran rarezas. Pero para nosotros no. La política y la literatura siempre ha sido parte de lo mismo en Latinoamérica. El mismo Mario o Carlos Fuentes siempre estaban opinando. Son escritores que no se callan. Yo me reconozco en esa tradición».
Vargas Llosa pasó a reflexionar sobre Sartre («qué escritor tan distinto a
Borges») y sobre el indigenismo. «A nosotros nos afectaba muchísimo, porque los escritores indigenistas consideraban que el indigenismo los liberaba de las preocupaciones formales. Los suyos eran estilos chabacanos, fáciles, con una excepción: la de José María Arguedas, en Perú». Antes de terminar, Pilar Reyes le leyó un fragmento de uno de sus artículos: «Es preciso recordar a nuestras sociedades lo que les espera. Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón de ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicarles que no hay término medio: que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es el escritor, o admite la literatura en su seno y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente». ¿Se reconoce ahí? «Bueno, los escritores ya no están tan mal vistos en América Latina como entonces».
Tras los aplausos, Vargas Llosa se levantó y empezó a recibir libros para firmarlos. También volvieron a acercarle el micro de la tele. Y él volvió a sonreír.