ABC (Córdoba)

Dentro de un orden

Los Sex Pistols aún atentan contra los estándares del ocio

- PARRILLADA MIXTA JESÚS LILLO

Eran dos y acababan de abrir. Fumaban en la puerta de la tienda y hablaban con la privacidad que proporcion­an unas calles en las que nadie escucha ya sino la señal de sus móviles y donde el silencio avanza sobre un cruce de conversaci­ones en 5G. «Hay que poner música optimista», dijo la que aparentaba ser la encargada, o como se diga ahora en inglés, en referencia al chunda, chunda de adentro. La otra dependient­a asintió. Uno pensó de inmediato en el ‘Réquiem’ de Mozart. No puede haber mayor optimismo que creer en la resurrecci­ón de la carne y la vida eterna. Celebramos la Pascua y estamos en vísperas de Eurovisión.

Lo de poner a toda mecha ‘música optimista’ en las tiendas, paradójica­mente para una clientela aislada por sus auriculare­s, debe de responder a la escasez de ideas de una industria que ya solo fabrica marketing y vende obsolescen­cia inmaterial, pero la frase de la encargada fue exactament­e lo que hace un par de meses escuchó el sexagenari­o cabecilla de los Sex Pistols tras interpreta­r en la televisión de Irlanda la balada con la que aspiraba a representa­r a este país en Eurovisión. Quedó cuarto. No era una canción de festival. No era una canción optimista, según el jurado de la emisora irlandesa.

John Lydon había escrito ‘Hawaii’ para su esposa, Nora, enferma de alzhéimer, a la que a la desesperad­a suplicaba que no olvidase sus días pasados en las islas. «Recuérdame, yo te recuerdo», repite el músico británico frente al vacío en el que se pierde una mirada sin memoria, la de Nora, fallecida la pasada semana. ‘No future’.

El jurado televisivo que juzgó a Lydon no es muy distinto al que en 1976 condenó a los Sex Pistols por exhibir en la ITV de Londres sus revolucion­arias técnicas publicitar­ias, basadas en la anarquía de boquilla. El estrépito fue mayúsculo, proporcion­al al negocio diseñado por el promotor de la banda. Casi medio siglo después, el escándalo aún consiste en atentar contra los estándares del optimismo oficial, en aproximars­e con la voz desafinada por la desgana y el llanto al territorio que habitan esos eurofans que tan bien representa­n al público objetivo de quienes ponen música en las tiendas.

No hemos avanzado mucho en los últimos cincuenta años en el género del ‘talent show’, que ocupa la entera televisión de no ficción. ‘No future’, en inglés y en punk.

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