Las cosas de comer
ANTES abrían un supermercado cerca de tu casa y te enterabas porque el dueño de la tienda del olvido de la esquina se tiraba dos semanas con las teleras a dos por uno, compitiendo el tío con el gigante como podía. Y ahora porque la inauguración de un establecimiento viene precedido de una campaña promocional inimaginable en ese sector hace tan sólo unos años. El vecindario vive ya la cosa como un acontecimiento de primera. Como todo el mundo, sé de lo que hablo. En un radio de menos de dos kilómetros de donde vivo y en menos de dos meses han puesto en servicio una sucursal de una gran cadena de alimentación y productos para el uso diario del hogar y han reformado otra, que viene a ser casi lo mismo que hacerla de nueva planta; es impresionante: donde estaban los ascensores para bajar al aparcamiento hay ahora una espléndida sección ‘gourmet’ de platos cocinados en ese momento que igual te puedes comer tranquilamente en unas mesas de media altura con vistas al lienzo de la muralla o ponerlos sobre el mantel de hilo de la cena de Fin de Año sin temor a que tu cuñado o tu vecino pongan falta alguna.
Ir a hacer la compra de la semana para llenar la nevera y reponer la despensa hace tiempo que dejo de ser una tarea anodina, rutinaria, aburrida. A mí ha acabado por gustarme mucho, de tal manera que me he convertido en un friqui. Sé en qué súper hay pan recién horneado a la hora en la que suelo encontrar hueco, dónde venden las fresas más sabrosas de Lepe y en qué sitio he de hacerme con los mejores tomates para el salmorejo. El crecimiento del sector, la profesionalización de sus empleados —desde el jefe de la tienda al reponedor— y la atención continua a las tendencias del mercado y los gustos de los clientes han hecho a estos últimos más exigentes, porque saben que enfrente de quien un día te trata regular van a abrir más pronto que tarde otros lineales y otras cajas en las te sientas más a gusto y resuelvas el trámite con el poquito de placer que uno puede encontrar en el hallazgo de la empanada perfecta o en la sonrisa amable del empleado que te hace la cuenta. La sana competencia.