El beneficio de la duda
Más que para votar a favor, las urnas sirven para votar en contra
EL Senado es una Cámara fría que solo adquiere cierta temperatura cuando se enfrentan los jefes del Gobierno y la oposición. El duelo de esta semana fue tan desigual como los anteriores (una hora y 59 minutos duró la soflama del defensor del título y poco más de media hora la del aspirante), pero sirvió al menos para medir el estado de forma de dos púgiles que llegaban al combate en horas bajas. El primero preside un Gobierno que se parece a la falla de San Andrés y los barones de su propio partido no lo quieren ni en pintura durante la campaña electoral porque resta más de lo que suma, y el segundo va perdiendo fuelle en las encuestas y su valoración a la baja aún no parece haber tocado suelo. Por eso era tan importante para los dos inflamar el entusiasmo de los suyos. Lo más interesante del debate no fueron los discursos, sino la intensidad de los aplausos. La rivalidad no era retórica, era carismática.
No es fácil definir en qué consiste el carisma. Según Max Weber es una cualidad inaccesible para las personas del común que convierte a quienes la poseen en seres excepcionales, ejemplares, merecedores de la admiración y el sometimiento de sus adeptos. Si Weber tiene razón, el carisma es la cualidad por excelencia de un líder político, la que desata la admiración de sus seguidores, la que explica el porqué de su magnetismo. Ni Sánchez ni Feijóo andan sobrados de ella. Y sospecho, además, que tratan de conseguirla con fórmulas equivocadas. El socialista está convencido de que los ciudadanos prefieren juzgar a los políticos por lo que hacen y no por cómo lo hacen. Por eso le trae sin cuidado abusar del decretazo o pactar con los enemigos del Estado. El jefe de la oposición cree que su adversario se equivoca y que el electorado se lo hará pagar sin que él tenga que hacer otra cosa que esperar a que suceda.
Las elecciones no servirán para confrontar estilos de liderazgo. Ningún partido tiene nada de lo que presumir en ese ámbito. Me temo que solo contabilizarán cuál de los dos hemisferios del arco parlamentario –izquierda o derecha– despierta más desconfianza. Sucede a menudo. Más que para votar a favor, las urnas sirven para votar en contra. Robert Spaeman, catedrático de Filosofía de la Universidad de Múnich, sostiene que la confianza no se aprende, lo que se aprende es la desconfianza. Pero también dice algo más sustantivo: que a quien rehúye por principio confiar en los demás no le queda más remedio que suicidarse. Por eso irrumpen con tanta fuerza los partidos de nuevo cuño que aún no han tenido tiempo de defraudar a los electores. Primero Ciudadanos y luego Vox subieron como la espuma porque hacía falta subsanar la inacción del PP, Podemos estuvo a punto de sobrepasar a un PSOE inane y acobardado y ahora Sumar viene a vampirizar la debilidad podemita. Pincho de tortilla y caña a que Yolanda Díaz no será una excepción pero, de momento, le protege el beneficio de la duda.