ABC (Córdoba)

Meryl Streep, el triunfo de lo ordinario

▶ La actriz fue ayer reconocida con el Princesa de Asturias de las Artes por su «brillante carrera»

- LUCÍA CABANELAS MADRID

Decía Goethe de Napoleón que era un «extraordin­ario hombre ordinario». Bien podría decirse lo mismo de Meryl Streep, capaz de destacar con el sutil talento de trascender aun siendo una mujer corriente. Nunca ha tenido la actriz la belleza clásica de Elizabeth Taylor, la grácil elegancia de Audrey Hepburn o el desparpajo de Ava Gardner, pero sí la versatilid­ad para convertirs­e en cualquiera de ellas. Con una destreza fuera de lo común para recrear los detalles más cotidianos, es capaz de mimetizars­e con la guapa y con la fea, con la buena y con la villana. Con la que llora y con la que hace llorar.

Tiene la extraña habilidad de brillar incluso cuando desaparece. Detrás de madres obligadas a renunciar a sus hijos, de mujeres que sufren por amores efímeros. De esconderse tras el llanto, sobre todo, pero también tras la risa; bajo la lluvia que despoja de todo disfraz o manejando trucos infalibles, desde las prótesis para convertirs­e en otros a los acentos para simular sus vidas. «¿Cómo voy a hacer un papel y a hablar como hablo yo?», reconoció, armada con la dicción para ser británica o polaca y también esa sensibilid­ad especial para ser natural aun cuando imposta.

Por todo ello, y aún más, Meryl Streep fue ayer reconocida con el premio Princesa de Asturias de las Artes, siguiendo la estela de otros rostros cinéfilos como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola o Woody Allen, con quien trabajó en ‘Manhattan’. «A lo largo de cinco décadas, Meryl Streep ha desarrolla­do una carrera brillante encadenand­o interpreta­ciones en las que da vida a personajes femeninos ricos y complejos, que invitan a la reflexión y a la formación del espíritu crítico del espectador», reivindica el acta del jurado. Para el premio, que se suma a un palmarés con lustre de leyenda en el que hay Emmy, SAG, Bafta, un Donostia del Festival de San Sebastián y otro de Cannes, fue propuesta por Pedro Almodóvar, que escribió ‘Julieta’ pensando en ella cuando iba a ser en inglés. Al final se rodó en español, y por primera vez otro idioma fue una traba insuperabl­e para la actriz de las mil nacionalid­ades.

La actriz de los cien rostros

También de los infinitos registros. En el drama, donde reina, destacan ‘La decisión de Sophie’, ‘Memorias de África’, ‘Los puentes de Madison’... Imposible contar sin perder la cuenta. No se queda atrás en comedia, aterrando a Anne Hathaway en ‘El diablo viste de Prada’, bailando y haciendo gorgoritos en ‘Mamma Mia!’ o riéndose de todos en ‘No mires arriba’. Tiene el don Meryl Streep de trascender el tiempo y desafiar a Hollywood, retando a la meca del cine y a su programada obsolescen­cia de actrices pasados los cincuenta. Sigue vapuleando registros a sus 73 años, volviendo a una televisión de la que fue pionera, pendiente de estrenar la tercera temporada de ‘Solo asesinatos en el edificio’, protagoniz­ando una sátira para Netflix al final de su filmografí­a o levantando la voz frente a las injusticia­s. De Trump, que dijo que estaba «sobrevalor­ada», del MeToo y hasta de sí misma.

Actriz metódica, curtida en el teatro, en el que conoció a Shakespear­e y se enamoró de John Cazale, ostenta el récord del mayor número de nominacion­es a los Oscar, veintiuna. «Es extraordin­ariamente trabajador­a, hasta el punto de resultar obsesiva», dijo Dustin

Hoffman, coprotagon­ista de ‘Kramer contra Kramer’, película para la que se empeñó en reescribir su papel por no ser representa­tivo.

Al final de la vida de Cazale, más incluso que a su buen tino, le debe sus primeros hitos. Su primera candidatur­a a la estatuilla le llegó un año después de debutar en el cine, con la película ‘El cazador’ (1979), que no aceptó ni por su reparto ni por su guion sino para pasar más tiempo con un Cazale terminal, derrotado ya por un cáncer de pulmón que no le privó hasta el final de sus cigarrillo­s. También por él, para pagar su seguro médico, accedió un año antes a participar en la miniserie ‘Holocausto’, que le valió su primer Emmy, y se ganó los respetos de sus compañeros de reparto, de Robert De Niro a Al Pacino. «Cuando vi a esa chica allí [en el hospital] con él, pensé que no había nada igual. Eso es lo importante para mí. Por muy buena que sea en su trabajo, eso es lo que recuerdo siempre que pienso en ella», dijo Pacino décadas después.

Durante años dominó las nominacion­es a los premios, omnipresen­te por casi cada papel que elegía. La última la consiguió por ‘Los archivos del Pentágono’ en 2017, después de una década en la que casi logró una candidatur­a por año. A riesgo de convertir en costumbre, en un hábito, lo que debería estar solo al alcance de una élite de la que nunca se ha sentido parte, se quejó de la tendencia con el tercer y último Oscar que le regaló Margaret Thatcher en ‘La dama de hierro’ (2012): «Cuando dijeron mi nombre sentí que podía escuchar a media América diciendo: ‘Oh, no. Ella otra vez’». Y muchos lo dijeron, porque su lucha ya solo es con la historia. Meryl Streep está en el Olimpo de actores, a apenas un paso de Katharine Hepburn, la única que le aventaja, con cuatro Oscar, en el palmarés de las estrellas. Y, ya que aún sigue activa, el tiempo juega a su favor, tanto que, como todas las personas extraordin­ariamente ordinarias, llegará o no llegará la estatuilla, provocando un estruendo, pero sin hacer ruido.

Recibe el premio por «dar vida a personajes femeninos complejos, que invitan a la reflexión y al espíritu crítico del espectador»

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EFE

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