ABC (Córdoba)

Alquileres sin ley

Nadie frena un negocio caníbal de los pisos turísticos, que acaba con la paciencia de los vecinos

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

LA Ley de Vivienda orilla el asunto de los pisos turísticos, que es ya una verbena. Se toparán alquileres, pero el piso turístico no consta. El piso turístico es próspero, pero no existe, ante esta ley, y ante ninguna, si nos ponemos serios, porque el piso turístico es el forajido de los alquileres. Vivo en Madrid, y cada día abren varios pisos turísticos, pero no existen, para la ley milagrosa en marcha. Son ilegales, por lo general, entre otras cosas porque la escasa normativa al respecto es un desmadre solventísi­mo. Dice el Gobierno que no va entrar en una competenci­a municipal, como es el caso, y así prepara una huida alegre a los propietari­os, que van a preferir este modo de renta al modo clásico. Esto es una obviedad vergonzant­e, y a uno le preocupa, además, que el piso turístico se vaya adueñando de los rellanos, con lo que más que vecinos colecciona­mos pasajeros. Los pisos turísticos son más bien discotecas. Son conocidas las discordias que un piso turístico provoca en los pisos aledaños que llanamente ocupa un propietari­o, porque el piso turístico tiene enseguida vida de bareto, y otro piso no. Así, las grandes ciudades, se vienen vaciando de los vecinos de toda la vida, en beneficio de gogós de fin de semana, chinos de congreso, provincian­os del botellón y algún que otro inglés que ha equivocado la ciudad con la diáspora de Ibiza. Tenemos turismo, pero se nos muere el vecindario. Esto es grave, porque una ciudad sin vecindario no crece ni tampoco se asea, salvo que vengan los de la pasta de promoción y levanten un hotel para Cristiano Ronaldo. Hubo un Plan Especial de Hospedaje, que nadie respetó, y luego la cosa quedó tan desabrocha­da que casi no hay más cláusula que incluir en el alquiler el juego de llaves. La ciudad la hacen los vecinos, y nunca los turistas, que son gente despeinada, y animosa, y necesaria, pero no hacen barrio. Nadie frena un negocio caníbal que no sólo acaba con la paciencia de los vecinos sino que acaba también con la salud del corazón de barrios enteros. La ley que no hay lo ampara.

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