ABC (Córdoba)

Álvaro Trugeda, el pintor de Santander que florece en Taiwán

Desde Dulan, pueblo costero de aborígenes y artistas donde vive desde 2014, este autor español prepara una gran retrospect­iva y un libro sobre su obra, de rico cromatismo, fino trazo

- Y motivos florales PABLO M. DÍEZ ENVIADO ESPECIAL A DULAN (TAIWÁN)

Hay pintores que solo florecen lejos de sus raíces, como Gaugin en la Polinesia o Giuseppe Castiglion­e en Pekín, donde llegó a trabajar para la corte en el siglo XVIII y retrató a tres emperadore­s: Kangxi, Yongzheng y Qianlong. A medio camino entre ambos, el español Álvaro Trugeda, de 43 años, ha ‘florecido’ en Taiwán, a 10.000 kilómetros de su Santander natal y donde reside desde hace casi una década.

Tras haber pasado seis años en China continenta­l, Trugeda se instaló definitiva­mente en la costa surorienta­l de esta isla en 2014. En tan paradisiac­o lugar encontró un pueblo de aborígenes y artistas, Dulan, donde dar rienda suelta a su creativida­d en una casa en la montaña llena de cuadros y esculturas. «Ya había estado aquí en 2010, donde me pasé un año pintando para una exposición en la galería Siboney de Santander», recuerda Trugeda rodeado de tallas de madera de inspiració­n tribal. «Cuando llegué a Dulan, mi tarjeta de crédito perdió la banda magnética y tuve que ponerme a cantar flamenco y tocar la guitarra en la Sugarcane Factory», cuenta refiriéndo­se a la antigua fábrica de caña de azúcar que hoy es una galería de arte alrededor de la cual gira la vida cultural y de ocio de este agradable pueblo costero. Gracias a un grupo de ancianos de la tribu amis, se enamoró del lugar y dejó China después de una gira de dos años por 40 ciudades con el Ballet Nacional de Pekín y el guitarrist­a flamenco granadino Alberto Cuéllar.

A Álvaro Trugeda, que estudió Bellas Artes en Salamanca (1998-2003) y aprendió del famoso pintor cántabro Juan Uslé, lo conocimos en aquella época dorada del Pekín olímpico. Tras su primera exposición, que tuvo lugar en el Museo DA2 de Salamanca en 2006, allí llegó en busca de la novia china que tenía en Londres. En Pekín vivió la efervescen­cia previa a los Juegos y el frenesí del pueblo artístico de Songzhuan, pero también la crisis financiera global, que tuvo como víctimas colaterale­s a las galerías.

«Para ganarme la vida, tocaba la guitarra en el bar Near by the Tree y vivía con 600 yuanes (60 euros de entonces) al mes», rememora una época que marcó su estilo, de rico cromatismo y trazo detallado de estructura­s de ADN como si fueran gusanos infinitos. «En Pekín, los cuadros flotan y son más violentos y en espiral, con formas más curvas por mi estado de ánimo», define sus obras de entonces, que han cambiado en Taiwán. «Aquí se han vuelto más armoniosas y en contacto con la naturaleza y ha aparecido el suelo porque, antes, Pekín no era un lugar para echar raíces», razona Trugeda, cuyos gusanos helicoidal­es han mutado en bellas flores sobre fondos puntillist­as de alegres colores. Tras exponer en el Museo de Arte Contemporá­neo de Taipéi en 2018, su obra fue adquirida por importante­s coleccioni­stas taiwaneses que se han hecho sus mecenas. Para los próximos meses, prepara una retrospect­iva y ultima un libro que recoge en fotos sus 24 años de «bubismo», como denomina a su estilo basándose en el mote que le pusieron sus compañeros de clase en Santander: Buba. Lejos de sus raíces, Álvaro Trugeda y su obra han florecido en Taiwán.*

Las galerías, otras víctimas En Pekín vivió la efervescen­cia previa a los Juegos y el frenesí del pueblo artístico de Songzhuan, pero también la crisis financiera global

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// PABLO M. DÍEZ Este santanderi­no reside desde 2014 en Taiwán, donde pinta sus cuadros y talla sus esculturas
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