ABC (Córdoba)

Los Patios abren sus días para mirar, oler y escuchar

▶Cordobeses y visitantes ya acuden para disfrutar de una fiesta de sabor único a lo largo de trece días ▶La ruta de Santa Marina y San Agustín sumerge en un camino en que la historia de la vida se une a la de la casa

- LUIS MIRANDA CÓRDOBA

Tiene suerte quien empieza la visita a los Patios de Córdoba por la calle Chaparro, por ese recinto reciente y a la vez clásico que todos los años reinterpre­ta un poco la fiesta sin perder nunca de vista la esencia. Los vecinos han prohibido hacer fotografía­s este año. Al patio se va a mirar, oler y escuchar, no a embotarse las sensacione­s con una pantalla digital.Lo dice el controlado­r que cuenta las visitas en la puerta, lo dicen los vecinos y también lo propone, de otra forma, la mesa que los habitantes del patio ponen todos los años. Hay una cámara de cine antigua, un ordenador portátil, algunos discos y libros y sobre todo una claqueta de las que se usan en los rodajes. «¿Hablamos?», es su propuesta. Es decir, se viene, como siempre, a conversar con los dueños.

Y allí Manuel Escudero cuenta la vieja historia de aquel solar que construyer­on seis familias de amigos para hacer sus casas alrededor de un patio que primero fue para juegos de los niños y luego, a medida que fueron creciendo, se hizo patio cordobés con geranios y gitanillas, con buganvilla­s algo más moderadas que en otros sitios y también con especies singulares, como algunos bonsáis o como el jazmín de Damasco, que da tan buen olor que hay que invitar a acercarse para disfrutarl­o. Sin darse cuenta, los visitantes han escuchado su historia y no han sentido la necesidad de hacer fotografía alguna, porque se van con algo que les perdurará en la memoria.

Acaban de pasar las once de la mañana y ha empezado la fiesta de los Patios de Córdoba. El que ha escuchado la sutil clase magistral de cómo hay que visitarlos sale después, no hay más remedio, a la calle Marroquíes, que hace mucho que dejó de ser el toponímico para encontrar un patio y se convirtió en un vía pequeña desbordada por la fama de todo un monumento. Allí está, ya con varias decenas de personas, la primera cola del día.

El que tenga la lección aprendida y se haya dejado el teléfono en el bolsillo encontrará sorpresas. Marroquíes, 6, es un pequeño barrio, más que un patio, ya que aunque tiene zonas de encuentro, también permite avanzar por calles estrechas y cortas que comunican lo que fueron casas y ahora son casi siempre talleres. Y hay que andar deslumbrad­o por todas las especies, desde la buganvilla monumental hasta las centáureas y los acantos, celinadas y gitanillas. «La dama de noche no suele florecer en los Patios, pero este año sí», cuenta una de las cuidadoras, que luego muestra a una amiga un rosal trepador, es decir, de pitiminí, que se acaba de plantar y del que esperan que algún día llegue a los dos metros del alambre en que alguna vez hubo un emparrado.

Una forma de vida

A la puerta de su casa, porque vive allí, está José Sabalete, autor de un libro titulado ‘Gitanilla, el hada de los Patios de Córdoba’, en que relata la historia de la ciudad. Se confiesa feliz por mantener «el estilo de vida tan particular, que invita a la calma y a una tradición de convivenci­a». En el camino quedan el blanco y el azul, el recuerdo de las cocinas comunitari­as y el empedrado que sobrevive en las casas que recuerdan una forma de vida que muchos no quieren olvidar.

En el número 8 de la calle Parras sus dueños también tienen prohibidas las fotografía­s. Lo dice el controlado­r y lo dicen ellos: «Buscan el mejor encuadre y caminan hacia atrás sin tener en cuenta que pueden romper algo». Francisco Martín señala a las

plantas de temporada, las que están en la arcada superior, como las sulfinias, pero también a las que son singulares de su patio: rododendro­s, rosa de la Gomera, espina del Señor y araucaria siberiana, que a pesar de su origen se ha conseguido aclimatar al calor de Córdoba. Ya no está, dice Milagros, su esposa, el calistemon con su descarada flor roja. Una enfermedad se lo llevó hace muy poco.

El número 6 de la misma calle Parras también está precedido por su fama de ser uno de los más antiguos y premiados del concurso. Muchos empiezan por la galería de maderas oscuras, con las copias de los cuadros de Romero de Torres, y se abre al patio de piedra, con el pozo, el limonero, los colores de las flores y la esparrague­ra que va creciendo por la pared. Quien ha escuchado la historia hace ya algu

nos años la revive conforme se asoma a sus piedras antiguas.

Muy cerca de allí, en el patio de la calle Ocaña huele a cocido. Sí, hay plantas que llegan hasta los pisos superiores, árboles que buscan el cielo y flores que nacen de plantas con troncos añosos, porque la belleza de los recintos de Córdoba nace en mayo, pero después de una larga gestación de cuidados todo el año y todos los años. Y si huele a cocido es porque los Patios están vivos y en ellos hay personas que pasan el día a día de comer, disfrutar algo de siesta, conversar y quizá ya al final del día disfrutar de un disco o de una buena lectura cuando puede refrescar un poco.

La calle Zarco serpentea como un látigo imprevisib­le por el corazón de San Agustín y rodea al cine Olimpia. Santiago Hernández es el dueño de la casa número 13, del patio que el año pasado resultó premiado por los lectores de ABC, y es el más joven de los cuidadores. Es la casa de su familia, la de sus bisabuelos y abuelos, y en su pequeño espacio, por necesidad muy vertical, ha optado por lo clásico: gitanillas, begonias y flor de gamba. También el geranio chino, con sutiles colores pálidos, y los claveles del señorito, que serán más visibles en otros años. Las azucenas son antiguas y al mismo tiempo que las plantas son importante­s muchos otros elementos: los lebrillos, la pila, el brocal árabe y el cántaro con el que iba a una de las fuentes públicas a por agua.

En el número 15 el espíritu ha brotado en un patio moderno, de arquitectu­ra de este tiempo, y el mimo de su propietari­a lo ha convertido en un jardín en que florece lo que es tradiciona­l y también lo que va encontrand­o en sus muchos viajes.

Acaba la ruta junto a Santa Marina, en la calle Tafures. Francis Serrano tiene uno de los más tradiciona­les y este año habla no de lo de siempre, sino de lo que está creciendo. Para empezar, la buganvilla blanca, mucho menos frecuente que las cárdenas y moradas, pero plena de delicadeza. Lleva pocos años y la dueña está muy ilusionada con ella. Hay macetas con casi doscientos años y medidas de cuartillas y celemines para medir el trigo que ahora sirven de decoración y de base pàra nuevas plantas. Los que se asoman a la ventana que da a la estrecha calle Tafures ven también el naranjo, tan clásico en el patio abigarrado de detalles y jaulas, y los que entran se fijarán también en algo que crece. Es una camada de gatitos. Otras veces han estado allí y han encontrado familia antes de que los Patios se cierren. Son las historias que se conocen si se deja el teléfono en el bolsillo.

Dos patios de la ruta no permiten hacer fotografía­s, porque invitan a los visitantes a disfrutar hablando con los dueños

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Una joven admira la variedad de plantas y flores del patio de la calle Tafures, este
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// VALERIO MERINO Dos jóvenes recorren el patio de Marroquíes, 6
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//VALERIO MERINO año con la novedad de una buganvilla blanca

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