El Madrid sale vivo de un abismo
▶La hinchada serbia generó un clima durísimo, entronizó a Obradovic y varios periodistas participaron en el acoso a la delegación española
En un partido para el recuerdo, con un ambiente difícil de repetir y con una expectación máxima, el Madrid miró al abismo y le devolvió la mirada. Llegó a Belgrado para ser enterrado y sale del Stark Arena con una vida extra que ni pensaba que tenía. Gloria madridista en el ambiente más hostil de la Euroliga, que comenzó siendo un león y acabó manso como un gato ante los blancos.
A media tarde, la calma mandaba. Belgrado, cuando quiere, tiene una cara muy amable, coqueta, en las que los ciudadanos apuran café y cigarrillos a ritmo trepidante en las terrazas mientras discuten de cómo afectarán al Partizan las bajas de Punter y Lessort. Las familias disfrutan del soleado día festivo, las especias turcas de los restaurantes invaden el ambiente y los hinchas del Estrella Roja, la otra tribu de la capital serbia, se arriman a los españoles con cariño mediterráneo, soterrada la frialdad balcánica cuando el orgullo baloncestístico entra en juego. Pero en cuestión de minutos, la calma puede convertirse en tormenta.
Como si un petrolero hubiese encallado en la capital serbia, de la nada, miles de personas comenzaron a abarrotar los alrededores del Stark Arena, todos con la indumentaria de sepultureros, negro impoluto, y con la intención de meter al Real Madrid en la tumba. Los ladridos de los perros y los lanzagranadas cargados con gas lacrimógeno se mezclaban con los cánticos bárbaros de la afición local, que esperó en posición militar hasta que pasó el autobús del Real Madrid solo para darle cariño. Un ambiente espectacular, con muchísima tensión pero sin violencia, el sueño de cualquier aficionado al baloncesto.
«No vas a ver un partido así en muchísimo tiempo». Lleno completo incluso con media hora para el pitido inicial, el interior del estadio quiso demostrar que la previa solo había sido un aperitivo. Rock and Roll del duro, cigarros encendidos y una afición en completo pie de guerra, que podría derrocar un gobierno si se lo propusiera.
Minutos infinitos
Pero todo quedó en minucia cuando saltó el Real Madrid a calentar. Fueron cinco minutos de pitidos, insultos y cortes de manga, con diferentes niveles de intensidad, que parecieron infinitos. Incluso los periodistas serbios (al menos eso era lo que ponía en su acreditación) se unían a la retahíla de vejaciones a los blancos.
No hay nadie en su sano juicio que pueda sobrevivir a un ambiente tan hostil y no hay nadie que lo genere en el mundo del deporte como los hinchas del Partizan, caballos poseídos por el diablo cuando su equipo juega. «Esto es lo normal aquí», comentaba uno de ellos con una amplia sonrisa en el rostro.
Cuando parecía que su fanatismo no podía llegar más lejos, salió Obradovic, al que el calificativo de dios se le queda corto cuando aparece por la pista del Stark. Con 20.000 personas coreando su nombre, el legendario entrenador, nueve Copas de Europa, se paseó por toda la banda saludando a sus súbditos, mano contra mano, antes de ponerse a aplaudir como un demente, casi convulsionando, para acabar de hacer estallar a la grada.
Parecía que el partido ya había acabado y que el Partizan había ganado de 50. El orgasmo acabó con un mosaico gigantesco del técnico serbio, con toda la afición local de espaldas al parquet mientras se recitaba la convocatoria blanca y con el himno del Partizan cantado a capela. Y al fin, el balón empezó a botar.
El partido daba igual, en trance los serbios, cegados por su pasión, y eso que los locales comenzaron con un parcial de 12-0. Un periodista serbio, mientras fumaba, pidió bolígrafo y papel a un periodista español. Escribió ‘Puta Real Madrid’ y estalló la frase
«Esto es lo normal aquí», decía un aficionado mientras se sucedían los insultos y los cortes de manga al Real Madrid
contra la mesa de los medios nacionales antes de soltar un grito de maníaco al vacío. Así de caldeado estaba el panorama en el Stark Arena, y si ya era irrespirable en las gradas, mucho más letal lo era en la cancha, donde el Madrid las pasaba canutas para mantenerse en pie. Discutían Chus Mateo y Sergio Rodríguez porque el Madrid se iba a pique y no había respuesta a tantos interrogantes. Pero entonces, emergió la del ogro Tavares para hacer suya la zona, y el guion se reescribió.
Paso a paso, batalla a batalla, el Madrid comenzó a remontar una vez más. Se notaba en el ambiente, pues los serbios se pusieron a animar por obligación y no por gozo. Como si llevasen tapones en los oídos, se zambulleron en sí mismos y comenzaron a jugar un baloncesto tremendo, valiente y guerrero.
Williams-Goss dejó atrás sus fantasmas y al fin fue el base que se esperaba y el duelo se convirtió en un embudo, con dos bestias luchando frente a frente. Precioso, simplemente. Y como no podía ser de otra manera, el resultado se decidió en las últimas jugadas. Un triple del base estadounidense a falta de 24 segundos desequilibró el marcador y el Madrid, una vez más, hizo de lo imposible algo tremendamente sencillo.
Obradovic, que por entonces lucía un rostro rojo que rozaba la caricatura, exigía una falta que los árbitros no concedieron. Valientes los colegiados en medio de un infierno de improperios. Se calmó de repente el técnico, convencido de que ya no valdrían sus protestas. Se fue caminando por la pista mientras hacía gestos a la grada. ‘Al siguiente, al siguiente’, parecía decir con su mano dando vueltas.
Mientras eso ocurría, el Madrid se conjuraba en el medio de la pista desafiando a la grada. Una reunión a la espera del encuentro del jueves, donde el ambiente vivido ayer puede quedarse en nada. En juego, una Final Four. Suben los decibelios.