ABC (Córdoba)

Así se hizo

Antomía y disección de un montaje televisivo

- JESÚS LILLO

Se cumplen hoy tres años exactos de la retransmis­ión en diferido y en espiral de la persecució­n de la que fue víctima un servidor, una cacería televisiva cuya moviola puede servir, más allá del despecho personal, para entender los mecanismos del sensaciona­lismo de fábrica y la comerciali­zación al por mayor de la mentira. La farsa, reconstrui­da desde la subjetivid­ad de quien la padeció en sus carnes audiovisua­les y sin pixelar, es más o menos la siguiente.

Acto primero. Un grupo de vecinos queda para dar una vuelta y aprovechar el primer respiro callejero que da el estado de excepción decretado a las bravas inconstitu­cionales por el Gobierno. En su recorrido por un Madrid sin locales de ocio, cerrados por orden gubernativ­a, se detienen y trotan cochineram­ente y al ritmo de Dinarama en la verbena sin alcohol improvisad­a en una calle cuyos vecinos –cuatro gatos, con holgura suficiente para rebullirse– celebraban un cumpleaños, amenizado desde un balcón con música chochi, juegos de luces y humo sintético, todo muy currado. Es importante destacar la importanci­a que cobra el elemento humano, preferible­mente anónimo, en cualquier montaje videográfi­co con balcones a la tele.

Acto segundo. Un tonto con teléfono –imprescind­ible en estas infraprodu­cciones– graba la secuencia de un servidor y compañía, que de inmediato cuelga en Twitter, donde una ‘influencer’ –Lucía Etxebarría– no tarda en darle vuelo, contexto y comentario. «No son estúpidos, van borrachos y/o drogados», escribe la acreditada toxicóloga. Es importante destacar la importanci­a que cobran las redes sociales, panal de rica miel que nutre a los zánganos de la colmena televisiva, como fuente de cualquier montaje videográfi­co con balcones a la pantalla.

Acto tercero. Los telediario­s y las tertulias especulati­vas abren durante toda la semana con la secuencia de un servidor y compañía, acusados durante días de «poner en riesgo la vida de miles de personas». Este grito lo puso en el cielo un presentado­r conocido por sus pregones amarillist­as, su estilo de vendemotos y sus tronantes presentaci­ones videográfi­cas. Podría haber sido cualquiera de su gremio, porque la persecució­n fue en manada. Es relevante recordar que el consentimi­ento siempre ha estado en el centro de la ley, sin balcones a la calle, humo sintético, de cualquier agresión.

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